Despreciado intelectualmente por las instituciones alemanas y la élite cultural parisina, forzado al exilio errante y vagabundo por el delirio megalómano y racista de su patria, borracha de nazismo, y muerto finalmente en un pueblo perdido de la frontera hispanofrancesa donde se suicidó debido a la desesperación. La vida de Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940) fue fiel reflejo de la época que le tocó vivir, esa brutal primera mitad del siglo XX donde tantas cosas desaparecerían para no volver jamás. Pero entre tanta oscuridad, el filósofo alemán fue capaz de alumbrar una obra límpida y luminosa cuya influencia ha ido creciendo exponencialmente tras su muerte hasta ser capital en la actualidad.
El pensamiento de Benjamin, que enlazaba a través de iluminaciones o chispazos el pasado y el presente formando constelaciones críticas, ha determinado que su obra sea discontinua y poliédrica, además de vasta si se tiene en cuenta que fue realizada en breves, traumáticos y apresurados años. Su pensamiento se vierte sobre todos los ámbitos imaginables: la literatura y la sociedad, la religión y el arte, la historia y la teoría, las instituciones... Nada es demasiado grande ni demasiado pequeño como para no hallar en el lenguaje benjaminiano un instante de atención o una tentativa.
Aunque su brillantez sea inimitable, su método ha influido en el modo de investigar de varias generaciones, inspirando algunos extractos de pequeños ensayos trayectorias intelectuales enteras. En su estela, la fascinación ha suscitado multitud de proyectos editoriales como los que ahora inunda nuestras librerías.
La brecha para acercar a Benjamin al lector español fue abierta en 2006 por la editorial Abada, que se propuso reunir la dispersa y ecléctica obra del autor en once volúmenes (van por el sexto) que desplegaran el pensamiento del filósofo alemán en sus múltiples registros, de la extensa indagación estética al aforismo, del relato autobiográfico al ensayo o a la narración. Pero entre la nueva hornada de publicaciones destacan obras como Mediaciones, una colección de fragmentos y misceláneas seleccionados por Pilar Carrera y Jenaro Talens publicada por Malpaso, que además alumbra como complemento Las moradas de Walter Benjamin, un exhaustivo ensayo de la propia Carrera sobre la escurridiza escritura del autor.
Por su parte, Eterna Cadencia, que el año pasado lanzaba Carrusel Benjamin, un ensayo de la argentina Mariana Dimópulos que se adentra en la dialéctica entre materialismo y teología desarrollada por el alemán, recupera ahora el conocido texto La tarea del crítico, que refleja el afán de reconocimiento de Benjamin en este campo. La nueva editorial La Moderna (en digital e impresión bajo demanda) propone también una nueva traducción de José Aníbal Campos de uno de sus ensayos más emblemáticos, La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnica. Y viajando del ensayo a la novela, la escritora Roser Amills opta por la ficción en Asja. Un amor de dirección única (Comanegra) para poner de relieve la figura de la directora de teatro letona Asja Lacis, que fue amante de Benjamin en los años 20 y a la que llegaría a visitar en Moscú y Riga.
Benjamin en España: refugio y tumba
Entre toda esta avalancha destacan dos libros que se ocupan de las estancias de Benjamin en nuestro país, una fecunda y la otra fatal. Periférica reedita Experiecia y pobreza, la recreación que hace Vicente Valero de los pasos ibicencos de Benjamin, que estuvo en la isla en dos periodos en los años 32 y 33. "Ibiza fue para Benjamin una especie de de tregua entre su vida previa y lo que vendría después, fue el comienzo de su exilio, y él parece consciente ya de ello en todo momento mientras pasea por la isla", asegura el escritor. Para el alemán, su estancia en la isla supuso "un inesperado viaje a la memoria del Mediterráneo y un encuentro fértil y creativo con la naturaleza, que para un pensador urbano como él significó una rara inflexión en la trayectoria de sus escritos".
También supuso un cambio a nivel creativo, pues durante su época ibicenca, Benjamin se ocupó más de literatura que de filosofía. "Se dedicó a reflexionar sobre el arte de narrar y puso en práctica sus teorías, se convirtió en narrador y escribió siete relatos. Además, se ocupó de la memoria y de la infancia, y en Ibiza surgieron, primero, el libro Crónica de Berlín y poco después, los primeros capítulos de Infancia en Berlín hacia 1900". Sin embargo, Benjamin desarrolló asimismo el embrión de ideas que expandiría años más tarde, "como su concepto de que para él implicaba memoria viva y había tenido siempre en la narración a uno de sus transmisores más importantes, y que aparece extensamente en su largo ensayo El narrador".
De los felices días de Ibiza pasamos a un momento trágico ocurrido en septiembre de 1940, cuando Benjamin llega a Portbou y le es denegada la salida de España, causa última de su trágico suicidio. Hasta el pueblo pirenaico en busca del rastro del escritor viaja Álex Chico en Un final para Walter Benjamin, un cruce entre crónica de viajes, ensayo y novela que convierte un viaje detectivesco en una aguda reflexión sobre la ética y la estética benjaminianas. "Descubrí que autor y territorio podían explicarse mutuamente, como si ambos se hubieran estado esperando durante mucho tiempo", explica el escritor, "me di cuenta de que Portbou podía explicar a Benjamin, que parte de su imaginario encontraba un espléndido correlato con la geografía y la historia de ese pueblo fronterizo".
Para Chico, Benjamin, que pasó su vida huyendo, es "un desplazado, alguien condenado a la movilidad". De todas formas, sin el exilio, la pobreza o la falta de reconocimiento que marcaron su vida, "Benjamin seguiría siendo un gran autor, porque su pensamiento puede abordarse desde perspectivas muy variadas. Quizás ahí resida una de sus grandes aportaciones, en la forma en que logró construir una obra que pueda ser analizada desde múltiples campos", opina el autor, que sin embargo se muestra cauto a la hora de responder quién fue realmente Walter Benjamin. "Afortunadamente nunca habrá una única respuesta a esa pregunta, porque si la hubiera no sentiríamos la necesidad de volver a él una y otra vez". Sobre su final, asegura que "Benjamin muere de una forma muy parecida a lo que había imaginado sobre la muerte, como si la escritura fuera un augurio o un anticipo de su manera de desaparecer del mundo".
Del papel a las tablas
Pero no solamente en las letras se deja sentir en nuestro país la influencia de Benjamin. Amigo íntimo de un titán de la escena como Bertolt Brecht, quien heredaría maletas, baúles y manuscritos del filósofo, la filosofía y el pensamiento de Benjamin han inspirado recientemente a algunos de nuestros maestros teatrales. En una reciente entrevista concedida a El Cultural con motivo de su exitosa obra La autora de Las meninas, Ernesto Caballero aseguraba que el autor "dio en el clavo cuando afirmó que el arte perdería su 'aura' por la promiscuidad reproductiva. Creo que Benjamin fue también quien dijo que ese aura se traspasaría de la obra al autor. Tal subjetividad es una conquista de la modernidad y está detrás de las constituciones occidentales".
Por su parte Juan Mayorga exploraba en El cartógrafo, de la que pronto se cumple un año, la intención benjaminiana de rehabilitar la voz muda de los excluidos de la historia, pues el alemán pensaba que existía un pasado con dos caras: un pasado reservado a los vencedores, que es celebrado y enseñado, y un pasado abandonado a los vencidos, que se niega y olvida. Además afirma que la enseñanza más valiosa del filósofo es "su actitud radicalmente crítica, que se vuelve siempre contra su propio discurso. En su obra, tan vacilante, tan tensa, nunca hay un sí sin un pero". En esa misma línea indaga Sanchis Sinisterra, que en su próxima producción El lugar donde rezan las putas o que lo dicho sea, que estrena en marzo en el Teatro Español, establece también una reivindicación de la exigencia moral benjaminiana de recordar a las víctimas y a los silenciados de la historia.