Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 - Madrid, 2000) ha pasado a la historia de la literatura por su obra narrativa, lo que no obsta para que se reconozca, entre otras, su labor como ensayista y poeta. Su poesía, por centrarnos, se publicó por primera vez en 1976 y en Hiperión, con el título A rachas. Le siguieron nuevas ediciones en 1979, 1986 y 1993.
Esta reproduce, con leves variaciones, la que figura en el tercer tomo de las Obras Completas publicadas por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores bajo el título Después de todo. Poesía a rachas (2010). Al cuidado de ambas está José Teruel. De su solvencia da buena cuenta el prólogo, “Sacar los asuntos del caos”, donde explica con clarividencia los rasgos fundamentales de su poética.
“La poesía es una lucha tenaz y muchas veces fallida por retener el instante en que las cosas hablaron un lenguaje especial y nos incitaron a captar ese recado urgente que apenas insinuado se esconde, dejando un sobresalto en la memoria”, escribió la salmantina. Nunca dejó de escribir esa “visita intermitente”. Esta “escritura intempestiva –aclara Teruel– fue objeto de una cuidada atención y revisión por parte de su autora”. De tono autobiográfico, es “una meditación sobre su experiencia”.
“Como casi todos los de mi generación, yo empecé escribiendo poemas”, dice en “A rachas”, texto incluido en la antología Poemas, recitados por ella. Publicó el primero (1947) en una revista universitaria de su ciudad natal, inspirado en una fotografía del padre del poeta Aníbal Núñez.
Entre ese año y el 49 escribe varios cuadernos que, debidamente reconstruidos (a veces de memoria), formarán el corpus, años después, de su citada ópera prima. Con un aire existencial, neorromántico y de época, entre la realidad y el deseo, un “motivo recurrente”: “la conciencia del tiempo”, un asunto central que no abandonará nunca.
[Carmen Martín Gaite, el cuento de nunca acabar]
A este “ciclo de juventud” le sucede otro “intermedio”: el de los “poemas posteriores”. Hasta 1975 no reveló ninguno nuevo. Un año después, Jesús Munárriz publicó A rachas. Para entonces, es una “mujer ya afincada en la capital” y no, confiesa, “una jovencita provinciana y soñadora” que no logra apresar el flujo del tiempo y a quien no le resulta fácil abrigarse de su incuria, resume Teruel. Los de la “primera entrega” fueron escritos entre el 69 y el 75.
Los de la “segunda”, desde el 76 hasta poco antes de la muerte de su hija, en 1985. Son poemas cercanos a los del Grupo del 50, sección barcelonesa. Lenguaje coloquial, ironía, paisaje urbano… No faltan canciones (recuérdense sus colaboraciones con Chicho Sánchez Ferlosio y Amancio Prada).
En Después de todo, del 93, se constata “la pérdida de los grandes asideros” de su vida. La pérdida de Marta, el fin del amor… Aun así, continúa; “contra viento y marea”, como prometió a su hija. Léase “Lo juro por mis muertos”. Y ahí, la intimidad: “No se dice lo secreto, se cuenta”. Porque “lo verdadero es secreto”. El “descalabro”, señala el editor, como “fuente literaria”.
Su poesía es limpia y fresca. Genuina. Emocionante. Propia de quien dijo: “Necesito poesía”. Con poemas tan logrados como “Callejón sin salida”, “Espiga sin granar”, “Convalecencia”, “Descarrilamiento”, “Mi ración de alegría”, “Todo es un cuento roto en Nueva York” (con Hopper al fondo) o cuantos componen Después de todo.
La poesía no fue para Martín Gaite “un pariente marginal de su obra”, sino “una forma de visión” que impregnó lo narrativo y lo ensayístico. Concluye Teruel que “lo genuinamente poético no reside en la forma ni en el tema, sino en “un tratamiento temporal de la experiencia humana”. El tiempo como eje. Su inexorable paso.
Quien motiva mi queja
Quien motiva mi queja
es quien ya no la puede
compartir.
Quien motiva mi llanto
es quien ya nunca lo vendrá a
enjugar.
Quien me hace el vacío
es quien nació para llenarlo
todo.
Queja, llanto y vacío
que siempre diluías
con el dardo de luz
de tu palabra.