En su oficina del Departamento de Normas de Importación de Dinosaur World, Leon Wiseman, un encorvado y aburrido ejemplar de giraffatitan oficinista, recogió el último informe de ventas de peluches Bronto Saur del cesto de alambre, se sentó ante su escritorio y encendió un cigarrillo. Aborrecía aquel trabajo. No sólo era un trabajo aburrido, era un trabajo abominable. El cigarrillo era un cigarrillo no contaminante y decididamente poco atractivo y Leon lo sujetaba con su manita de dinosaurio aburrido. El cigarrillo no tenía forma de saberlo pero estaba danzando y, si lo hacía, era porque el bueno de Wiseman estaba fantaseando. Oh, todos aquellos ascensores abarrotados, los ascensores que debía tomar cada mañana para llegar a aquella condenada planta, la planta 187, el lugar en el que se encontraba aquel maldito departamento, el Departamento de Normas de Importación de Dinosaur World, estaban repletos de tipos como Lou Velasco, un mastodóntico y decididamente engreído ejemplar de rexus con despacho propio, al que le parecía terriblemente divertido enviar al infierno cada mañana al sin duda maloliente pero en algún sentido encantador sombrero de Wiseman. El sombrero de Wiseman era un sombrero de fieltro, un fedora auténtico, un fedora de un irredento amarillo presumiblemente idéntico al que lucía su adorado Perky Pat, el detective dinosaurio que protagonizaba todas las novelas de Kathy Egmont, su escritora favorita. Wiseman fantaseaba, sí, aquel cigarrillo sintético danzando en su cubículo como si en vez de un cigarrillo fuese una varita mágica, la varita mágica de un encantador de diminutos velocirraptores aún no adaptados, fantaseaba con esquivar el golpe y evitar que su maltratado fedora acabase pisoteado en aquel ascensor abarrotado.
Perky Pat lo haría.
Perky Pat esquivaría el golpe y sonreiría.
Sonreiría y diría algo parecido a:
-¿En qué clase de dinosaurio bebé te ha convertido tu nuevo despacho, Louie?
Pero Leon Wiseman no era Perky Pat.
Leon Wiseman sólo era un aburrido oficinista que iba a aburrirse todo el día en aquella oficina de la planta 187 mientras afuera todo el mundo iba de un lado a otro, sus manitas de dinosaurio sujetando cientos de bolsas, bolsas repletas de paquetes de regalo que aquella noche alguien colocaría bajo el árbol.
Wiseman sospechaba que lo único que encontraría bajo su árbol sería un nuevo maletín. Y no era un nuevo maletín lo que quería. Lo que Leon Wiseman quería era un diminuto gato con sombrero.
-¿De veras, Leon? ¿Un diminuto gato con sombrero?
-¿Quién, uh, quién es usted?
-Yo, eh, Alfred Lord Tennyson, y el señor Duggan.
Leon Wiseman estaba al teléfono. El teléfono había sonado antes de que pudiera terminar aquel cigarrillo no contaminante.
-¿Disculpe?
-JOU JOU JOU, Leon.
-¿Me toma el pelo?
-No veo un sólo pelo en tu cabeza, Leon.
Leon Wiseman sacudió la cabeza y se pasó su manita libre por la cara.
-¿Santa?
-Oh, no me llames Santa. Llámame Claus. O Alfred Lord Tennyson. O señor Duggan. Acabo de leer tu carta y créeme, muchacho, es lo mejor que he leído en mucho tiempo. ¿Para qué demonios quieres un gato diminuto con sombrero?
-¿Es Santa? - le interrumpió la encantadora y entrometida Louse McGillicuddy, su vecina de cubículo - Dile que pienso salir antes este año, aún tengo compras por hacer y me gustaría que mis regalos estuvieran en mi mesa antes de las seis.
-Oh, eh, vale - le dijo Leon, y luego, dirigiéndose al teléfono - ¿Santa? Louse McGillicuddy tiene que salir antes este año y le gustaría...
-¡Oh, al infierno helado con esa maldita metomentodo, Leon! ¿La estoy llamando a ella? ¡No!! ¡Te estoy llamando a ti, maldito carámbano! ¿Vas a escucharme?
-Claro, Santa.
-Claus, y el señor Duggan.
Nadie sabía exactamente quién era el Santa Claus Oficial de Dinosaur World. De él sólo se sabía que utilizaba un intercomunicador especial para que su voz no se pareciese a la de nadie más y para que sus (JOU JOU JOU) sonasen francamente auténticos, y que ocupaba un bonito despacho en alguna de las plantas superiores de aquel edificio de un millón de plantas. También, que era el encargado de las entregas especiales de aquella noche, para lo que debía disponerse a poner en práctica todo lo aprendido en el curso de descenso de chimeneas para Empleados de Dinosaur World. Y, por supuesto, tenía que leer un buen puñado de cartas, las que escribían el resto de empleados de Dinosaur World que seguían creyendo en Santa Claus, y cerrar acuerdos con el resto de Santa Claus oficiales en toda clase de convenciones de Santa Claus oficiales que tenían lugar durante todo el año, para que la noche del 24 de diciembre fuese, como había sido siempre, todo un éxito.
-Claus, y el señor Duggan.
-Eso está mejor - dijo Santa -. Y ahora, dime, querido Leon, ¿por qué un gato diminuto con sombrero?
Leon Wiseman le hizo un gesto con su manita a la encantadoramente entrometida Louse para que se ocupara de sus asuntos y, recostándose en su cubículo, le dio la última calada a su cigarrillo (FUUUF), antes de añadir, en un susurro:
-¿Ha oído hablar de Perky Pat?
Perky Pat, el detective dinosaurio de las novelas de Kathy Egmont, tenía un único amigo, un gato llamado Robin Sean Pecknold. Robin lucía, dijo Wiseman, un fantástico Panamá, un tipo de sombrero de paja confeccionado con hojas de palmera de Debney. Wiseman lo necesitaba si quería escenificar, porque eso era lo que hacía, la última aventura de Perky Pat, en la que su pequeño ayudante y único amigo tenía un papel principal.
-JOU JOU JOU - rió Santa - ¿Insinúas que tienes un mundo en el garaje? ¿El mundo de Perky Pat? ¿Que juegas a ser él? ¿Con diminutos muñecos de goma?
-Más o menos, señor Duggan, y, eh, Claus.
Santa se atusó la barba, aquella barba sofocantamente esponjosa y blanca, y pensó en la última vez que había jugado con Dibbick Brockton, su vaquero broker intergaláctico. Había sido hacía mucho mucho tiempo. ¿Por qué hacía tanto tiempo? (OH, LOU), se dijo a continuación, (PORQUE YA NO ERES UN NIÑO), ahora eres (CUALQUIER OTRA COSA, LOU VELASCO), (CUALQUIER OTRA COSA), y ese tipo va por ahí con su ridículo fedora, un fedora auténtico y maloliente y amarillo, creyendo que puede
seguir siendo (UN NIÑO), un niño condenadamente (FELIZ), y, oh, (ESTÚPIDO).
-¿Leon?
-¿Sí, Santa?
-Oh, no me llames Santa, maldito carámbano. Llámame Claus, y el señor Duggan. Llámame Lou Velasco, Leon, y asegúrate de no volver a subir conmigo en un ascensor abarrotado o tu maldito fedora lo lamentará, Perky.