El escritor y director de cine Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) sólo tiene conciencia de una ocasión en la que estuvo a punto de perder la vida. Estaba rodando en el Polo Norte Remando al viento, la película más reconocible de toda su filmografía, cuando un temporal casi hunde el barco en el que se encontraba. “No me hubiera importado morir ahí”, bromeó ayer en el inicio de la conversación con el escritor Manuel Hidalgo, que puso fin a la jornada estrella del curso dedicado a su figura. “La aventura siempre ha estado presente en mi vida y en mi obra”, añadió Suárez para justificar su aparente indiferencia. Fue lo primero que escucharon en boca del director los alumnos que desde el lunes asisten al curso de la Universidad Complutense que se celebra en El Escorial.
“Cuando me siento, no sé de qué voy a escribir”, aseguraba el narrador, cuya aventura consiste precisamente en dejarse llevar. En cuanto a su combate con el realismo, constata su preferencia por la imaginación, que “no tiene prejuicios”, antes que contemplar una flor de porcelana que parezca de verdad o una flor tan bonita que parezca de porcelana. Su vocación es hacer algo “que no sea como la vida misma”, una frase que odia de tanto que hubo de reproducirla en su antiguo oficio como redactor de solapas en una editorial. “La aventura es hacer que todo sea más extraordinario de lo que parece”, apostilló.
Unas horas antes, el también narrador y cineasta Ray Loriga rememoró en su conferencia los años en que descubrió la literatura de Suárez: “No tiene la culpa del escritor que soy, pero me ofreció el impulso para intentar ser ese escritor”. Loriga celebró la capacidad del autor para “que los fértiles territorios de su obra se comuniquen —personajes y tramas que van y vuelven de sus textos narrativos a sus películas— y que no resulte un ejercicio onanista”. Además, destacó su forma de narrar, por cuanto “se corresponde con la lógica de un sueño: las cosas ocurren fuera pero tú, curiosamente, te encuentras dentro”, dijo.
El escritor Juan Bonilla, que inauguró la jornada de ayer, se aproximó a la actividad cuentística de Suárez por medio de una conferencia en la que comentó su primer libro de relatos, Trece veces trece, así como el contexto en el que se produjo. “No hay victoria mayor para un texto que trascender la fecha en la que está escrito”, advirtió poco antes de recordar que los primeros años 60 estuvieron marcados por las publicaciones de género realista. El libro de Suárez irrumpió “como un grito o un disparo en mitad de un concierto”, según el escritor. Tanto que las únicas palabras del autor en la contraportada rezan: “Mientras otros cuentan verdades de mentira, yo cuento mentiras de verdad”.
“Poner contra las cuerdas a la realidad” era el fundamento de la “Estrategia Suárez”, término acuñado por el propio Bonilla. “En aquellos años se había perdido el humor y la intención de afrontar la literatura como algarabía”, cuenta el escritor, por lo que el plan de su escritura consistía en partir de situaciones cotidianas donde, en algún momento, se quebrara el discurso mediante alguna acción o diálogo hasta alcanzar el extremo de la realidad. Es aquí donde convergen la fantasía y el absurdo, aunque el narrador “siempre se atuvo a los principios del relato clásico americano”, aseguró Bonilla.
De la literatura al cine, de la ruptura al realismo
En la ponencia “Un pacto de adaptación”, el crítico cinematográfico Fernando Lara analizó el pasado martes las películas donde Suárez “se aleja de manera radical de sus furibundas diatribas contra el realismo”. Admitió que “no es la zona más brillante de la obra de Gonzalo Suárez”, pero acceder a la industria del cine español en la década de los 70 implicaba aceptar encargos de cintas pretendidamente comerciales. Fue el caso de la adaptación para cine de La Regenta o la de Los Pazos de Ulloa para una serie de televisión, dos de las obras más representativas del género realista tan denostado por el realizador. Para colmo, dos relatos de Valle-Inclán que dieron como resultado Beatriz y que supuso rodar un guion con el que nunca se sintió cómodo —no era de su autoría— y trabajar con algunos actores por los que no profesaba especial devoción.
En la sesión anterior, el poeta, editor y crítico literario Luis Suñén se ocupó de la primera etapa novelística de Gonzalo Suárez. Sin ambages, se refirió a él como “uno de los genios de nuestra cultura en los últimos cincuenta años”. Dueño de un universo “personal e intransferible que ha vencido por K.O. al género realista”, considera Suñén que no ha obtenido el reconocimiento que merecía en este país, por cuanto “somos injustos y cicateros con parte de lo mejor de nuestra cultura”. No quiso el crítico pasar por alto la influencia de su escritura en autores como Juan José Millás o Eduardo Mendoza, quien escribió para el prólogo de La suela de mis zapatos que “el desconcierto siempre fue y sigue siendo un elemento esencial en la obra de Suárez”.
Suñén señaló la habilidad de Suárez para equilibrar los conceptos “tempo” y “tiempo” en su narrativa. El cineasta supo imprimir en sus textos una acción vertiginosa, lo cual “tiene mucho que ver con el ritmo cinematográfico”, sin que el lector se sintiera avasallado. La autenticidad de los personajes tampoco escapa al asombro de Suñén, que celebró la personalidad incorruptible —“no faltan nunca a la verdad”— de algunos de ellos. “En los libros de Suárez se mata de manera muy profesional”, bromeó al referirse a la forma en que el autor aborda el asesinato, una constante en sus novelas. Y concluyó citando a uno de los policías de Las fuentes del Nilo, el libro que recoge todos sus relatos: “Más vale matar inútilmente hoy, que tener que hacerlo por necesidad mañana”.
El periodista David Gistau fue quien profundizó en la veta periodística de Suárez, que adoptaría el heterónimo de Martín Girard para elaborar sus crónicas, entrevistas y artículos en los años 60. “Descubrió pronto que el periodismo político estaba muy patrullado por los censores, mientras que en el deportivo había mucha más libertad para experimentar con el estilo”, cuenta Gistau, que aludió también a cierta influencia del periodismo americano —Tom Wolf, Paul Giblin— en la medida en que Suárez no escondía su simpatía por los perdedores.
Precisamente en la entrevista que supuso el colofón a la jornada de ayer, el cineasta reconoció ante el escritor Manuel Hidalgo, director de las jornadas, que el periodismo le sirvió para encontrar su propio estilo. “¿Se referirá a los libros o a las películas?”, parecía preguntarse algún miembro del público. Luego Suárez se quitó de encima a una mosca insolente—“la reencarnación de mi tío Julián”— y dijo: “No soy nada cinéfilo”.