César Oliva
En el teatro el peor parado ha sido el autor
6 marzo, 2003 01:00César Oliva. Foto: Javier Adán
En el primer tercio del siglo XX el teatro español vivió su época dorada; había compañías con un centenar de obras en su repertorio, autores para todos los géneros que no paraban de estrenar y una enorme afición que mantenía el negocio de la escena. En los últimos 25 años el panorama no puede ser más dispar: el Estado ha sustituido al público y al empresario privado y el teatro lleva camino de convertirse en un artículo de lujo. Cómo ha sido esta evolución lo cuenta César Oliva en Teatro español del siglo XX (Ed. Síntesis), una didáctica y amena historia del periodo en el que no sólo analiza la literatura dramática producida, sino también los otros oficios escénicos que la han conformado.
-¿Por qué una nueva historia sobre el teatro español del siglo XX?
-Estaba interesado en ofrecer una visión global y más completa del teatro del siglo XX, que tuviera en cuenta el primer tercio de siglo, y además, que me permitiera detenerme en cada periodo. No quería dar una mera relación de nombres, sino intentar explicar al lector que el teatro, y no la literatura dramática, es algo que contamina, que en él tiene tanta importancia el productor que decide montar una obra como el actor o el autor; que el texto es lo que permanece pero el teatro no es algo ingenuo o vírgen, sino proclive a la contaminación porque en él se integran muchos oficios.
-Valbuena Prat, Francisco Ruíz Ramón, y pocos más. ¿Por qué hay tan pocos libros que abarquen la historia del teatro del siglo XX?
-Porque es muy difícil y esos que menciona, que por supuesto admiro y son una referencia ineludible, han escrito historia pero de la literatura dramática. Yo tengo a mi favor que he sido cocinero antes que fraile, he hecho teatro, empecé en el teatro universitario como actor y sé como eran los empresarios de antaño y los de ahora. Y no tendría esta visión si no hubiera pasado por ello. Cada capítulo del libro intenta situar al lector en el contexto social, hablar de cómo se organizaban las compañías, quiénes eran los empresarios, los locales, el público, para destacar finalmente a los autores. Mi libro ofrece la perspectiva del que contempla el teatro no sólo desde el patio de butacas, también desde el escenario.
-En su opinión, cuál fue el periodo de mayor esplendor de nuestra escena, entendiendo por ello el momento en el que público, autores e innovación van de la mano?
-Sin duda, de 1920 a 1930, son años en los que se produce un número increíble de estrenos. Distintas compañías ponen en escena un mismo título. Se habla de crisis, pero de calidad. Tantísima producción como había era lógico que se hiciera de forma muy precipitada, con cuatro o cinco días tan solo para ensayar. Y luego estaba el potencial del teatro experimental, de las vanguardias. Era un panorama increíble que no se ha vuelto a repetir. Quizá ocurrió algo parecido con el teatro independiente de los años 70, que también fue muy rico, pero no tuvo esa conexión con el teatro comercial.
Valle, Lorca y Buero
-¿Y qué tres autores destacaría de este siglo?
-Hay que diferenciar entre los autores más representados y aquellos que apenas tuvieron presencia en los escenarios pero sí se valora su literatura dramática. La comparación entre Benavente y Valle Inclán ilustra estas dos posturas. Valle-Inclán es hoy uno de los más grandes y, sin embargo, fracasó con el público mientras lo contrario le ocurrió a Benavente. Luego señalaría a Lorca porque fue capaz de conciliar el teatro comercial y las vanguardias y, finalmente, el gran baluarte del teatro comercial que no olvida el teatro experimental, Buero Vallejo, de gran entidad ética y de enorme valía.
-Usted señala en su libro que a partir de los años 80 se ha producido en el teatro una inversión de funciones, de forma que el Estado ha relevado al empresario de teatro y a la taquilla. ¿Eso es malo?
-Es el síntoma del mal, o mejor dicho, el síntoma de la realidad. Este fenómeno, que arranca desde la transición política a nuestros días, es sorprendente en la historia del teatro, pues nunca se había dado un cambio organizativo tan brutal. Hoy no hay empresario que no produzca sin subvención, o gira que no cuente con ella, o producción que piense sólo en la fuerza de la taquilla. El fenómeno es tan novedoso en toda la historia del teatro que ya preparo otro libro dirigido a analizarlo.
-Siempre ha habido un teatro de corte.
-Sí, pero no es comparable. Calderón o Lope se benefician de un teatro cortesano pero no es comparable con el teatro popular, el de los corrales, del que viven los actores y las compañías y al que el público acude con pasión.
-Es crítico con la gestión del PP, dice que si el PSOE fracasó en su política porque no la llevó a la práctica, el PP ha continuado con ella.
-Han caído en los mismos errores pero con un agravante: el PP pudo comprobar la experiencia, analizar que el error fue primar a unos grupos en detrimento de otros, olvidarse de la creación autóctona, gastarse tantísimo dinero en producciones sin rentabilidad... y sin embargo, no han cambiado nada. Hoy los males se han acentuado. Los sistemas de producción tradicionales están agotados y se recurre a fórmulas de Broadway, que son antiguas.
-¿El proteccionismo ha convertido el teatro en un artículo de lujo dirigido a una clase media culta?
-Sí, por desgracia, es un artículo de lujo. Ya presenciamos la pérdida de funciones entre semana, la gente va al teatro como algo especial.
-Quizá esta perspectiva propicie que el público sienta la tentación de disfrutar del teatro como algo exclusivo, como ocurre en la ópera.
- Esa es una visión pesimista porque considero que la ópera es el género más muerto y más antiguo de todos, me sugiere un teatro de museo. No, yo creo que los artistas se van a rebelar contra esta situación.
Generación olvidada
-Dice también que el peor parado del teatro del siglo XX ha sido el autor.
-El autor ha sido quién ha pagado el pato, ha dejado de ser motor en la producción de obras. Narros sigue dirigiendo, Cornejo sigue produciendo, incluso veteranos escenógrafos trabajan más que antes, pero de los autores contemporáneos suyos nadie se acuerda.
-¿Es en este sentido por lo que señala que la generación de los 70 (López Mozo, Domingo Miras, Alberto Miralles...) fue injustamente olvidada cuando llegó la democracia?
-Sí. A partir de 1980 estos autores no cubrían las expectativas de oropeles y grandes espectáculos que exigía el poder y se prefería representar a Shakespeare o García Lorca que arriesgarse con ellos.
-¿Es la juventud un requisito para ser dramaturgo? Parece que hay más posibilidades de estrenar, porque luego dejan de interesar al teatro público y a las salas alternativas.
-Mire, en su época, la generación realista estrenaba en algunos teatros comerciales. Hoy, los nuevos autores lo hacen en unos guetos, las salas alternativas, y menos mal que existen. Si Ernesto Caballero o Ignacio del Moral, a los que ya no podemos llamar jóvenes, estrenan hoy en teatros comerciales, es una rarísima excepción, porque lo habitual es que estrenen a Terence Rattigan, que nada tiene que ver con nuestra realidad. Y esto va a más.
-¿Es pesimista sobre el futuro del teatro?
-Lo veo muy difícil pero intento analizarlo con cierta perspectiva histórica. No creo que el teatro se vaya a morir, sino que llegará un momento de cansancio de "grandes hermanos" y otras fórmulas televisivas zafias y abusivas que harán volver al público.
-Ahora en Madrid triunfa la comedia y el musical.
-La comedia es el género del teatro español por excelencia. Lo importante es que el público vuelva y por el camino que sea porque yo soy de los que creen que el público llama al público.