Hace un par de años, un estudio publicado en la revista científica European Neurology arrojó una nueva hipótesis para tratar de explicar el 'hechizo' de Carlos II. El último de los Austrias españoles, según un grupo de investigadores rumanos e italianos, habría padecido hidrocefalia. En esa línea apuntaban algunos síntomas que abordaron al monarca durante su enfermiza infancia: crecimiento y desarrollo mental tardíos, frecuentes episodios de vómitos y crisis epilépticas y una herencia física debida a la endogamia dinástica, la microcefalia —su cabeza era desproporcionada, muy pequeña en relación con su cuerpo—.
Sea cierta o no esta teoría, las patologías del rey al que también apodaron "el Desfigurado" han generado numerosos debates. Mucha menos atención ha suscitado la misteriosa muerte de su primera esposa, la francesa María Luisa de Orleans, sobrina carnal de Luis XIV, el Rey Sol. Falleció el 12 de febrero de 1689, una década después de la consumación infeliz del matrimonio —los problemas a la hora de engendrar un vástago probablemente haya que achacárselos a Carlos II y no a la consorte regia—. Y muchas sospechas, ya comentadas en la época, apuntaban a que pudo haber sido envenenada.
"Era una necesidad de Estado", esboza el escritor Juan Pedro Cosano, que recrea la vida de la mujer gala y la corte española en su nueva novela Nadie podrá quererle como yo (Espasa). "Hacía falta un heredero que asegurara la continuidad de la Monarquía Hispánica y María Luisa, aunque su matrimonio era salomónico, no se quedaba embarazada. No puedo afirmar que fuera envenenada, lo que digo es que hay muchos indicios que plantean la posibilidad de que lo fuera".
La infertilidad de la soberana —repetimos: el problema no estaba en su cuerpo sino en el de su cónyuge— fue motivo de mofa entre el pueblo madrileño, que le dedicó una ácida e ingeniosa coplilla: "Parid, bella flor de lis, / en aflicción tan extraña, / si parís, parís a España, / si no parís, a París". La muerte de María Luisa, barrunta el autor, no solo interesaba a los nobles españoles; también al emperador Leopoldo, a quien no le hacía gracia tener a la sobrina de su mortal enemigo en el trono de su principal aliado, y al propio Luis XIV, que no estaba contento con el desempeño de la misión que le había encomendado: ser un topo galo en el seno de la Corona española, sobre la que ansiaba ejecutar sus derechos dinásticos —lo que lograría tras la Guerra de Sucesión—.
La narración de Cosano, "una investigación pseudodetectivesca que combina la intriga, el thriller policiaco y una historia de amor", rezuma un laborioso trabajo de documentación que ya conocerán los lectores de otras ficciones suyas. "Siempre intento que mis novelas sean verosímiles, y esta creo que lo es en el sentido de que realmente la mayor parte de lo que se cuenta sucedió en realidad", dice, confesando que solo hay dos personajes inventados: una actriz y un capitán de los Tercios.
También reconoce que el libro es un intento de reivindicar la figura de Carlos II, "el monarca más desprestigiado de nuestra historia reciente": "Fue un hombre condenado por su apariencia física, pero cuando te adentras en su figura te das cuenta de que no fue tan mal rey. Ningún mal rey está en el trono 35 años. Era alguien moral que intentó rodearse de los mejores para defender el Imperio español en un momento que la situación económica era caótica. Además, resistió frente a la gran potencia europea del momento [Francia], mientras que otros monarcas como Carlos IV o Fernando VII se rindieron, en su caso ante Napoleón".
Pero la principal protagonista de la novela, con el permiso de Francisco Antonio de Bances y Candamo, el dramaturgo real, es María Luisa de Orleans. Cosano cita y utiliza varios documentos históricos, como el informe de la autopsia de la reina y las relaciones que su médico, Lorenzo Francini, y su boticario, Raymond Verdier, habían elevado al monarca. "Toda diligencia se ha hecho muy superficialmente", advirtió el segundo. También cartas entre diplomáticos europeos que construyen el escenario de un sospechado crimen.
El más singular, sin embargo, es una relación que da cuenta de la enfermedad y el deceso de la soberana gala, donde se mencionan los recelos del conde de Rebenac, el embajador francés en España, de que la sobrina del rey podía haber sido envenenada, así como la frase que una agonizante María Luisa dedicó en su lecho de muerte a su esposo: "Muchas mujeres podrá tener vuestra majestad, pero ninguna que le quiera más que yo". De ahí el título de la novela.
Esa memoria, además, evidencia que la reina tenía miedo a ser víctima de una pócima mortal, un temor que también afloró en la mente de su padre, Felipe I, el duque de Orleans. Por ello recibía periódicamente desde Francia las famosas triacas, un antídoto que acostumbraba a tomar, según atestiguó Verdier. Asesinada o no por motivos de gestación, lo cierto es que su sustituta, Mariana de Neoburgo, tampoco le podría brindar el añorado desendiente varón a Carlos II.