Carlos Vermut, el 'magical boy'
Una imagen de Magical Girl
Ahora que festivales, críticos y colegas se han rendido a su talento (desde Toronto a Almodóvar), Carlos Vermut se enfrenta a la prueba de fuego: el público. Hoy se estrena Magical Girl, el filme que hizo doblete histórico en San Sebastián, un siniestro, perturbador relato tocado por la originalidad dramática y, probablemente, la genialidad. Nos preguntamos: ¿qué convierte al joven Vermut en el magical boy del cine español?
Ese futuro no se ha hecho esperar demasiado. Se llama Magical Girl y, aunque la película estuvo a punto de entrar en el Festival de Cannes, probablemente lo mejor que le pudo haber pasado es competir en San Sebastián. Como es bien sabido, se hizo con el doblete histórico: Concha de Oro a Mejor Película y Concha al Mejor Director. Mientras, un Pedro Almodóvar rendido al talento de este joven ‘magical boy' aseguraba en su blog que es "la gran revelación del cine español en lo que va de siglo", y comparaba el impacto de la película, "una verdadera obra maestra", con los que generaron los segundos filmes de Víctor Erice (El Sur, 1983) y de Iván Zulueta (Arrebato, 1980). Desde el fondo de la extraordinaria confianza en sí mismo, apenas suavizado por la humildad y timidez que le acompaña, Vermut mantiene los pies en el suelo: "Una película, por muchos premios que le den o todo lo que se monte a su alrededor, no son más que dos horas de historia en una pantalla. No es para tanto".
Es bien extraña la confianza que Vermut deposita en el relato, en el poder de las ficciones, pues tanto en su debut como en su segundo trabajo, los enigmas más perturbadores acontecen fuera de los márgenes de la pantalla, detrás de puertas que no se abren o en pretéritos que nuna se desvelan. Nos invita a imaginarlo: "El fuera de campo cumple la función de no querer nombrar los terrores y miedos arcanos que llevamos dentro. Siempre es mejor dejar al espectador trabajar. Es un ser sensible". Esta necesidad de dirigirse a un "lector cómplice", como pedía Baudelaire, no impide en todo caso que el guion de Magical Girl funcione como un preciso mecanismo de relojería que, tal y como reflexiona el ser más siniestro del filme en torno a la idiosincrasia cultural española, se disputa en la batalla entre el cerebro y la pasión, entre la razón y el instinto.
La comparación de Almodóvar es pertinente sobre todo en el segundo de los casos, no solo porque al cine de Vermut lo impulsa también, como lo hacía en Zulueta, la vocación de romper algunos sistemas adquiridos, sino por el desasosiego que provocan. Si Arrebato era un filme sobre el poder vampirizador del cine, Magical Girl utiliza el cine para vampirizar nuestro poder fabulador, obligarnos a rellenar los vacíos más siniestros de las ficciones. "Como guionista y como director, creo que el cine consiste en estar siempre tres jugadas por delante del espectador. Me ha pasado desde que soy pequeño, que me aburro con las películas que ya se ve hacia dónde van". En esta estrategia, resulta esencial la convivencia hasta la disolución de códigos, géneros y tonos -costumbrismo, comedia macabra, retrato social, thriller noir, melodrama...-, avivando algo tan improbable como que Tarantino y Melville se crucen con Almodóvar y Rosales.El cine consiste para mí en estar siempre tres pasos por delante del espectador"
Enemigos del alma
José Sacristán en Magical Girl
El filme asocia los tres personajes protagonistas (Luis Bermejo, Bárbara Lennie y José Sacristán), destinados a cruzarse en una espiral de perversiones (la bisagra que une sus destinos es un vómito), a los "enemigos del alma" según el Cristianismo -Mundo, Demonio y Carne-, y despegando de un rosebud en torno a la crueldad infantil y sus formas de manipulación, la cadena de chantajes que pone en escena Magical Girl se encamina con decisión hacia el reverso de las buenas intenciones, hasta retorcer los principios de la moral. Como sostiene Vermut, "en Magical Girl todo lo cruel y atroz ocurre no por un exceso de odio, sino por un exceso de amor". Si algo deja claro el filme concebido en forma de puzzle, desde las presencias de sus tres protagonistas, es que todos alimentamos un monstruo en nuestro interior. "Es muy cobarde dividir a los hombres en monstruos y en humanos. Dependiendo de las circunstancias, todos podemos llegar a ser abyectos. Yo soy un relativista. Y cuando escribo mis filmes, ese relativismo es casi como un dogma".
El impacto dramático de Magical Girl, que conduce a los territorios del dolor y la destrucción, encuentra su vehículo estético en una puesta en escena donde impera el minimalismo, casi el ascetismo bressoniano, con planos fijos de larga duración. "No quiero que nada distraiga de la historia. El centro de la película deben ser los actores, los personajes. No me gustan las cosas barrocas, ni los virtuosos movimientos de cámara". Hallamos en su cine un rigor tocado por brotes de locura y espasmos de personalidad, logrando aquello tan difícil para cualquier creador: que su universo personal entronque con el escenario sociocultural de su tiempo. "Nadie me ha dicho lo que puedo o no puedo hacer en una película por una simple razón: jamás he sido ambicioso a nivel económico. No necesito ser rico. Y esto tiene algo que ver con la decadencia de España que se refleja en la película. Hemos querido manejar un dinero que no teníamos y eso nos ha condenado. Hemos pactado con el diablo cuando no somos tan listos".