En este mundo ciberconectado, y abrumadoramente saturado de información, supongo que a los lectores más jóvenes les puede resultar difícil imaginar el impacto que causó, en aquel ya lejano 1978, un libro del calado cultural y la originalidad de Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, de Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936-Castilfrío de la Sierra, Soria, 2023). Se trataba de una obra colosal que salía de lo habitual, y buscaba (y encontraba) en lo antiguo, en nuestras más olvidadas raíces, un cambio de perspectiva de nuestra historia.
Lo cierto es que conviví con el libro antes incluso de publicarlo: recuerdo que Sánchez Dragó estuvo trabajando varios años en la Biblioteca Nacional, en jornadas maratonianas de ocho y diez horas diarias, rastreando las anomalías heterodoxas de la historia de España. Su labor detectivesca estaba llena de hallazgos siempre al margen de las corrientes dominantes del pensamiento.
Sí, Fernando conocía bien la historia oficial, pero lo leyó todo, y todo lo investigó. Viajó mucho, y se entrevistó con especialistas de todo pelaje, también con expertos locales, para reivindicar las peculiaridades hispánicas. Recuerdo haberle acompañado en ocasiones en sus investigaciones de campo, como cuando, por ejemplo, nos fuimos a Toledo a visitar las Cuevas de Hércules...
[Muere el escritor Fernando Sánchez Dragó a los 86 años de un paro cardíaco]
El resultado fue un libro descomunal, originalísimo, polémico y provocador, que ofreció a varias editoriales, aunque ninguna se atrevía a publicarlo. Por eso vino a mí, porque además éramos parientes (yo entonces estaba casado con Lourdes Ortiz, prima carnal suya), aunque entonces nuestra editorial, Hiperión, apenas había publicado veinte o treinta libros, y sólo de poesía, jamás de ensayo.
La cosa es que, casi sin quererlo, me vi con cuatro carpetas (una por tomo) que eran como torres. Comencé a leerlo y no pude dejarlo hasta las 6 o 7 de la mañana siguiente, leyendo dos tomos en una noche. Lo terminé la siguiente, y decidí publicarlo, sin sospechar lo que iba a suponer para nuestra editorial.
Debo confesar que esa primera edición no fue fácil: Sánchez Dragó quería que los tomos fuesen en una caja y hubo que buscarlas expresamente.
Al final, todo estuvo listo para Navidad, por lo que tuvimos problemas para hacerlo llegar a los distribuidores. Pero lo conseguimos, y cuando pasó el día de Reyes, la primera edición, de 3.000 ejemplares, estaba completamente agotada: ¡no quedaba un solo volumen en toda España! Y reeditamos, una y otra y otra vez... Cuando pensábamos que ya no quedaba lector sin su Gárgoris, recibíamos un nuevo pedido masivo...
A su difusión ayudaba no sólo la heterodoxia del libro, sino también el talento natural de Fernando, al que acompañé en varias presentaciones de la obra. ¡Era asombroso, un verdadero malabarista, un seductor que sabía dar al público lo que quería! Sabía vender la obra muy bien, era su mejor difusor, su más eficaz divulgador, porque sabía ganarse a la gente con su inteligencia y encanto.
Sin embargo, ay, el ensayo seguía sin ser lo mío, así que acabé cediendo los derechos sobre la obra a Planeta. Años más tarde, nos comentó que Alianza quería hacer una edición abreviada y se lo permitimos también. En Hiperión no sé muy bien cuántos ejemplares pudo vender. ¿30.000, 40.000? No sé, fueron más de veinte ediciones, y cada una tenía 3.000 ejemplares, así que más de 60.000, y otro tanto en Planeta, si no fueron más. Un verdadero éxito que abrió caminos insospechados al pensamiento español.