Lola Larumbe. Librería Alberti (Madrid)
Esta época es buena para embarcarse en la lectura de Volver la vista atrás (Alfaguara), ya casi un clásico en el que Juan Gabriel Vásquez reconstruye la apasionante historia familiar del cineasta Sergio Cabrera al tiempo que recorre las ideologías de los años 60. Muy veraniego, y con un interesante poso reflexivo, es también es Marzahn, mon amour, de Katja Oskamp (Hoja de Lata), que a través de varios personajes de este barrio berlinés, antiguamente en la RDA, plantea un análisis muy fresco y certero de los cambios sociales del siglo XX. Además, recomiendo la maravillosa y ácida Luz de febrero, de Elizabeth Strout (Duomo), a cuyos lectores habituales poco hay que decir, que perfectamente podría llamarse luz de agosto.
Paco Goyanes. Librería Cálamo (Zaragoza)
El verano, cruel tiempo de ternura, podría ser el momento propicio para conocer la literatura de Fernanda Melchor, empezando por ejemplo por su última obra, Páradis (Literatura Random House), tan heavy como un aguacero de pedrisco, o sumergirse en la La distancia que nos separa de Renato Cisneros (Alfaguara), obra en la que con mejor fortuna que otros escritores más afamados, indaga sobre el eterno tema de las relaciones padre hijo. Entretenerse sin más es un derecho al que no deberíamos renunciar. Tres buenas novelas para leer sin complejo alguno: Los días perfectos de Jacobo Bergareche (Alfaguara Editorial), La tiranía de las moscas de la cubana Elaine Vilar Madruga (Editorial Barret) y El evangelio de Elisa Victoria (Blackie Books).
Además, en estos tiempos en los que parece que el personal anda empeñado en dar carta de normalidad a la ultraderecha, deberían ser de lectura obligada los Diarios de Stefan Zweig (Acantilado), M. El hombre de la providencia de Antonio Scurati (Alfaguara), Ruta de escape de Philippe Sands (Anagrama) y Una violencia indómita de Julián Casanova (Crítica), cuatro obras que demuestran que la sensatez y la seriedad intelectual no están reñidas con la lectura placentera.
María Vázquez. Todo Libros (Cáceres)
Para acompañar las vacaciones, comenzaría con el último y memorable libro de Luis Landero, El huerto de Emerson (Tusquets), donde el escritor retoma la memoria y vuelve a trenzar de manera magistral los recuerdos del niño en su pueblo de Extremadura, del adolescente recién llegado a Madrid o del joven que empieza a trabajar. También es lectura obligada Medea a la deriva (Reservoir Books), la última novela gráfica del ilustrador y escritor cacereños Fermín Solís, una visión revolucionaria del apasionante y oscuro mito de Medea y probablemente, la primera novela gráfica compuesta por un solo monólogo. Y para los más pequeños, recomiendo Los forasteros del tiempo (SM), una saga infantil de los mismos autores de Futbolísimos, Roberto Santiago y Pablo Fernández. Protagonizada por la familia Balbuena, que vive en Moratalaz y viajan a través del tiempo, garantiza diversión asegurada.
Rafael Arias. Letras Corsarias (Salamanca)
Yo empezaría el verano con Tokio Redux, de David Peace (Hoja de Lata) el olor a podrido de Cosecha roja, lo pasa por la batidora de James Ellroy y le mete dosis extra de oscuridad, corrupción, lluvia, frío y golpes que dan directamente en el hueso. Si Hammett es Cezanne y Ellroy un impresionista que se está pasando al expresionismo, Peace es un cubista furioso que ha caído dentro del cuadro El grito a la vez que dirige una banda de jazz experimental. Seguiría con la prosa abrasadora, lúcida y extraña que conforma la terrible historia de La loca de la puerta de al lado (Tránsito). Su autora, Alda Merini fue una poeta reconocida, propuesta al Nobel, que caminó por el borde y cayó en esa trampa, y su poesía se contagia de esa sensibilidad extrema, donde lo físico y lo religioso se abrazan en una especie de visión sagrada de la vida.
Por último, me perdería en las casi cuatrocientas páginas de resplandeciente blanco y negro del cómic Monstruos, de Barry Windsor-Smith (Dolmen), cuya atmósfera cargada y morosa hace que todo el rato nos preguntemos quién es el monstruo. Windsor-Smith utiliza todos los recursos narrativos que en los años ochenta —cuando se publicó el cómic— ya estaban más que consolidados en las historias de superhéroes: la mezcla de realidad y fantasía, la presencia de un poder en la sombra, el destino trágico jugando a los dados. Te va metiendo en una atmósfera cargada, morosa. Y en el fondo, un niño mirando hacia arriba con los ojos muy abiertos y sin comprender nada.
Cèlia Estatuet. Librería Laie (Barcelona)
En estos tiempos en los que leer distopias no es una rareza recomendaría Yo que nunca supe de los hombres (Alianza), donde Jacqueline Harpman reflexiona sobre el sentido de libertad, una libertad que lo es físicamente pero que sin embargo no ofrece esperanza. Siguiendo con un tono intimista Ayad Akhtar en su libro Elegías a la patria (Roca) nos habla de lo que supone ser musulmán en EE.UU. en la era post 11-S y de lo que significa ser "americano". Por último, y para cambiar de aires, María Belmonte, en su libro En tierra de Dioniso (Acantilado), nos acerca a la Grecia del norte, a las iglesias bizantinas, a seguir el rastro de Alejandro Magno por Macedonia mientras se entremezclan la literatura de viajes, la historia y las leyendas allí donde se funden Oriente y Occidente.