Fernando Sánchez Dragó ha dedicado muchos años y muchas energías a construirse una imagen pública que contribuyera a denostar lo más valioso de sí mismo como escritor, como periodista y como persona. Lo ha hecho con ligereza, con frivolidad, riéndose de todos y de su sombra. Jugando como siempre jugó a enfant terrible, cuando ya no era enfant, pero sí que tenía la posibilidad de seguir siendo terrible.
Y lo ha hecho pisando todos los charcos y metiéndose en todos los jardines, no desperdiciando ninguna ocasión de opinar sobre lo que nadie le pedía opinión y cambiando de opinión cuando la anterior ya se le había hecho aburrida, o había sido asimilada, y podía encontrar otra con la que seguir provocando a cualquier feligrés de cualquier feligresía.
Individualista a ultranza, narcisista y gustoso de sí mismo tanto como de las mujeres, la escritura, la lectura, los viajes, la soledad y sus múltiples hierbas y pócimas para el logro de la eterna juventud, FSD se fue alejando de la izquierda comunista a la que había pertenecido (cárcel incluida) en sus años de estudiante en perfecta confluencia con el alejamiento que esa misma izquierda tuvo de él cuando se fue metiendo de hoz (con perdón) y coz en los terrenos idealistas de lo mágico, lo espiritual, lo esotérico, lo tradicional y lo reaccionario.
[Muere el escritor Fernando Sánchez Dragó a los 86 años de un paro cardíaco]
Conforme España cambiaba, todo lo que pudiera mantenerle en la condición personal de liberal libérrimo y todo lo que negara, de la tauromaquia a las religiones, las bondades del progreso codificado y dictaminado por la izquierda, le venían bien para encontrar nuevas fuentes para su egotista actitud de polemista con caso, pero sin causa, y para atraer los focos que, al mismo tiempo, él mismo se empeñaba en alejar por el rechazo de su figura que con tanto esmero cultivaba.
No hablaré aquí de la inusitada deriva política de FSD, entre otras cosas porque nunca me ha interesado ni, como otras cosas en él, me he tomado en serio. Pero le conocí mucho muy a comienzos de los 80 y, en la famosa distancia corta, lo tuve desde el principio como persona sabia, de inteligencia ágil y brillante, extraordinario conversador de riquísimo y preciso lenguaje, tipo divertido y simpático caradura y muy buen amigo de sus amigos, que hoy le recordarán desde las dos orillas de todos los ríos ideológicos y de debate.
Dragó fue un extraordinario conversador de riquísimo y preciso lenguaje, un tipo divertido y un simpático caradura
Escritor y periodista titánico y bulímico, capaz de escribir de todo y de todo diez veces más de lo que se le pedía y se necesitaba —hablo por experiencia en las redacciones de Diario 16 y El Mundo—, en parte por sus nunca atenuadas, creo, necesidades económicas de sus proliferantes familias, FSD, dejando aparte su ensayo Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, nunca cuajó como novelista porque, desmedido en todo, era difícil que se atuviera a controlar una estructura y un ritmo adecuados. Así como su personalidad, al ritmo del flujo de su facundia, se desbordaba en terrenos que mejor no pisar, su escritura se desparramó en libros de más que dudosa contención.
En un último párrafo, quiero reivindicar una actividad de Dragó que, por razones de edad y por otras razones, muchos lectores no están en condiciones de reconocer: FSD fue uno de los mejores, si no el mejor, entrevistador literario, en televisión y radio, del último medio siglo. Con su atril, sus libros subrayados, anotados y marcados y sus gafas de cerca deslizándose por su nariz, Dragó, desde finales de los 70 (Encuentros con las letras) hasta hará unos quince años (Las noches blancas), entrevistó con pericia y total conocimiento de causa a los más grandes —y también a los menos— escritores latinoamericanos y españoles.
[La historia secreta de la colosal 'Gárgoris y Habidis']
Esas entrevistas están en la memoria de muchos buenos lectores como está en su corazón —en el mío, desde luego— el agradecimiento por lo mucho que contribuyeron a nuestra formación y a un grosor cultural en los medios audiovisuales públicos que hoy se ha adelgazado hasta lo irrelevante.
Uno de esos programas se llamó El mundo por montera. Es lo que ha hecho siempre Dragó, ponerse el mundo por montera, a veces sin mucha atención a los detalles. Pues ya está, ahora Fernando Sánchez Dragó se ha puesto de repente la muerte por montera, y así podemos seguir hablando de él durante un ratito. A él le gustaba mucho —con seguridad, demasiado— que se hablara de él. Y en ésas estamos. Fundador del suplemento Disidencias, en Diario 16, Dragó fue, sí, un coqueto y exhibicionista artista del trapecio de la disidencia. Sobre todo, un disidente de sí mismo.