
Mónica Randall y José Sazatornil en 'La escopeta nacional'
'Sexo en el franquismo': menstruar, masturbarse y otros pecados imperdonables
Manuel Espín publica un ensayo en el que repasa las dinámicas sexuales en la dictadura y sus consecuencias en la vida de los españoles.
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"Solamente los pueblos de familias fecundas pueden extender la raza por el mundo y crear y sostener imperior. La vitalidad demográfica acrecienta la personalidad internacional y la potencia militar [...] la familia cumple sus altos destinos históricos siendo relicario de la fe, de patriotismo y de voluntad de grandeza". Así defendía la Ley de Protección a las Familias Numerosas de 1941 el que iba a ser el único motivo lícito para mantener relaciones sexuales durante el régimen franquista: procrear, procrear y nada más.
Era una cuestión que, además, solo tenía cabida en el seno de un matrimonio católico. Y así se hizo saber en la legislación. El régimen reconocía a la familia en el Fuero de los Españoles como "institución natural y fundamento de la sociedad, con derechos y deberes anteriores, superiores a toda la ley humana positiva". Todo lo que ocurriera fuera de esta era, por tanto, lascivia pecaminosa, que, para empeorar la situación, guardaba peligrosa relación con el libertinaje asociado a la época de la Segunda República. La gran Cruzada de Franco también se había hecho para sofocar el pecado nacional de la lujuria.
Y así, de la mano de los —aparentemente— muy devotos y castos vencedores, nacía un nuevo paradigma sexual que era una respuesta extrema y opuesta a todo lo que había representado el sistema de gobierno anterior. Una reacción tan desaforada que ni sus propios adeptos lograron estar en muchas ocasiones a la altura de las reglas de la buena moral. En Sexo en el franquismo (Almuzara, 2025), el doctor en sociología Manuel Espín recorre los años de la dictadura para analizar las conductas sociales que afloraron a partir de las férreas imposiciones de Iglesia y Estado.

El título, eso sí, puede confundir. No es sobre el acto sexual propiamente dicho en lo que se concentra Espín, sino en las consecuencias más bien sociales de la nueva coyuntura en la que se intenta constreñir lo indomable. Son éstas de diferente índole pero siempre provistas de generosas raciones de hipocresía y doble rasero. En muchas ocasiones, estas situaciones terminaban con resultados dramáticos para los que carecían de los privilegios y el beneplácito de las altas esferas.
También para aquellas que, incluso perteneciendo a los grupos mejor posicionados, sufrían una discriminación más antigua que el morir que era ahora reforzada por los credos del nuevo régimen. Era el caso de la mujer, para las que se empleaba una vara de medir distinta al hombre en sus obligaciones conyugales. Al varón se le concedía licencias extramatrimoniales impensables para su equivalente femenino, siempre bajo la premisa de que éste tenía unas necesidades fisiológicas que era impensable aplicar en el otro género.
A ellas les correspondía el cuidado del hogar y la familia. También el hacer gala de un pudor que salvaría al hombre de la tentación. Esto traía consigo situaciones en las que, de descubrirse relaciones extramaritales, la que acababa con la honra herida de muerta era ella, no él. Más en el caso de que se diera un embarazo en el proceso.
El mal menor de la prostitución
Era un fariseísmo que no terminaba en el hogar conyugal. La prostitución era concebida como una válvula de escape que aliviaba los impulsos del hombre y reforzaba la unidad familiar. Era un mal menor para asegurar que no habría una liberación sexual del resto de mujeres "decentes", que, libres de la urgencia masculina y la insistencia de estos, se mantendrían castas.
"Las mujeres prostituidas asumían el peso de la responsabilidad en la corrupción moral mientras a los usuarios de sus servicios apenas se les molestaba; su paso por ese tipo de establecimientos se consideraba una expresión de hombría y virilidad", explica Espín. Las prostitutas eran, a fin de cuentas, los chivos que expiaban los pecados de los hombres "de bien".
Las circunstancias que habían empujado a estas mujeres a la prostitución eran diversas, pero tenían un factor común: el hambre inclemente que atenazaba a la sociedad española durante los años de posguerra. Lejos de ser las irredentas habitantes de un mundo de pecado y perversión, apunta Espín, "las prostitutas de esa época podían ser mujeres que se persignaban antes de recibir al cliente, o se confesaban con frecuencia aún a riesgo de recibir severas reprimendas por sus pecados". Y añade: "Se ha descrito el caso de empleadas que desfilaban en las procesiones aprovechando que Jueves y Viernes Santo eran los únicos en que las casas de citas no estaban abiertas".
Pero, continúa Espín, "lo que parecía preocupar no era la situación de unas mujeres en la más baja escala social a las que públicamente condenaba, sino lo que su visibilidad pudiera representar de cara a la imagen de la moralidad pública". Como refería la máxima que se hizo famosa durante el franquismo, tan solo existía aquello de lo que se hablaba. No importaba lo que estuviera sucediendo, tan solo aquello que fuera vox populi. Las casas de tolerancia, recintos de apariencia normal gestionados por una madame donde las mujeres se prostituían bajo una necesaria discreción, se popularizarón durante aquellos años.
Espín revisa muchas de las derivadas del puritanismo de Estado propugnado por la Iglesia. Cuestiones como la masturbación (que se decía que provocaba debilitamiento de huesos, merma de la calidad de la sangre y favorecía la aparición de terribles enfermedades) salen a colación durante el ensayo. También el estigma de la menstruación, tabú absoluto durante estos años fundamentado en un miedo al cuerpo y la expresión de la naturaleza.
Es llamativo también el capítulo dedicado a la censura, en el que se muestran los diferentes mecanismos que se empleaban para amoldar la producción artística a la visión del régimen. El abanico de posibilidades era amplísimo, desde la prohibición de la publicación de multitud de obras por su "lascivia", "poco decoro" y "desvergüenza", al empleo de tinta china para disimular los escotes de las actrices internacionales en carteles y fotografías de revista. Ímprobos esfuerzos para proteger las mentes de una sociedad timorata.