Maite-Alberdi

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Cine

Maite Alberdi: "Ya vivíamos en una pandemia de la soledad"

La directora chilena logra una nominación al Óscar al Mejor Documental con 'El agente topo', una historia que aborda la soledad y el abandono de los mayores desde una luminosidad conmovedora

19 marzo, 2021 09:53

Una de las grandes sorpresas de la temporada cinematográfica es este documental tan atípico y original que uno ve como si fuera la más ingeniosa de las películas de ficción. Detrás de la cámara, la directora chilena Maite Alberdi (Santiago de Chile, 1983), muy conocida en su país por películas de no ficción como Salvavidas (2011), sobre un vigilante de playa tiránico, o Los niños (2016), sobre unos jóvenes con síndrome de Down. Nominada al Óscar al Mejor Documental entre muchas otras distinciones, El agente topo es una joya con la virtud de tratar un tema serio y dramático como la soledad y el abandono de los mayores, pero hacerlo desde la una luminosidad conmovedora. El protagonista es Sergio Chemy, un anciano de 83 años que acepta ingresar en una residencia para investigar si allí hay malos tratos.

Cuenta Alberdi que este tipo de detectives privados infiltrados en los asilos son frecuentes porque muchas familias sospechan que no reciben un trato adecuado. Ella misma se llevó una sorpresa al ver que el mayor problema no es que estas residencias no hagan bien su trabajo, sino la soledad porque los hijos y familiares de los abuelos no los visitan. Hay humor y hay también sentimiento en las deliciosas peripecias de este “agente topo” tan sensacional, divertido y seductor a su manera, que supera cualquier personaje de ficción.

Pregunta. La película trata un tema social importante como la situación de los mayores, pero lo hace sin dramatismos. ¿Quería abordar esta cuestión sin dramatismos?

Respuesta. Acaba siendo una película de denuncia social pero no partí de allí. Mi idea era más liviana quizás en el punto de partida. Eso hace que terminen conviviendo dos formas, porque yo quería hacer una película de detectives un poco absurdos con un señor mayor que no es un el detective habitual. Esta excusa narrativa hace que la invitación a la denuncia social sea más llevadera y más digerible. Más allá de eso tiene que ver con mi experiencia en ese lugar. Lo pasamos muy bien haciendo la película, siento lo que viven y padecen, pero no fue una experiencia dolorosa. Cuando estoy con ellos me río y lo paso bien. La emoción durante el rodaje era otra, mucho más un canto a la vida. Pero al mismo tiempo están viviendo un drama. La procesión va por dentro. La denuncia social surge desde lo luminoso y por eso no hay una mirada condescendiente.

P. ¿Manipuló de alguna manera la realidad?

R. Todo es real y nada está manipulado. Sergio llega al trabajo de investigador por el aviso del periódico. La idea inicial era hacer algo con detectives y conocí a este señor que trabajaba habitualmente en residencias con otro señor mayor como infiltrado. Por casualidad se rompió la cadera un mes antes de este trabajo y apareció Sergio. La película cambió de tono cuando apareció él, porque estaba recién viudo. Después en la residencia dijimos que queríamos hacer un documental sobre la tercera edad sin decir que venía el espía, claro, y comenzamos a grabar tres semanas antes de que apareciera Sergio. Después de cuatro meses todos se comportan con gran naturalidad. Los primeros días sí que estaban mirando a cámara, pero luego se les olvidaba que estábamos. Yo tampoco digo “acción” y “corten”. Llega un punto en el que no es que se les olvide, pero es parte ya de su vida.

P. ¿Son muy habituales los espías en las residencias?

R. Hay muchos expolicías que trabajan como detectives privados y hay varias empresas que se dedican a cosas distintas, desde padres que siguen a sus hijos y muchas veces entran en asilos. Muchas familias sospechan que sus mayores están siendo maltratados, es frecuente. Hay varios patrones que se repiten.

P. Basta mirar los medios de comunicación para ver que vemos a muchos más jóvenes de 30 que mayores de 80. ¿Nos hemos olvidado de nuestros mayores?

R. La tercera edad dejó de ser una voz participativa válida y socialmente no establecemos puentes en la integración real. Hemos pasado de que los mayores vivan en las casas, más integrados en el entorno. Luego nos fuimos a vivir a casas más pequeñas y las residencias se convirtieron en los hogares de las personas mayores. Lo que pasó fue que esa partida a la residencia implicó una desconexión social, comenzamos a aislarlos. Tiene que ver con todo, la familia, la política y los medios. Viven al margen. Pasa lo mismo con las personas con discapacidad, se habla de ellos como con superioridad desde una jerarquía. No se entienden las complejidades y deseos de ser mayor y las particularidades. 

P. ¿Juzgamos a los ancianos a partir de tópicos?

R. Nunca nos preguntamos qué persona mayor quiero ser más allá de lo económico. Para mí la imagen de la fiesta reivindica esa idea de que la búsqueda del placer no se acaba. Uno quiere seguir pasándolo bien como pueda. El problema son las etiquetas como hablar de ser mayor. No hay una mirada unívoca sobre la tercera edad. Hay señores como Sergio que abren el periódico buscando oportunidades laborales porque necesita completar su pensión o quieren estar activos o señoras de ochenta años que todavía quieren encontrar el amor y se quieren casar, otra que tiene Alzheimer y otra que lo que quiere es que la vayan a ver. Lo único transversal de todo es la soledad. No se puede hablar en general y podría hacer veinte películas distintas sobre el tema, pero la pandemia nos ha hecho darnos cuenta de que lo que necesitamos en realidad no es tanto. El otro día quedé a conversar con amigas y me di cuenta de que lo que más disfruto son esos pequeños momentos.

P. ¿Actúa ese espía que revoluciona la residencia como una catarsis de los otros ancianos?

A veces entramos en un loop en la vida, nada va a cambiar, nos repetimos a nosotros mismos, en las rutinas y los errores. Tiene que venir alguien de afuera, un externo a tocar la fibra.

P. La película está teniendo una gran distribución internacional, ¿el abandono de los mayores se ha vuelto más presente con la pandemia?

R. Es increíble cómo la película llega en todas partes. Es muy contemporánea, un diagnóstico social no chileno. Muchas veces el problema es que las familias tienden a culpar a la residencia porque están pagando y lo delegan todo a ellas. Las residencias para mí son como guarderías, pero no son médicos ni son familia. No puedo hablar por España, pero en Chile para ellos no cambió mucho. Los ancianos hacía años que están enfermos y abandonados. Lo que hizo la pandemia fue poner una ley que prohibía las visitas, pero las enfermas me decían que los funerales eran igual que antes porque tampoco iba nadie.

 P. ¿De verdad la gente es tan desalmada?

R. Quiero creer que la gente no es tan mala. Pasa un poco como la relación con tus amigos, que piensas que vas a llamar y no te das cuenta y pasan meses y no lo haces. Uno tiene otra relación con el tiempo y para los ancianos sus familiares tardan una eternidad en ir a verles, pero la gente no lo siente así porque te pasa la vida. Hay una pandemia de la soledad que estaba arraigada antes de esta pandemia.

P. ¿Tienen peor fama las residencias de la tercera edad de la que merecen?

R. Era lo mismo que pensaba al principio. Creía que iba a enseñar al mundo lo mal que funcionan estos lugares, pero no fue el caso. Por supuesto que cometen errores y se les cae la gente o se equivocan con un remedio, pero el problema central está en otro lugar.

P. ¿Y qué dijeron los de la residencia cuando supieron que había un espía en esta historia?

R. Estábamos muy preocupados, aunque es una mentirita blanca. Les conté la verdad antes de que comenzaran a verla. Pensábamos que lo habían sospechado porque él hablaba con altavoz y ese ahijado que es un detective que lo va a ver es obvio que es falso. Amaron la película.