Fue en 1951 cuando Charlton Heston entendió que, en tantas ocasiones, la vida depende de un mero golpe de azar. Sucedió en el parking de Paramount, donde, desolado tras ser descartado por William Wyler como protagonista de Brigada 21 (1951), había decidido retomar su carrera teatral en Nueva York y dar por cerrada la aventura cinematográfica.
Pero fue en ese momento cuando vio a lo lejos a Cecil B. DeMille y, en el desganado gesto que le dedicó a modo de saludo, el legendario realizador intuyó que estaba la esencia del director del circo de su siguiente película, El mayor espectáculo del mundo (1952). Arrancó ahí otra vida de la que da cuenta En la arena, el descatalogadísimo libro de memorias que Heston publicó a mediados de los noventa y que ahora recupera la editorial Cult Books.
Un recorrido serpenteante, porque hablamos del actor que encarnó por sí solo el Hollywood más mastodóntico —Los diez mandamientos (1956), Ben-Hur (1959), El Cid (1961), El tormento y el éxtasis (1965)—, pero también del que no dudó en arriesgar prestigio y fortuna por proyectos nacidos contra todo.
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Y no hablamos de piezas menores: fue él quien mantuvo a dos proscritos como Orson Welles y Sam Peckinpah al frente de Sed de mal (1958) o Mayor Dundee (1965), fue él quien ideó la legendaria trilogía de ciencia-ficción conformada por El planeta de los simios (1968), El último hombre vivo (1971) o Cuando el destino nos alcance (1973).
Claro que si el recorrido se presenta sinuoso en lo cinematográfico, qué decir en lo personal. Los deseosos de perderse en los meandros reaccionarios del actor encontrarán cumplida satisfacción en este libro, culminado a modo de fin de fiesta con un capítulo donde un Heston desbocado toma su boicot al rapero Ice-T como palanca para lanzar fuego y azufre sobre un mundo contemporáneo abocado al apocalipsis del comunismo, el feminismo y Dios sabe cuantos ismos más.
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Pero si uno se mantiene firme ante esta avalancha puede también completar un perfil mucho más complejo, delineado por el hombre admirador de Martin Luther King, por la estrella capaz de paralizar un rodaje al enterarse de que los técnicos no cobraban puntualmente su salario, por el sindicalista que pasó décadas luchando por mejorar las condiciones laborales de sus compañeros. Quienes busquen un retrato serpenteante y contradictorio, aquí tienen un reto a la altura.
Quizás el declive llegó al rechazar Heston el papel protagonista de una película que lo hubiera reubicado en el imaginario de las nuevas generaciones de cineastas, Deliverance (1972). Pero decidió cedérselo a Burt Reynolds y ahí comenzó su cristalización como figura anacrónica, icono de un Hollywood que ya nadie reconocía como propio.
Incógnita que supone solo una de las cientos de golosinas que depara a cualquier cinéfilo este arrollador En la arena, un libro minucioso, excesivo y sobre todo divertidísimo conformado como un auténtico kolossal, tan fuera de tiempo como su propio autor, como aquel Hollywood que él mismo vio desvanecerse.