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José Luis Cuerda, entre la magia y el esperpento

Cuando afinaba, Cuerda lograba un humor tan delirante como insólito, una especie de estoicismo brutal totalmente irreverente

5 febrero, 2020 16:19

Con la muerte de José Luis Cuerda (Albacete, 1947-Madrid, 2020) no solo desaparece una de las figuras fundamentales de la historia del cine español, sino también uno de los últimos representantes de una generación de cineastas españoles que crecieron durante el franquismo y realizaron un cine muy marcado por la tradición cultural y, sobre todo, literaria española. Sorprendentemente, a los cineastas de hoy no les interesa tanto hurgar en el rico patrimonio novelístico y en la historia de España para contar sus historias. Lo que hoy será extraño fue, durante muchos años, lo habitual. Con Cuerda desaparece el notario de una España rural, terrible y miserable, pero también única y auténtica, que supo retratar como nadie en unas películas que destilaban a la vez amor a la vida y sarcasmo.

Tanto José Luis Cuerda como otros directores que se desarrollaron en esos tiempos como Mario Camus, Carlos Saura, Manuel Gutiérrez Aragón y Gonzalo Suárez, o los desaparecidos Fernán Gómez, Vicente Aranda, Buñuel o Miguel Picazo, encontraron verdadero oro en las historias que inventaron los grandes escritores de nuestro país. Eran tiempos en los que los cineastas conocían a fondo y utilizaban como inspiración a autores como Galdós, Unamuno, Emilia Parda Bazán o en el caso de Cuerda, clásicos como Wenceslao Fernández Flórez, del que hizo una soberbia adaptación de El bosque animado en 1987. La tradición picaresca aparece en La marrana (1992), su particular forma de celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América, y también adaptó a autores más contemporáneos como Manuel Rivas en La lengua de las mariposas (1999) o Alberto Méndez en su no tan lograda Los girasoles ciegos (2008).

Su mayor hito fue Amanece que no es poco (1988), película que es un icono cultural y sigue maravillando a las nuevas generaciones. Con aquel éxito, el humor “albaceteño” se convirtió en chascarrillo habitual como prueba del enorme impacto de un filme que forma parte de la cultura popular. Los guardias civiles, el alcalde despótico, los novios plantados como cebollas o el “negro del pueblo” forman parte de la verdadera obra cumbre de Cuerda, la película en la que de una manera más clara y más pura logró crear un mundo propio en el que se mezclan lo mágico con la realidad. El mito y la leyenda conjugados de manera magistral con una visión esperpéntica del mundo en el que la realidad muchas veces presenta un aspecto sucio y desagradable.

A Cuerda le interesó explicar cómo era una España que estaba en vías de extinción, como si fuera el notario de un mundo que se acababa. Gracias a su cine hemos podido conocer más a fondo esa España rural y atrasada en la que florecían el milagro y la belleza. O el mal, como vimos en su otra gran película, La lengua de las mariposas, donde lograba contar la tragedia del inicio de la Guerra Civil con una sensibilidad que convierten al filme en una obra clave para entender aquellos años tristes de la historia española.

Las dos siguientes partes de la “trilogía del surrealismo” no funcionaron tan bien. Así en el cielo como en la tierra (1995) es una parodia de los textos bíblicos en la que el paraíso se sitúa en Albacete, con momentos ingeniosos y otros, un poco ridículos. Y la última, Tiempo después (2018), es un pequeño desastre. Cuando afinaba, Cuerda lograba un humor tan delirante como insólito, una especie de estoicismo brutal totalmente irreverente, pero cuando no afinaba, a veces caía en la sal gruesa y el chiste de viejo verde. Del mismo modo que la magia de La lengua de las mariposas se desvanecía en La educación de las hadas (2006) o no acertaba con la olvidable Todo es silencio (2012), donde daba la impresión de estar agotado.

Fue un hombre de muy mal genio según cuenta todo el mundo y, en este sentido, Cuerda es también el representante de una generación de directores tiránicos a los que cabría sumar otros como el propio Fernán Gómez, cuya “mala leche” era proverbial, o incluso Almodóvar, sin olvidar cineastas de otras latitudes como Bergman, Kubrick, Hitchcock o Peckinpah, con fama de torturadores. Probablemente, en el mundo de hoy Cuerda no se habría podido comportar como lo hacía, como tampoco ninguno de los mencionados. Los tiempos cambian y Cuerda fue en esto también digno representante de una generación más apegada al concepto de “director genio” que de “director gestor” que existe hoy en un esquema en el que el “maestro” tenía derecho a comportarse mal. Hoy la industria ya no tolera estas cosas, los tiempos cambian.

@juansarda