“La historia no es una calle de dirección única, tiene muchísimas carreteras secundarias, esas que si uno recorre encuentra paisajes y personajes diferentes”, defiende Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956), catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de zaragoza y uno de nuestros historiadores más apreciados y traducidos en el extranjero. De este empeño por salirse de las sendas trilladas nace su rupturista ensayo Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica), una nueva visión de la pasada centuria en nuestro continente que pretende romper muchos mitos, poner el foco en las sombras de la historia e imbricar en un hilo común a muchos actores cuyos relatos han caminado separados en la historiografía tradicional.
“A raíz de ir a Budapest a dar clases en la Central European University en 2011 empecé a interesarme muchísimo por una visión diferente de Europa a la que nos habían dado en las universidades de Europa Occidental y Estados Unidos”, explica Casanova, que advirtió que esa visión sesgada negaba el importante papel que jugaron otras regiones del continente. De ahí nació su idea de escribir “un relato que englobara la interrelación existente entre todos los sistemas políticos, culturales y religiosos y el peso de la lucha de clases, las ideologías, el imperialismo…”. El eje que encontró fue una violencia desatada que impregnó todos estos aspectos, una violencia compleja y enmarañada cuya lógica el historiador pretende desentrañar presentando “a sus autores y causas y derribando los tópicos que ha habido sobre ella, normalmente vinculados a la existencia de odios ancestrales entre países”.
Pregunta. Arranca el libro aludiendo a la nostalgia de esa generación, personificada en Churchill, que vivió las dos guerras mundiales, ¿realmente fue su juventud ese gran remanso de paz o es una visión equivocada al no tener en cuenta los conflictos locales y coloniales?
Respuesta. Quería empezar contextualizando lo que fue el final del siglo XIX, porque de aquí nace un gran equívoco. Siempre se nos había dicho, y los historiadores lo hemos defendido, que desde Prusia y Bismarck había habido una gran paz que se rompió en 1914. Esto es esencialmente cierto en Europa occidental, pero nunca se había hablado en profundidad de que esos mismos europeos que invocaban el progreso y la civilización estaban aplicando en sus colonias políticas de violencia e incluso de exterminio. Cuando la gente creía que en Europa todo era perfecto en las colonias se estaba dando una situación que explotaría con fuerza en la cara del continente años después, pues legitimaría a nivel social ciertas prácticas hasta entonces inadmisibles como el ataque a civiles.
P. Sin embargo, sostiene que los grandes actos de violencia del siglo XX no fueron tan inevitables como se nos ha hecho creer tradicionalmente, ¿cuáles son las principales raíces de la violencia que explota en el siglo XX y qué motivaciones empujaban a los gobernantes?
R. Los hilos conductores que desembocan en la Primera Guerra Mundial estaban ya tendidos, pero fueron las élites, y en menor medida la propia sociedad, quienes se encargan de tensarlos cuando podrían no haberlo hecho. El primero es el concepto de nación, la apología de la nación teñida de imperialismo y racismo, pues no había entonces una nación que no se sintiera orgullosa conquistando territorios de pueblos considerados inferiores. Muy vinculado a ello estaba el militarismo, el culto a los ejércitos y la importancia de las conmemoraciones. A esto se sumó el recrudecimiento de la lucha de clases, que en su versión más radical plantea la historia como un apocalipsis tras el cual habrá un paraíso terrenal a costa de los ricos, algo muy importante para entender la violencia de revoluciones como la rusa. Y, por último, los estertores de los grandes imperios hicieron entrar en juego factores como la raza y la religión, largo tiempo dormidos. Toda esta mezcla explosiva y su mala gestión desembocó en esa violencia indómita que marcó el siglo.
"En toda Europa hay hoy en día batallas en torno a monumentos, calles y relatos del pasado, algo que hace unas décadas parecía solucionado"
P. Un elemento clave de su libro es que deshecha las divisiones clásicas que la historiografía ha acomodado al siglo XX: que iría de 1914 a 1989, y se partiría por la mitad tras la posguerra. ¿Qué hay de falso en este relato y qué nuevas lecturas nos ofrece desecharlo?
R. El que acuña esto del siglo corto es Eric Hobsbawm en su libro Historia del siglo XX, y lo hace porque pertenecía a una clase dominante, la élite francesa, británica y alemana, que es la que tiene esa sensación de que hasta el 14 las cosas estaban controladas y después no. Pero muchos historiadores hemos decidido complicar el panorama y desechar esta visión hegemónica porque creemos que no casa con lo ocurrido en los Balcanes, en el Este o en países como España, así que hemos ampliado un poco el foco. Una ampliación más que necesaria, porque la sociedad europea del siglo XX, lejos de esa visión triunfal de que hubo una segunda mitad democrática respecto a una primera atroz, tiene por todas partes grietas y cicatrices muy difíciles de curar. Algo que demuestra el actual debate político, pues en toda Europa hay hoy en día batallas en torno a monumentos, calles y relatos del pasado, algo que hace 30 o 40 años parecía solucionado.
Ampliando la visión de Europa
En este reposicionamiento de la historiografía, Casanova concede un papel clave al Este, epicentro de los grandes acontecimientos del siglo XX, desde la Revolución rusa hasta el desenlace decisivo de la Segunda Guerra Mundial, y, sin embargo, orillado en perjuicio de una lectura fiable de nuestro pasado. “La historia que siempre se estudió no ofrecía una visión conjunta de Europa, si no despiezada por países, y el Este apenas existía más que como una anomalía. Su historia demuestra que la visión de que la guerra sólo existió de 1914 a 1918 es terriblemente limitada, pues en el Este ya existía y después continuó. Igual que tras el 45, pues allí hubo una gran escalada de violencia hasta los años 50 centrada en purgar el fascismo y establecer el comunismo”.
Además, el historiador señala otra gran anomalía en este relato utópico de la segunda mitad del siglo XX, el de las dictaduras del sur de Europa, que tampoco encajan en ese mito de la Europa posbélica. “Durante todo el libro hay una explicación del siglo XX español: del militarismo, de las colonias, del papel de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la República, la Guerra Civil, el franquismo…, pues no son hechos ajenos a lo que ocurre en toda Europa”, explica el historiador. “Pero el valor fundamental es que en este camino no dejo sola a España, la sitúo con Portugal, otra dictadura previa a la Segunda Guerra Mundial y con Grecia, porque, aunque más tarde, plantea una dictadura muy similar a las de Franco y Salazar. Me parecía capital relacionar la historia de estos tres países con la historia europea, pues siempre se cuentan como tal y tienen características propias, como regímenes no democráticos que explican muchas cosas de la actualidad”.
P. Los años de paz en Europa vieron por el contrario un gran auge de la violencia en el mundo descolonizado. ¿África, Asia y América Latina han dicho ya adiós a esos estallidos o todavía están en peligro de vivir guerras?
R. América Latina definitivamente no ha dicho adiós, porque tiene, sobre todo en Centroamérica, México y Colombia, una violencia endémica de muy compleja erradicación. África tiene ejes de desestabilización muy importantes como Nigeria, un país potentísimo, pero con unas desigualdades profundas. Ahora bien, el militarismo entendido como guerra entre países creo que está bajo control. Siria, hablando de Asia, es un ejemplo, nadie ha entrado en una guerra abierta, aunque hay atrocidades continuas que vemos por televisión. Las guerras no han desaparecido, quizá sí entre estados, pero ahora hay muchas más guerras civiles, por eso llaman menos la atención.
"Ningún lugar está libre de un estallido de violencia pero no se debe buscar la causa en el legado histórico, sino en qué es capaz de hacer la gente hoy"
P. Defiende que la última guerra europea, la de los Balcanes, está teñida de un mito de violencia, que allí ésta nunca ha sido mayor que en otras regiones del continente. ¿Por qué persiste esta visión de que era algo inevitable? ¿Podría volver a suceder un conflicto de escala similar o los agoreros son solo eso?
R. Esa idea de los odios ancestrales en los Balcanes ha sido paulatinamente desmontada por los historiadores, que han advertido que las luchas étnicas son el final, el colofón del conflicto, no el principio. Fue la consecuencia de la quiebra del poder yugoslavo. La clave de esta guerra es la capacidad que tuvieron las élites, en el momento de la desintegración de Yugoslavia, de buscar identidades y de movilizar a la sociedad, como se vio de forma clara con Milosevic. Culpar del conflicto a odios ancestrales es igual de incoherente que hablar hoy en España de guerracivilismo y de los dos bandos, como si este país hubiera estado siempre en guerra civil. Una guerra futura dependerá de cómo se estabilizan los territorios, lo vimos con Kosovo, conflicto que llegó hasta el siglo XXI. Ningún lugar está libre de ese estallido de violencia, pero no se debe buscar la causa en el legado histórico, sino por lo que será capaz de hacer la gente de hoy.
P. Entre todas esas miradas periféricas, su libro presta atención especial a otro tipo de violencia silenciada durante años, la ejercida sobre las mujeres en forma de violaciones, humillaciones, castigos… ¿por qué se interesó por estos hechos ocultos hasta hace poco?
R. Historiográficamente fue la Guerra de los Balcanes, donde se reeditó esta violencia hacia las mujeres, la piedra de toque para comenzar a estudiarla. Me parece un hilo conductor muy interesante pues es una parte sustancial de la historia de Europa que ha sido esquilmada y cuyo conocimiento completa el puzle. La investigación histórica requiere un oficio, una forma de buscar las fuentes, de filtrar, de leer críticamente sobre el pasado y de hacer preguntas constantes al material investigado. La pregunta fundamental que me hice fue ¿por qué toda esta violencia sexual? En un momento en que la mujer ya tenía su lugar en la historia y en la sociedad, tras los logros del sufragismo y las heroicidades de las milicianas, toda esta violencia seguía siendo tabú. Y eso debe cambiar. Buscar estas miradas silenciadas es uno de los grandes retos de la historiografía actual y futura.
Retos de futuro
P. Al hilo de esto, participó hace poco en El Cultural en un debate sobre esos retos y decía que la historiografía española parece encerrada en sí misma, ¿por qué no hay grandes historiadores expertos en otros países?
"El gran reto de la historiografía española es superar el provincianismo, empezar a hacer estudios comparados y tener especialistas en otros países"
R. Mientras no haya un Eliot o un Preston español, alguien especialista de prestigio internacional en la Revolución industrial británica, en Weimar, en la Revolución rusa, que viaje, que se sumerja, la historiografía española no estará en los grandes debates internacionales. En los últimos años ha habido un avance, pero no es suficiente. Hay varias causas. La primera es que las becas de estudios siempre las dan organismos autonómicos o provinciales que siempre priman los temas locales frente a los internacionales. Un segundo punto importante es que la historiografía española se ha traducido poquísimo al inglés debido al hispanismo tan potente que tenemos, que ha actuado de barrera para toda una generación. El gran reto es ese, superar el provincianismo, el localismo identitario, empezar a hacer estudios comparados y tener especialistas en otros países. Hay jóvenes que lo están haciendo, pero menos que en ciencias.
P. Su libro finaliza con el siglo, en el año 2000, pero hoy, sin entrar en paralelismos con los años 30 que muchos gustan de hacer desde hace unos años, ¿la violencia y la polarización vuelven a ser elementos clave de la política? ¿Qué puede suponer esto en el futuro?
R. Hay signos preocupantes, pero en el año 20 de este siglo todavía no hemos tenido un 14. No ha aparecido algo parecido al fascismo ni a la fuerza revolucionaria rusa. La pregunta es si la creciente desigualdad es suficiente para que aparezcan de nuevo ejes militaristas en Europa. Yo confío mucho en la sociedad europea, en que el pacto que hemos hecho las grandes sociedades civiles para que los que tienen las armas nos cuiden a cambio de que ellos respeten los derechos mínimos y básicos, algo que hoy nos parece obvio y fundamental, pero que no lo era hasta el 45 y hasta después en muchos sitios como España, sea garantía suficiente para poner límite a la violencia. Mi esperanza va por ahí. Son momentos muy duros, de mucha acidez, de mucho debate político, mediático, pero me da mucho más miedo lo que está pasando en ciertos países del Este o con Trump en Estados Unidos que el control que todavía veo en los países occidentales, incluyendo a España, donde no hay ruidos de sables desde hace mucho tiempo. Es muy importante el papel de las sociedades civiles, hasta donde quieran llegar para controlar estos posibles elementos. Veo ecos del pasado, pero creo que el futuro será mejor que este pasado. Estoy deseándolo.