La gran cacería, reconoce Juan Mayorga, nació en una noche de insomnio, en un barco que regresaba de Sicilia. Hallándose el dramaturgo en esa tesitura, su cabeza se trasladó a otras dos embarcaciones que había visto representadas en varios mosaicos distribuidos por la isla: el de la historia de Noé en la catedral de Monreale y el de La gran cacería, en la villa romana de Casale. En ambos recordaba Mayorga cómo entraban y salían animales... cuando por megafonía le “invitaban” a participar en un simulacro de catástrofe.
No tardó el actual director de La Abadía en llevar al papel una experiencia que ahora se materializa sobre un escenario, el 17 y 18 de noviembre en la Sala Cuarta Pared, dentro de la programación del Festival de Otoño y con la producción del Teatro del Barrio. La obra, protagonizada por Will Keen, Francisco Reyes y Ana Lischinsky, está realizada con un montaje muy físico. “Pensaba que podían intervenir danzantes representando animales –reconoce Mayorga a El Cultural–. Durante buena parte del proceso fueron fundamentales el trabajo y la conversación con mi amiga la coreógrafa y bailarina Sol Picó. Creo que puede decirse que Will Keen, sin ser un bailarín profesional, baila”.
El trabajo con el actor británico ha durado años. Un proceso que, entiende el autor de La lengua en pedazos (cuya versión cinematográfica, realizada por Paula Ortiz, se estrena el próximo 24 de noviembre), ha sido muy enriquecedora gracias a las incorporaciones de Reyes y Lischinsky, que han conseguido reflejar el Mediterráneo como algo “maravilloso” pero también como un “escenario de violencia”. Mayorga subraya esta última característica al considerar que hoy muchos “seres humanos que pierden su vida intentando encontrar una vida digna”.
“¿De verdad alguien puede dormir tranquilo?”.
“En el mundo hay seres humanos tratados como animales y seres humanos que se comportan como animales”. Juan Mayorga
El proceso de escritura de La gran cacería parte de la pregunta de Walter Benjamin. Mediterráneo, sueño y violencia son hoy desgraciadamente tres patas de una actualidad ineludible. “Me temo que hoy, de nuevo, en Europa y en el mundo hay seres humanos tratados como animales y seres humanos que se comportan como animales”. Y añade: “El personaje insomne trata a los espectadores, a su vez, como insomnes a los que pregunta: ¿Conseguiría dormir si supiese qué me quita el sueño? Y vosotros, donde quiera que estéis, ¿sabéis qué es lo que os quita el sueño”.
Mayorga interpela así al espectador, que participa con esta vigilia en un mosaico teatral junto a Goethe y a otros personajes (animales y humanos). Lo anticipa al comienzo del texto: “Goethe no visitó la catedral de Monreale. Lo leí sin darle importancia, pero hoy, después de haber entrado en ese lugar, me resulta incomprensible. ¿Será eso lo que no me deja dormir? El otro pasajero con el que comparto camarote sí duerme, o finge hacerlo. Cada noche, la víspera de llegar a un sitio, he leído las páginas correspondientes de Viaje a Italia, que Goethe terminó treinta años después de su aventura, seis más tarde de la Teoría de los colores. ¿Quizá sí visitó la catedral y luego lo olvidó? No lo creo”.
Las descripciones de Mayorga en la detallada introducción de su hermoso texto son, en realidad, apuntes de viaje, una bitácora sentimental y reflexiva que inunda la escena de un pensamiento desbordado por la fascinación: “No tomé buenas fotos. No soy buen fotógrafo, y no disparé con el cuidado que hubiera puesto de saber que una noche iba a presentarlas en un teatro. No fui a Sicilia a tomar fotos. No hubiera usado una cámara con una lente manchada. Ni siquiera las tomé desde buenas posiciones de disparo, ya que se estaba celebrando una boda y habían restringido el acceso de visitantes a la mitad trasera del templo”.
El académico y Premio Princesa de Asturias de la Letras, considera que el mosaico romano sobre el que orbita todo el montaje es una obra de arte “bellísima” y también “un documento del colonialismo”. Desde el punto de vista del personaje insomne, detalla, expresa que Roma puede llegar a cualquier rincón de la Tierra y traerse a sus bestias para exhibirlas en los circos del imperio como signo de poder: “También es muy bello el mosaico de Monreale, que representa la historia de Noé, que comienza en la decepción de Yahveh por la violencia a que se han entregado sus criaturas. Ambos mosaicos tienen, por tanto la violencia en su centro”.
El protagonista de La gran cacería, una producción del Teatro del Barrio, es, como Mayorga, un europeo que viene de visitar Sicilia y vive un insomnio y un simulacro de catástrofe. “En otras cosas no nos parecemos tanto”, aclara. Sobre las similitudes con la mitología de la Odisea de Homero, sentencia: “Todo viaje es la Odisea pero el protagonista de mi obra no es ningún héroe, ni tiene una Ítaca a la que volver. Su deseo es más bien lanzarse al agua y, quizá, volver a la tierra en un lugar donde nadie lo conozca y en el que vivir bajo un nuevo nombre”.
El final del texto afronta un mar en calma (o lo parece). Y el autor piensa que en el fondo del océano hay esqueletos de animales bellísimos y que un tiburón está mirando el cuerno de un rinoceronte: “Pienso en los animales encerrados en el arca, en medio del diluvio. Pienso en los animales capturados por Roma en medio del naufragio. Quizá, durante unos instantes, el naufragio les devolvió la libertad. Quizá la tormenta abrió sus jaulas y tomaron el barco. O quizá las abrió el esclavo, sabiéndolo todo perdido”.
Próxima parada en La Abadía con La colección, interpretada por José Sacristán y Ana Marzoa.