Olive, again es el título original de la última novela traducida de Elizabeth Strout (Portland, 1956). Tiene sentido, porque Strout ha escrito la secuela de Olive Kitteridge, obra ganadora del Premio Pulitzer 2008, cuya protagonista es la exasperante señora Kitteridge, antipática y temible profesora de matemáticas jubilada. La ciudad ficticia de Crosby, en Maine, vuelve a ser el escenario de las vidas de múltiples personajes, interconectados con Olive, a veces por minúsculas anécdotas.
No es necesario haber leído la novela anterior de Strout, convertida, por cierto, en serie de gran éxito, para quedar atrapados en unas existencias anodinas que tienen su centro de gravedad en Olive, la irritante septuagenaria, y en el fondo buena lectora de los seres que la rodean. Los personajes de la ciudad de Crosby son egoístas, xenófobos, osados o cobardes, capaces de lo peor y de lo mejor.
Aunque el fresco narrativo se compone de trece relatos vinculados entre sí, la impresión no es fragmentaria, al contrario, las miradas que se entrecruzan y se juzgan unas a otras acaban dando una sensación de unidad, y nos entrometemos en todas las familias de Crosby, tal como hace la propia Olive. Bajo la sobriedad y la economía de la escritura hay un cuchillo de ironía que muestra el colapso de los individuos solitarios y dañados que pueblan la trama. Pero a la vez la narradora omnisciente, con los ojos implacables de Olive, descifra las satisfacciones y los fracasos.
La escritura precisa y la observación psicológica meticulosa de Strout nos implica de lleno en los acontecimientos narrados
La anciana tiene la lengua afilada, nunca pide disculpas, pero también brinda su ayuda a los mas vulnerables. Dice Alice Munro de Strout que la escritora estadounidense es “radiante”. Ambas tienen mucho en común, ya que bajo la superficie están las raíces más profundas, pero Strout es más feroz en su diseño de personajes. El impacto que producen esos seres, a priori insignificantes y patéticos, llega con una carga de profundidad que nos congela la sonrisa, aunque luego nos sea devuelta con un seco rasgo de piedad. El libro avanza hacia los deterioros de la edad, pero Olive, en la era de los ordenadores, se compra una máquina de escribir y se decide a reflexionar sobre su vida: “No tengo la menor idea de quién he sido. Sinceramente, no entiendo nada”.
Una novela llena de peripecias rocambolescas no es garante de llamar nuestra atención. Sin embargo, esta setentona metida en los asuntos ajenos, borde con su nuera, tacaña con su hijo y criticada por muchos de los habitantes de Crosby, penetra en el mundo que la rodea de un modo emocionante y turbador. La escritura precisa y la observación psicológica meticulosa de Strout nos implica de lleno en los acontecimientos narrados. Pareciera que las escenas no suceden en un plano meramente literario, sino que penetramos en la piel de los personajes.