Cuando en noviembre de 2021 Laura Fernández publicó La señora Potter no es exactamente Santa Claus, pensó que aquella sería su última novela. Aquella historia nada pequeña –del grosor de 600 páginas exactamente- sobre una pequeña ciudad llamada genuinamente Kimberly Clark Weymouth donde no dejaba de nevar nunca, y cuyo mayor reclamo turístico era una tienda de souvernirs que, cada día, recibía a los lectores de la excéntrica escritora Louise Cassidy Feldman, obtuvo un éxito inesperado, avalado por varios premios y por la opinión de los libreros.
Hoy, la escritora aún lo recuerda con cierta incredulidad. “Gracias a eso -dice-, con Damas, caballeros y planetas tengo la sensación por primera vez de que es un libro deseado por los lectores. Antes siempre publicaba libros, dedicándole mucho tiempo y muchas noches, y me encantaba, pero nunca sabía si habría alguien que lo quisiera leer”.
Autora de relatos y de varios libros como Bienvenidos a Welcome, Wendolin Kramer, La chica zombie, El show de Grossman y Connerland, esta recopilación de cuentos –con un total de 17 escritos en los últimos catorce años (2009-2023)-, está repleta de lo mejor de Fernández. Cada una de estas historias, pobladas por seres y objetos animados y caracterizados por su sentido del humor y su particular imaginación, son “una acogedora cabaña desde la que contemplar lo que ocurre fuera”, cuenta la escritora.
[Crítica de 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus', de Laura Fernández]
Protagonizadas por periodistas frustrados, aspirantes a escritores o a detectives, dinosaurios oficinistas, mujeres que se enamoran de sus cafeteras, fantasmas mediáticos, objetos animados o limoneros parlanchines, estos relatos, divertidos, a veces delirantes, nos hablan de frustraciones y anhelos muy humanos.
Pregunta. Escritos muchos hace más de diez años, hace una relectura de cada relato con una breve introducción. ¿Cómo ha sido volver a estos textos, lo ha vivido como un redescubrimiento?
Respuesta. Sí, como digo en el libro son como una mariposa que aletea en un frasco, es algo que contiene algo tuyo que a veces no tienes claro qué es. Recuerdo que Lucia Berlin decía que había descubierto muchos años después sobre uno de sus cuentos más famosos, "Lavandería Ángel", que le estaba diciendo que era una alcohólica. Y yo también, a través de estos prólogos, me he hecho un psicoanálisis bibliográfico, tratando de explicarme qué me quería decir a mí misma.
»Por ejemplo en "Maldita seas, Doris Dane" lo que hago en realidad es hablar de mi historia de amor con la lectura y de cómo fue interrumpida cuando fui madre. De repente todo lo que había sido mi vida, que era leer, se veía pospuesto. Todos estos cuentos han sido escritos siempre después de haber sido madre y se nota mucho esa influencia. En "Rethrick" son los hombres los que tienen a los niños y todo está como puesto del revés. Y eso habla sobre cómo estaba yo de atrapada en ese momento y cómo mi vida estaba cambiando. Los cuentos siempre contienen ese componente del momento, hay una incomodidad que no sabes cómo explicarte.
La incomodidad que nos hace escritores
P. Precisamente, en su libro afirma que la incomodidad es una de las razones que le convierte a una en escritora, ¿a qué se refiere?
R. A que hay algo que no va bien para ti en el mundo, algo que te resulta incómodo, un desajuste entre lo que estás viviendo y lo que eres, algo que te resulta inexplicable y que te hace sentir fuera de lugar, que te aparta y te convierte en observador. Eso automáticamente te impulsa a hablar de ello. Esa misma incomodidad nos hace escritores. El hecho de estar en el mundo no del todo cómodos como te parece que están los demás, es la base de la escritura.
P. Además, habla de los relatos como novelas en miniatura y, de hecho, el primero de ellos, "El mundo se acaba pero Floyd Tibbts no pierde su trabajo", alcanza casi las 100 páginas, ¿no es casi ya una novela?
R. Sí. "Floyd Tibbts" es en realidad una nouvelle. Lionel Shriver dice que tuvo que hacer un único libro de relatos solo para incluir un cuento largo que se le ocurrió. Esa nouvelle se me ocurrió como parte de un universo paralelo, no quería estar demasiado tiempo ahí, pero tampoco demasiado poco. El concepto de la novela en miniatura me gusta desde que, como lectora, leí por primera vez los cuentos de David Foster Wallace y me di cuenta de que había mucha frondosidad para algo tan corto en realidad. Había creado un mundo completo, con personajes muy complejos para algo muy corto que acabaría en 20 o 30 páginas.
»Y pensé que la única manera en que podría hacer un cuento sería así. En mis relatos hay muchas escenas y da la sensación de que el espacio del que se habla es como la punta del iceberg. Podría subir el volumen como en el cuento de "Floyd Tibbts" o reducirlo al máximo, como en el cuento que publiqué en El Cultural, "Claus, y el señor Duggan", pero hay todo un universo ya creado, con personajes que pueden saltar de un lado a otro. Por eso las siento como novelas en miniatura, todas pueden continuar.
P. Y, sin embargo, ¿diría que se siente más cómoda en la novela o en el relato?
R. Me siento mucho más cómoda en la novela larga. Quiero estar en el mundo que creé durante mucho tiempo. El cuento contiene una idea que puedo explorar en menos tiempo. No quiero entregarme, por ejemplo, al mundo de Floyd Tibbts durante cinco años. Me apetecía mucho estar ahí, pero no durante tanto tiempo. El relato es solo un fogonazo que puede durar una semana o varios meses, como en ese caso, donde veo claramente dónde está la otra orilla. Con la novela no la veo y me encanta. Estoy subida a mi propio barco y no sé a dónde voy a llegar.
Rethrick, la literatura como un lugar infinito
P. Cuenta que tomó la noción de "Rethrick" de un relato de Philip K. Dick. ¿Cómo es esa galaxia donde ocurre todo en Damas, caballeros y planetas y cómo la definiría?
R. Es un lugar infinito. Cada cuento es como un componente inexplorado y creo que esa es la definición de "Rethrick" para mí. Un lugar en el que cualquier cosa es posible, en el que convive de alguna forma todo lo que he sido, todo lo que podría haber sido y todo lo que puedo llegar a ser. Me contiene de una forma expansiva que no para de crecer porque yo sigo aquí. También es la idea de que los cuentos no se van a acabar hasta que yo no me acabe. Y cada pequeño elemento que reaparece es una obsesión, como la idea de que no importa si estás vivo o muerto. Ese universo es todo lo que yo considero que es la literatura, un lugar de juego y expansión, un reflejo de lo que vives de forma lúdica, pero exorbitantemente profunda.
“El periodismo agoniza llevándose por delante a los vivos, que son los que están empezando”
P. Una de esas obsesiones tal vez sea esa colección de aspirantes a escritor que aparecen en sus relatos, donde hasta los autodirigibles escriben. ¿Por qué este desfile de autores intergalácticos?
R. Yo me explico la vida a partir de la escritura y necesito que los protagonistas vean el mundo como lo hago yo. Todos sufren como de disforia existencial, querrían serlo todo a la vez y creen que la herramienta para tener varias vidas es escribir. Siempre quieren imitar la vida que ven en los libros porque la vida imaginaria es superior a la real. La ficción tiene un poder increíble para encantar la realidad y que cada día te parezca fantástico, divertido e interesante, aunque sea lo más aburrido del planeta.
P. En esta colección de relatos hay, además, maletas que hablan, limoneros que sueñan con ser detectives, personas que se enamoran de sus cafeteras. ¿Qué es lo que le atrae de dar vida a lo inanimado?
R. La idea de los objetos me fascina. Tengo una empatía extrema por las cosas y, ya que en el mundo real no puede ser, quiero que en las novelas puedan hablar. Me encanta la idea de que el intercomunicador tenga personalidad propia, por ejemplo, y quiera llamar a unos números y a otros no... Un poco es la idea de mantener el respeto por todo lo que usamos -no solo por la gente, aunque evidentemente sobre todo por las personas, los animales o cualquier ente vivo-, pero también por las cosas.
»En el fondo, hay un punto de eliminar el antropocentrismo y de ver que solo somos una parte más de todo lo que existe en el universo. Y si lo piensas, el mundo que vivimos es un mundo de ciencia ficción en realidad. Ahora mismo estamos en un planeta que va a toda velocidad por el espacio, en mitad de una galaxia, de la nada más absoluta.
“Somos una mota de polvo en medio del espacio y nos damos tanta importancia que es ridículo”
»Somos el único planeta habitado en miles y miles de años luz y si viéramos el mundo así sería alucinante, pero lo bajamos muy a la tierra porque en el fondo daría miedo pensar que estamos en mitad del espacio y que de repente si el sol hace una llamarada más grande de lo normal un día igual la Tierra se agota. Somos una mota de polvo en medio del espacio y nos damos tanta importancia que es encantador, pero a la vez ridículo.
P. En "El redactor estrella de Rocketbol Amazing Times" un periodista muerto quiere seguir trabajando en su redacción. ¿Es una sátira sobre la precariedad del mundo del periodismo, que tan bien conoce?
R. Totalmente. Cuando lo escribí solo quería divertirme. Me gustaba mucho Que no muera la aspidistra, de George Orwell y pensé en instalar ahí a un periodista muerto, que hubiera sido muy famoso y quisiera seguir trabajando. Esto en el fondo supongo que era una especie de jubilación. No dependía de lo que le pagaran, él lo hace todo gratis, porque ya ni come, porque está muerto, y encima tiene acceso, como fantasma, a cualquier secreto. Bajo esas condiciones, sus artículos siempre iban a ser mejores.
"Llegué al periodismo en un momento en que ya se estaban recogiendo las mesas y las sillas"
»Yo llegué al periodismo en un momento en que ya se estaban recogiendo las mesas y las sillas. La fiesta había sido años antes y a nosotros nos tiraban una galletita y había que correr a hacer un artículo y a malvivir. Todo eso empeoró y se agravó aún más después. El periodismo se está muriendo efectivamente, agoniza, y a los que se lleva por delante es a los vivos, a los que están empezando una carrera, o a los que estamos en medio de ella, mientras los que ya la han acabado ahí siguen, muchos de ellos con sus espacios mucho mejor remunerados que los nuestros. El resto siempre ocuparemos el mismo lugar, el del que ha llegado tardísimo a la fiesta.
Todo estaba en el Quijote
P. Pero afortunadamente entonces llegó La señora Potter no es exactamente Santa Claus. ¿Cómo impactó en su vida esta novela?
R. Ese libro me cambió la vida, sobre todo porque de alguna forma me sacó del agujero de la incomprensión. Fue como si abriera puertas y ventanas e hiciera que todo el mundo entrase en mi universo y lo aceptase. Ahora tengo la sensación de que hay alguien ahí, mucha gente, y que todo el amor que yo le di al libro me volvió y me recolocó en un lugar de respeto. Es algo que también me tenía que dar yo a mí misma. Crecemos en esta situación de precariedad creyendo que no importas tanto como deberías, o al contrario, que no importas nada, y que haces lo que puedes y que ojalá algún día a alguien le guste lo que haces.
»Pero sí. Fue algo mágico. Yo llegué a pensar que La señora Potter… sería mi último libro, que nadie lo iba a leer, porque era todo muy loco, un libro de 600 páginas, en un sitio donde nieva siempre. Durante algún tiempo no me lo creía, de verdad. Era como si hubiera una dimensión paralela y el mundo hubiera seguido por otro lado mientras en esa dimensión paralela la gente leía mis libros y venía a las presentaciones. Estoy tremendamente agradecida.
“Cada capítulo del Quijote es como toda la carrera literaria de uno de mis autores favoritos”
P. Sus referentes literarios son en su mayoría de la ciencia ficción y el thriller anglosajón. ¿Hay algún autor español que le haya influido particularmente?
R. El que más, pero a través de los anglosajones –cita a Foster Wallace, Joyce y Vonnegut–, es Cervantes. Él creó la novela moderna y posmoderna y todo a la vez. Leí el Quijote muy tarde, a los 32 o 33 años, y de repente descubrí que aquella obra era como los Beatles. Casi cada capítulo del Quijote es como toda la carrera literaria de uno de aquellos autores que tanto me gustaban. Estaba todo aquí y era español. Siempre había tenido mucha tirria a la literatura española porque tenía la sensación de que no hablaba de mí para nada.
»Yo era más del propio universo de la ficción imperialista americana, las series de televisión o las películas, que fueron mi primer sustento ficcional y el lugar al que quería mudarme de pequeña. Y leí mucha literatura española: leí a Martín Gaite, Muñoz Molina, Ana María Matute… Leía todo, no tenía filtro. Pero siempre me dio la sensación de que nada hablaba de mí, siempre era todo desde un punto de vista bastante burgués.
»Yo leía a John Fante y Arturo Bandini me atraía muchísimo. Entonces viré hacia la literatura muy sucia americana de Bukowski o Hubert Selby Jr., que es el primero al que le vi usar las mayúsculas que yo tanto utilizo. Leí también a los autores posmodernos y ahí sí que me volví loca porque era jugar con la propia idea de la ficción, desordenarla, enfocar y desenfocar... Y abandoné del todo la literatura española, hasta que me di cuenta de que todo venía de Cervantes. Ahora hago como el viaje de vuelta, devuelvo a través del formato anglosajón, incluso con la lengua, esa especie de monstruo que hizo Cervantes, esa idea barroca de muchas cosas pasando a la vez.
"Nunca hay entrevistas a escritores de ciencia ficción, aunque hay algunos muy buenos"
P. ¿Se escribe poca ciencia ficción en España?
R. Se escribe mucha pero funciona por un carril muy diferenciado. ¿Por qué Margaret Atwood no dice que sus novelas son de ciencia ficción? Si lo dijera, a lo mejor no se hablaría tanto de ella. Lo que pasa con la ciencia ficción no es que no esté, si no que no se ve. Nunca hay entrevistas a escritores de ciencia ficción, aunque hay algunos muy buenos. Y también hay autores de terror muy buenos en España e incluso extranjeros a los que tampoco se les entrevista.
»Que los escritores de terror tuviesen voz en los medios ahora sería increíble, porque es una ficción que trata del miedo y el miedo es lo que siente nuestra sociedad ahora mismo. Pero estamos huyendo de todo eso todo el tiempo precisamente por miedo también. Otra vez estamos en el instituto donde no queremos que se nos relacione con aquel que creemos que lee cosas raras. Cuando no importa si se escribe de pingüinos que hablan o de soldados en la guerra civil, no es el género si no la forma o lo que quieres contar o cómo lo cuentes lo que hace de tu novela literatura o no.