Daniel Monzón y Carlos Vermut, del adiós al celuloide al temor al algoritmo
Los dos cineastas repasan en Cineteca el último cuarto de siglo del cine español: reivindican la figura del productor que entiende el cine como un negocio y celebran la irrupción de una nueva generación de directoras.
7 diciembre, 2023 01:55En el archivo de la Cineteca madrileña, conversamos con Daniel Monzón y Carlos Vermut, dos directores con estilos y ambiciones en apariencia lejanos, pero con coincidencias y afinidades en sus respectivas carreras.
Monzón debutó en el año 2000 con El corazón del guerrero y ha dirigido éxitos de taquilla como Celda 211 (2009), que arrasó en los Goya, El niño (2014) o Las leyes de la frontera (2021).
Vermut irrumpió en 2011 con Diamond Flash, todo un hito del cine underground patrio, y con su segundo filme, Magical Girl (2014), se llevó la Concha de Oro de San Sebastián. Ha estrenado otros dos trabajos: Quien te cantará (2018) y Mantícora (2022).
Pregunta. Ambos llegaron al cine desde otras disciplinas. ¿Fue complicado dar el salto?
Daniel Monzón. Yo quería dirigir desde que vi King Kong con siete años. Por el camino, me surgió la posibilidad de escribir sobre cine. Me pagaban por ver películas, visitar rodajes, entrevistar a directores… Así me formé.
Carlos Vermut. Yo llegué desde el mundo del cómic. Di el salto gracias al abaratamiento de los costes que facilitó la tecnología digital. Con una cámara de 1.500 euros, un ordenador y un equipo pequeño conseguías una imagen relativamente cinematográfica.
D. M. Yo llegué a rodar en celuloide y era un proceso muy farragoso. Se podía velar o rayar el negativo, llegaba producción y te decía que se estaba agotando... Todo ello se ha ido con alegría al baúl de los recuerdos. Además, la textura digital tiene cosas muy interesantes con las que jugar.
P. ¿Hoy es más fácil rodar que hace un par de décadas?
C. V. Las nuevas generaciones lo tienen al alcance de la mano. La pregunta es, más bien, ¿por qué no lo hacen? Cuanto más facilidades tienes, más te cuesta, es paradójico. Deberían ser ellos los que nos explicaran a nosotros como se hace hoy una película.
P. Curiosamente, muchos de los cinestas que hoy triunfan proceden de la ECAM o la ESCAC…
D. M. Sí. Lo más interesante que te aporta una escuela es la posibilidad de reunirte con gente que tiene tu misma inquietud, con la que puedes ir formando un equipo que te acompañe a lo largo de tu carrera. Coincidir con gente que comparte tu pasión es muy valioso.
C. V. Sin embargo, creo que hay una tendencia hacía un cine más académico por este tipo de escuelas, que choca con los que venimos del underground o del autodidactismo y vamos un poco más a la contra. En estos centros se genera mucha competitividad y al final se vuelve más importante agradar que buscar una voz propia de manera honesta.
P. ¿Cómo han modificado las plataformas la industria?
D. M. En Netflix todo parece lo mismo. Las plataformas están empobreciendo el lenguaje cinematográfico por la necesidad de que las películas se vean bien en smartphones, en un iPad…
C. V. Además, las nuevas generaciones solo ven Netflix. Es un circuito cerrado. Las plataformas han enterrado toda la historia del cine con sus 15 estrenos semanales. ¿Esa era la mejor manera de luchar contra la piratería? ¿Enterrar los clásicos en el catálogo?
“En los 90 el cine español estaba de moda, pero no para los críticos sino para la gente”. Daniel Monzón
P. ¿Temen al algoritmo?
C. V. Las plataformas tienen miedo a lo desconocido, a la incertidumbre, pero el arte es eso que escapa a nuestro control y que al mismo tiempo es inherente a nosotros. Cuando hay demasiado control, limitas la posibilidad de que emerja la profundidad y el misterio, la magia del cine.
D. M. Por eso sus grandes éxitos son inesperados, como ocurrió con El juego del calamar. Lo que está claro es que los jóvenes van a tener que luchar en un sistema asfixiante para sacar trabajos originales.
P. ¿Cuesta más financiar hoy una película que hace 25 años?
C. V. Hoy en día está costando sacar adelante una película de tamaño medio que tenga elementos poéticos o personales. La tendencia es, por un lado, un cine más antinarrativo e íntimo de bajo presupuesto y, por otro lado, películas grandes de género.
D. M. Lo que sí es verdad es que en el contexto de esa película pequeña y autoral ha surgido una muy bienvenida generación de directoras, también gracias a una efectiva política de ayudas.
C. V. El problema es que muchas de ellas pretenden hacer películas grandes o cine de género y los productores no quieren, lo que buscan de ellas es un tipo de película concreta. Es una jaula de oro.
D. M. Por otro lado, hoy películas grandes hay muy pocas, y casi todas pagadas por plataformas.
“Hay que reivindicar al productor que ama el cine y además entiende que puede ser un negocio”. Carlos Vermut
P. ¿Y la salud de las salas?
D. M. La pandemia mandó las salas al infierno, pero se están recuperando cada año, su camino es ascendente. Y es que la experiencia del cine es inigualable. Por otro lado, el gran boom de las series empieza a venirse abajo. El problema es que mucha gente joven no ha ido al cine y les va a costar coger el hábito. Pero soy optimista: en cinco años vamos a recuperar lo que perdimos en la pandemia.
C. V. Es que, hasta hace poco, se confiaba en que los efectos especiales le dieran sentido a la sala, pero Marvel está empezando a pinchar. ¿Qué es el cine entonces? Una experiencia común, que conecta con algo profundo, místico y poético y que tiene algo de ritual. Y, luego, está lo más complejo: tiene que ser entretenido. Lo que pasa es que el sistema de financiación español no nos está obligando a enfrentarnos al público. Aquí la producción es el principio y el fin y da igual si la película hace mucha taquilla o no.
D. M. Eso ha generado productores que son simples gestores del dinero que proporciona el ICAA o una plataforma, pero hace falta auténticos empresarios.
C. V. Sí. Nunca he entendido el recelo que tenemos los directores a los productores. Ellos están ahí para hacer mejor la película, para darle una visión a la que tú a lo mejor no llegas. Hay que reivindicar al productor de verdad, no al que rellena un formulario, sino al que ama el cine y además entiende que puede ser un negocio. Y necesitamos buenas historias, de calado humano y entretenidas, esa es para mí la clave.
D. M. Eso se consiguió en los 90, cuando el cine español estaba de moda, pero no para los críticos sino para la gente, con Álex de la Iglesia, Santiago Segura, Julio Medem, Isabel Coixet, Amenábar…
C. V. Sí, en aquella época había la sensación de que hacer cine era la leche. Hay que pensar qué imagen se proyecta del cine. ¿Es una cosa minoritaria y de autor? ¿Consiste en ir a ver una película y olvidarla al momento?
P. ¿Ha variado la imagen que tienen fuera del cine español?
D. M. En la primera década del siglo sí había bastante runrún con el cine español, sobre todo con el terror, y Almodóvar siempre ha estado ahí abriéndonos la puerta, pero creo que se ha ido diluyendo en favor de cinematografías como la coreana o la méxicana.
C. V. En Francia sí se aprecia el cine español en círculos quizá más cinéfilos, pero creo que nos asocian más a buen cine de género que a cine de autor.