'Disco, Ibiza, Locomía': egos y babuchas en una épica autodestructiva sobre la 'boy band' de los abanicos
Kike Maíllo lleva al cine la tormentosa trayectoria de Locomía en una película que retrata bien la época y su odisea emocional.
17 mayo, 2024 02:14"Disco, Ibiza, Locomía. Sexo, Ibiza, Locomía". La exigua letra del mayor éxito de la "primera boy band española" deja bastante claro por dónde van los tiros. No solo era el primer grupo de chicos, también se subieron al carro de la "música dance" en un momento, a finales de los 80, en el que este tipo de música arrasaba en el mundo pero aún en España se exportaba casi al cien por cien de otros países.
Con una puesta en escena sencilla pero efectiva, los cuatro chicos, sus inmensos abanicos y unos trajes "de fantasía" en los que destacaban las babuchas, el grupo consiguió comerse el mundo literalmente (tuvieron casi más éxito en Suramérica que en la propia España) para destruirse a sí mismos en la cumbre de su éxito, en 1992, por una guerra de egos entre el creador de la banda (el célebre Xavi Font, al que interpreta Jaime Lorente) y el productor José Luis Gil (Alberto Amman).
La autodestrucción (en todos los sentidos) forma parte intrínseca del mundo de la música y Disco, Ibiza, Locomía, bien contada, interpretada y ambientada en su época, cuenta cómo, sobre todo el propio Font, quien reconoce casi con orgullo que tiene una personalidad corrosiva, se dedica a destrozar un invento que dio muchísimo dinero y puso aún más de moda Ibiza en un momento (no tan lejano pero que parece remoto) en el que sus integrantes escondían que eran homosexuales, aunque tampoco había que ser muy suspicaz para darse cuenta.
Fue el propio Gil quien se arrogó el mérito de haber convertido lo que llamaba "una anécdota de Ibiza" en un fenómeno. Contada a modo de flash back en una reunión de todos los integrantes, abogados mediante, para solucionar sus muchos problemas, la película arranca en la propia isla, cuando los primitivos Loco Mía compartían una casa en la que vivían como medio hippies y medio fiesteros en un mundo cerrado dominado por ese manipulador Font.
El líder convierte al grupo en una forma también de conseguir amantes (por supuesto, jóvenes y musculados), en muchos casos chicos perdidos con vidas familiares complicadas por su homosexualidad.
Los primeros Loco Mía se dedican a bailar con los abanicos mientras Font diseña esos trajes extravagantes en una mezcla entre incipiente éxito y el desprecio de algunos que los intentan humillar por su amaneramiento. Es la Ibiza mítica de finales de los 80, del KU (la discoteca en la que actuaban) y los grandes clubs de música house y techno que atraen a la party people de toda Europa y un número creciente de celebrities (la película presta especial atención a la celebración del 40 cumpleaños de Freddie Mercury).
Todo va más o menos bien hasta que aparece Gil, les propone que graben un disco, como no saben cantar es él mismo quien recita en el tema el famoso "Disco, Ibiza, Locomía" y les obliga a que escondan su sexualidad para no ahuyentar al público femenino ni asustar al masculino. Quizá los jóvenes piensan que la tolerancia actual, reforzada por leyes como el matrimonio gay, viene de lejos, pero la película nos muestra que en los mismos años 90 la discriminación a los gays era brutal.
Utilizando como recurso imágenes grabadas con cámara de vídeo que dan el “grano” de la imagen de la época, la película triunfa porque detrás de los abanicos, el espectáculo y la previsible guerra de egos, al final da la sensación de que Kike Maíllo (ganador del Goya a mejor director novel por un filme muy distinto como Eva, de ciencia ficción) logra extraer verdadera “densidad humana” en una épica de autodestrucción estúpida que rezuma una dolorosa y reconocible honestidad a pesar de que la historia tampoco deja de tener un cierto tono surrealista.