La protagonista de No te preocupes querida –una esposa complaciente y sumisa llamada Alice e interpretada por Florence Pugh– acude en sus ratos libres a clases de danza. Allí, un conjunto de mujeres ejecuta con disciplina una coreografía grupal, mientras la profesora les espeta que “hay belleza en el control”.
La fluidez de los movimientos de las bailarinas transmite una sensación de armonía, pero al mismo tiempo despierta la sospecha acerca de un mundo regido por el sometimiento. Las cosas no son muy diferentes en casa, donde Alice disfruta junto a su marido, Jack (Harry Styles), de una existencia acomodada e indolente. La pareja es británica, pero parece perfectamente adaptada al universo idílico de los barrios residenciales que proliferaron en los Estados Unidos en la década de 1950.
Una realidad siniestra
La vida de Alice y Jack, como la de todos sus vecinos, se asemeja a un festín de hedonismo y paz… hasta que el paraíso empieza a revelar anomalías inquietantes. Como ocurría con la oreja cercenada que descubría entre la hierba el protagonista de Terciopelo azul, de David Lynch, Alice comienza a toparse con indicios de una realidad siniestra que subyace tras el pulcro lienzo de su cotidianeidad: una mujer que hace topless en una fiesta privada, una respuesta demasiado hostil por parte de un conocido, el atisbo de enajenación que surge en el rostro de una amiga… Señales de que este mundo edénico, en el que imperan los colores pastel y al que no llegan noticias del exterior, podría ser un espejismo, o una fantasía destinada a perpetuar el yugo del patriarcado.
La premisa de No te preocupes querida (así, sin coma) entierra sus raíces en una larga genealogía de parábolas y alegorías con las que el cine de Hollywood ha ido diseccionando el devenir de la sociedad estadounidense.
Primero fueron las películas de terror y ciencia ficción de los años 50, que evocaban el pánico a la catástrofe nuclear. Después, en los años 70, cineastas como Alan J. Pakula o Francis Ford Coppola utilizaron el género del thriller para retratar la paranoia que consumía a un país acongojado por el Caso Watergate. Y luego, en los 90, el advenimiento de los simulacros digitales en la era de la posmodernidad generó una oleada de fábulas sobre las falacias de la sociedad de consumo, de Pleasantville a la saga de Matrix, llegando hasta la pesadilla de El bosque de M. Night Shyamalan.
Tirando del hilo de estos relatos parabólicos, cabría preguntarse a qué responden, en el ámbito contemporáneo, las alegorías del cine y la ficción serial estadounidenses. La respuesta hay que buscarla en el despertar generado por movimientos como el #MeToo o el Black Lives Matter.
Desde esta perspectiva, es posible emparentar la sátira de la América conservadora que Wilde perfila con una serie como Bruja Escarlata y Visión (ambas vampirizan la estética de la sitcom), con una ficción histórica como El último duelo de Ridley Scott, o con el ciclo de fábulas antirracistas de Jordan Peele, de Déjame salir a Nosotros. Todos estos títulos ponen el foco en el desconcierto generado en la América blanca y patriarcal por una ciudadanía que reclama igualdad.
Así, embistiendo contra la nostalgia del Make America Great Again de Donald Trump, Wilde pone en escena un cuento de terror en el que el mal se esconde tras la máscara del patriotismo megalómano. Una operación de agitación pop que cuenta como principal baza con el garbo actoral de Florence Pugh, que destila elegancia en la piel de una “mujer desesperada”. Por su parte, Harry Styles cumple su cometido como un hombre entregado al amor matrimonial.
Por desgracia, el trabajo de dirección de Wilde, que también interpreta a una de las esposas del filme, no está a la altura de la labor de su reparto. Tratándose de una farsa de tintes caricaturescos, la película carece de la chispa de la que sí hacía gala la comedia adolescente Super empollonas, con la que Wilde debutó como cineasta.
Además, la película palidece ante el peso de sus referentes más directos, de El show de Truman a las adaptaciones cinematográficas de la sátira feminista The Stepford Wives de Ira Levin (la última de ellas estrenada en España en el año 2004 bajo el título de Las mujeres perfectas).
Unos lastres expresivos que, en todo caso, no impiden a Wilde situar No te preocupes querida en el corazón del zeitgeist contemporáneo, evocando una América partida entre las ansias de progreso y un repliegue de tintes reaccionarios.
Escupitajo en Venecia
Más que por su valor artístico, No te preocupes querida ha capitalizado el foco mediático por cuestiones extrafílmicas. De la sustitución de Shia LaBeouf por Harry Styles al romance entre la estrella del pop y Olivia Wilde, pasando por la frialdad que se han mostrado la directora y Florence Pugh. El Festival de Venecia culminó el culebrón con Pugh renunciando a asistir a la rueda de prensa del filme y con la acusación de escupitajo de Styles a Chris Pine en el pase de gala de la película