María Victoria Atencia nació en Málaga en 1931 y, pertinaz viajera, allí ha vivido siempre. La aparición de su obra poética completa, que abarca lo publicado entre 1961 y 2011, coincide con su noventa aniversario.
Aunque en rigor no formó parte del Grupo del 50, por razones cronológicas pertenecería a esa generación literaria, la segunda de postguerra; a su sección “periférica”. Por razones literarias, sin embargo, se la podría adscribir a la siguiente, la Novísima, con la que converge, tras quince años de silencio, tanto en criterios estéticos como en lo referente a la publicación de libros, contemporáneos de los iniciales de Antonio Colinas o Guillermo Carnero, quien da a conocer su poesía al común de los lectores gracias a la edición de la antología Ex libris (Visor, 1984).
Esas circunstancias y su gusto por las ediciones minoritarias y no venales (en la exquisita tradición tipográfica malagueña) la sitúan en un territorio confuso. Por ejemplo, su lirismo (levemente anacrónico) o la importancia que da al lenguaje (su poesía, de sesgo culturalista, a rachas barroca y preciosista, es del conocimiento) serían rasgos novísimos. Su espiritualidad, cada vez más acendrada, del 50. No obstante, más allá de didacticismos, la suya es una voz clara e independiente, dueña de un mundo propio, ajena a rígidos preceptos académicos.
Badía Fumaz distingue varias etapas en su obra. La primera abarcaría sus tres primeros libros: Tierra mojada, Arte y parte y Cañada de los Ingleses. La segunda, Marta & María, Los sueños y El mundo de M. V. La tercera, El coleccionista, Compás binario y Paulina o El libro de las aguas. La cuarta, De la llama en que arde, La pared contigua, La intrusa, El puente, A orillas del Ems, Las contemplaciones y Los niños. A esta podrían unirse sus tres últimas entregas: El hueco, De pérdidas y adioses y El umbral. Esta modélica edición (con notas al final e índices) incluye poemas de plaquettes como Trances de Nuestra Señora, así como inéditos y poemas de juventud.
Maestra de la palabra exacta
Atencia escribe a lápiz. Después, borra y corrige. De esos dos momentos: surgimiento y depuración, emanan sus elegantes, sentenciosos poemas. Siempre pendiente de la “debida proporción” (“ante lo bello exacto”). “Maestra de la palabra exacta”, la llamó García Baena. “Con tendencia a la brevedad” y “al uso de verso blanco alejandrino”, apunta la editora, que destaca cuatro características: “tersura, concisión, equilibrio y serenidad”. Antonio Carvajal ha ponderado su perfección métrica y rítmica que se sirve no poco de la sintaxis y el encabalgamiento. Keefe Ugalde alude a su “poética de la atención”, realidad y mirada, sin perder de vista la huella, el hueco y el vacío (“la existencia de la ausencia”) y el misterio (lo aparente y lo escondido).
Aprende en Eliot el uso del monólogo dramático y del correlato objetivo. De San Juan de la Cruz, Dickinson y Rilke, pongamos, mucho más. Lo doméstico, la casa (donde no falta el mundo vegetal y el jardín), la infancia, los aromas, el agua y los objetos cotidianos (“huella de lo ausente”) son esenciales en esta poética autobiográfica y de la memoria que no desdeña el empleo del yo lírico (mediante personajes femeninos). Detrás, la “exploración de la identidad”.
El paso del tiempo es otro motivo de meditación, y la muerte (recurre al epitafio), asumida como “destino humano”. Una religiosidad “vivida” (de “verticalidad” habló González Iglesias), la reflexión metapoética y el amor (“ya que solo amor cuenta”) completarían sus intereses. Estamos, sí, ante una obra poética imprescindible.
Epitafio para una muchacha
Porque te fue negado el tiempo de la dicha
tu corazón descansa tan ajeno a las rosas.
Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico
y la tierra no supo lo firme de tu paso.
Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente
—tal se entierra a un vencido al final del combate—,
donde el agua en noviembre calará tu ternura
y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.
Quieta tu vida toda al tacto de la muerte,
que a las semillas puede y cercena los brotes,
te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca
sabrás el estallido floral de primavera.