Con el tiempo, algunos artistas imprescindibles para el relato de la historia del arte del siglo XX, en su esfuerzo simplificador y didáctico, terminaron reducidos tan solo a una etapa o bien a una aportación distintiva, casi a modo de logotipo, que deforma y olvida el resto de su trayectoria.
Este es el caso de Lucio Fontana (1899-1968), reconocido fundador del espacialismo, que definiría, en los cinco manifiestos que firmó entre 1947 y 1952, como una búsqueda para transformar materia en energía e invadir el espacio de una forma dinámica.
Comenzó con la transformación del lugar con luces de neón en Ambiente espacial con luz negra en la Galleria del Naviglio de Milán en 1949. A partir de entonces, introduciría sus conocidos cortes y perforaciones primero en la tela monocroma y después, sobre otros materiales y formatos, volviendo a poner en cuestión, como antes Duchamp con su grand verre, la bidimensionalidad de la pintura.
Como otros artistas vanguardistas italianos, Fontana trabajó para el Duce, pero también fue represaliado tras su vuelta de Argentina
Las fotografías del artista concentrado en perpetrar con violencia los cortes sobre el lienzo mientras para unos inauguran con iconoclastia el paradigma conceptual, para otras son el canto del cisne de la figura del pintor viril.
Sin embargo, todo es peculiar en su trayectoria. Comenzando por sus alternancias de residencia entre Italia y Argentina, país al que había migrado su familia, y mediante las que Lucio Fontana protagonizó e intentó escapar de los más graves acontecimientos de la época que le tocó vivir, como la Primera Guerra Mundial, a la que se presentó voluntario y terminó con honores, y la Segunda, de la que huyó en Argentina; y entre ellas, la crisis financiera del 29 y la emergencia de los fascismos: como otros artistas vanguardistas italianos, Fontana trabajó para el Duce, pero también fue represaliado tras su vuelta de Argentina.
Hijo de un escultor de estatuaria funeraria, Fontana recibió una formación artística académica, contra la que pronto se rebelaría; sin dejar, sin embargo, de concursar en convocatorias de escultura pública tradicional.
No frecuentó los centros artísticos de la época (París, Berlín, Viena) pero sí fue un gran dinamizador del arte, como profesor en Buenos Aires en la Escuela de Artes Plásticas Altamira y siempre como creador, rodeado en Milán de jóvenes colaboradores, arquitectos e ingenieros para avanzar con innovaciones técnicas y nuevos materiales.
Es en la cerámica donde percibimos de manera más sensual y emotiva esa cuarta dimensión reclamada por Fontana
En la exposición que nos ocupa, emerge la importancia de su producción en cerámica, poco conocida hasta la reciente revisión que pudo verse en 2019 en el Museo Guggenheim y ahora en Madrid. Como en otras ocasiones, la coleccionista Helga de Alvear vuelve a ofrecernos una pequeña pero gran exposición de rango museístico. Excepcionalmente, es la primera vez que expone en su galería obra de un artista ya fallecido.
[Las mejores exposiciones de la Apertura de las galerías]
A diferencia de otros creadores vanguardistas como Picasso o Miró, que desembocaron en la cerámica una vez forjados sus propios lenguajes, Lucio Fontana avanzó con la cerámica. Para él, fue campo de experimentación e ideación de sus nuevas concepciones.
Para el resto, algo más, dado el dilatado empeño del artista en estos procesos durante casi tres décadas, desde mediados de los años treinta hasta los sesenta. Hasta el punto de verse en riesgo de ser encasillado. Pero, el artista ya advertía en 1939: “Soy escultor, no ceramista”.
Quizás sea precisamente en esta producción donde percibimos de manera más sensual y emotiva la energía como esa cuarta dimensión reclamada en sus manifiestos del espacialismo. Entre la veintena de piezas en esta exposición acompañadas de algunos dibujos también asistimos a su evolución: desde el espacio extendido (infinito) del colorido barroco hasta su minimalismo monocromo con perforaciones.