Tanto el cine como la literatura de Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) están inspirados en el más firme espíritu de creatividad. Por estricta cronología pertenece a la generación del medio siglo, la de aquellos niños de la guerra que asumieron el papel colectivo de documentar y denunciar España bajo la dictadura. Sin embargo, desde el principio se alineó con las querencias de la promoción siguiente y de los “novísimos”.
Ello implica que se desentendió, lo mismo en la narración literaria que en la cinematográfica, del realismo; cultivó sin reservas la invención, el culturalismo, el esteticismo o la transgresión de géneros codificados y llegó a arriesgadas provocaciones metaliterarias. Esas notas se distribuyen en sus novelas Rocabruno bate a Ditirambo, Operación Doble Dos o Gorila en Hollywood. Lo mismo vale decir de sus películas Ditirambo, Epílogo o Remando al viento.
Menciono tales datos y selecciono esos títulos porque el nuevo libro de Gonzalo Suárez, El cementerio azul, es hijo, o nieto, de la sensibilidad vanguardista que todo ello representa. Con absoluta libertad, que también puede tenerse por deliberada falta de criterio temático u organizativo, junta el autor once relatos de diverso pelaje precedidos por un “Preámbulo” un tanto discordante de los demás por su condición verista que, en forma de diario, remite a una ciudad ensoñada, Varsovia, tras el rodaje de la película El detective y la muerte.
El resto de las piezas se desparraman por una imaginería fantaseadora dentro de marcos distintos que van de un minirrelato en el que un niño deja “patidifuso” a Einstein con una cabalística pregunta hasta un buen relato corto (“Noria del mar”) que tiene trazas de estampa costumbrista local, con un jardinero de una vieja casona, una criada respondona, un fantasma y una joven ahogada.
La variedad tonal es rasgo básico del conjunto del libro. Algunas piezas no se sustraen a la tentación de un humorismo burlesco. Así “Paranoia”, protagonizado por una “lata con patas”, un robot enamorado que sufre pensando que en el reciclaje le puedan convertir en una cafetera y perder así su identidad. No por casualidad el narrador es un escritor desocupado.
Humor rezuma el último texto, que pretende desentrañar una última peripecia de don Quijote antes de volver a Toledo. El cuento divaga, mientras se consumen generosas dosis de “agua de la montaña” (eufemismo del vodka), sobre lo sucedido y lo imaginado o la vida y la muerte.
Porque en realidad, en El cementerio azul se abordan o se presentan algunos serios motivos. La identidad es presencia reiterada y se ofrece como un lío de apariencias en “El color de tus ojos”. También se repite La Muerte (escrito con mayúsculas) en confrontación con la vida. Estos motivos se hilvanan en una percepción del mundo inquietante que remite al vértigo que produce la realidad. O que sugiere sus misteriosos límites, por ejemplo la vivencia de haber “despertado de un sueño en otro sueño”.
Suárez recrea impresiones y suscita misterios. O transmite en tono de chanza una impronta de escepticismo
Pero, en cualquier caso, Suárez no habla de ello con énfasis ni tremendismo. Al revés, recrea impresiones, hilvana sensaciones y suscita misterios. O transmite en tono de chanza una impronta de escepticismo sobre la realidad, como ocurre en un encuentro de sabios sobre ciencia, cultura y tecnología. Enredos, juegos, disparates, paradojas o locas fabulaciones se dan cita en este capricho narrativo que solo obedece a un sentido lúdico de la literatura.