No es sencillo encontrar una figura con una personalidad artística semejante a la de Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934). El cineasta y escritor ha cultivado a lo largo de su trayectoria una vocación de ruptura tan sólida que, a sus 84 años, se ha convertido en un icono de la transgresión. En el curso de la Universidad Complutense “Gonzalo Suárez: un combate contra el realismo”, celebrado durante esta semana en El Escorial y dedicado a su figura, se ha abordado desde múltiples vertientes su apuesta constante por la imaginación y la fantasía frente al realismo y las formas narrativas tradicionales.
Desde sus textos iniciáticos bajo el seudónimo de Martín Girard hasta su novela más reciente, La musa intrusa, doce ponentes —incluidos el propio Suárez y el director del curso, el escritor Manuel Hidalgo— han desentrañado su obra narrativa y cinematográfica. Su afición al boxeo, la admiración de figuras como Julio Cortázar o Sam Peckinpah, la importancia de actores tan imprescindibles en su carrera como Charo López y José Luis Gómez, la forma en que los personajes y tramas entran y salen de sus libros y sus películas, todo imbricado en la personalidad del propio artista, son algunos de los aspectos que se han tratado en cada una de las conferencias.
La última intervención ha tenido lugar este viernes. El escritor Vicente Molina Foix se ha referido a la fascinación de Suárez por los mitos y cómo estos han formado parte de su cine. En una retrospectiva sobre la idea de la duplicidad en su narrativa y un “interés por la monstruosidad elegante y muy estilizada”, Molina Foix ha comentado las películas en las que Suárez “se preocupa por las sombras interiores”, desde su primer cortometraje, El horrible ser nunca visto (1966) —“el borrador de alguien que se enfrenta al cine sin saber hacer cine”, ha apuntado el escritor— hasta Mi nombre es sombra (1996), la versión libérrima del cuento de R.L. Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
En la jornada de ayer, el crítico literario Josep María Nadal Suau desarrolló un interesante planteamiento en su conferencia acerca de la más reciente etapa novelística de Suárez mediante una estructura en tres bloques: un “mapa” con una descripción breve sobre cada título, un “paisaje” en el que señala las cualidades más reseñables y un “recorrido trazado” que define el propio autor. Nadal Suau destaca la escasa presencia del cine en estas novelas. Esta voluntad de independencia es uno de los muchos factores que define su personalidad, complementaria a una constante vocación de búsqueda y transformación, así como la referida lucha contra el realismo.
“La presencia incesante del humor, el uso de la frase breve como aceleradora de la acción o como síntesis de ideas casi aforísticas, y el juego de identidades al que somete habitualmente a los personajes” son algunos de los atributos que destacó Nadal Suau en la evolución de las novelas de Suárez. Desde la estructura convencional que plantea Suárez en Ciudadano Sade (1999) hasta la hibridación de géneros que supone La musa intrusa (2019), la narrativa más reciente de Suárez es “un camino coherente no exento de curvas donde el autor toma plena conciencia de que será la última etapa”, subrayó el crítico, cuyo mayor asombro es que “su obra siga abriendo territorios nuevos”.
Una dosis de autobiografía
El “regreso al mundo personal” en el cine de Suárez fue abordado por la crítica cinematográfica Nuria Vidal. Epílogo (1984), una de las cintas imprescindibles en la carrera del cineasta, constituye al mismo tiempo el cierre de una etapa y un punto de partida hacia otros registros. Para esta película, que cuenta con un reparto inolvidable —Charo López, Francisco Rabal y José Sacristán—, el realizador rescata a Ditirambo, el personaje que comenzó siendo su alter ego y aparece tanto en su narrativa como en su cine. En contra de lo que tanto se ha escrito, Vidal no cree que sea “una película literaria”, sino más bien “cine que habla de libros”.
Si hay una referencia literaria que interese a Suárez es el Hamlet de Shakespeare. A través de distintas fórmulas, Hamlet está presente en algunos de sus textos y también en la trama de La reina zanahoria (1977), la película posterior a Beatriz (1976). Vidal celebra que el cineasta siempre desafíe lo previsible: “Nunca la siguiente película es la consecuencia lógica de la anterior”, apuntó. Respecto a La reina anónima (1992) lamentó su injusto olvido, al tiempo que elogió la interpretación de Carmen Maura, “la única actriz de su generación que combina lo real y lo extraordinario sin caer en el estereotipo”.
Alberto Bermejo incluyó El detective y la muerte (1994) en su conferencia acerca de las fuentes literarias que han inspirado las películas de Suárez. Si La reina anónima era “un disparate” para Vidal, la protagonizada por Javier Bardem y Carmelo Gómez es “una de las mayores rarezas” del cineasta según Bermejo. Por otro lado, Parranda (1974), “un retrato fatalista y turbio”, se trata de la cinta en la que “el autor se ha sentido más poseído por el espíritu de Peckinpah, sobre todo Grupo salvaje”, dijo.
La película El portero (2000) sería la última que se proyectara en el curso —antes habían sido Ditirambo, Remando al viento y Epílogo— y la que clausurara la jornada de ayer. Los alumnos, visiblemente satisfechos con el desarrollo de las jornadas, tuvieron la oportunidad de conversar con el autor del guion y, a su vez, del cuento que sirvió como inspiración a Suárez para su adaptación al cine. No era otro que el director del curso, Manuel Hidalgo, quien remitió de nuevo al sentido del humor de Gonzalo Suárez al referirse a la participación del escritor en el guion de la película: “Si la película tiene demasiado sentido común es culpa suya”.