A vueltas con Unamuno
Por grande que sea la admiración que uno sienta por la figura del escritor, lo cierto es que fue un hombre contradictorio y veleidoso como pocos
9 septiembre, 2019 09:00A finales del pasado mes de julio, Iñaki Pardo Torregosa publicó en La Vanguardia un par de artículos sobre la sorprendente frecuencia con que el nombre de Miguel de Unamuno venía siendo invocado por parte de políticos españoles del más variado signo. En pocos días, observaba, había sido citado por representantes de Vox, del Partido Popular y de Esquerra Republicana. Todo un síntoma –me dije yo– de lo alborotado y confundido que se halla el gallinero político del país. Pues invocar el nombre de Unamuno en materia política es jugar con pólvora, cuando no escupir al cielo.
Por grandes que sean la admiración y la simpatía que uno sienta por la figura de Unamuno, lo cierto es que fue un hombre contradictorio y veleidoso como pocos, con una desalentadora capacidad tanto para sorprender como para decepcionar e irritar a propios y extraños, sustentando sus actitudes, más que en su poderosa inteligencia, en su muy peculiar idiosincrasia.
A cada cita de Unamuno cabe replicar con otra que la desdice y la disparata. Ya no digamos si discurre sobre cuestiones relativas al nacionalismo español, catalán o vasco. No hay, en este campo, autoridad más lábil y atrabiliaria. Sólo quienes la conocen de oídas pueden invocarla tan alegre y retóricamente como lo hacían, en el fallido debate de investidura de finales de julio, Santiago Abascal y Gabriel Rufián.
En el segundo de sus dos artículos, Pardo ampliaba sus observaciones y constataba, a la luz de los discursos pronunciados en las últimas sesiones de la Cámara Baja, la tendencia de los parlamentarios a pescar citas en los textos de los integrantes de la llama generación del 98.
La cosa no viene de nuevas. Todos recordamos cómo, durante los años del socialismo rampante, Alfonso Guerra poco menos que registró la marca Antonio Machado® y se aficionó a prodigar citas del poeta. Como apuntaba yo mismo en otra columna, Machado ha sido, durante décadas, el autor más saqueado por los políticos españoles. Y lo sigue siendo, sin duda. Pero es que su obra constituye un venero inagotable y siempre persuasivo de sensatez, de decencia, de probidad.
Muy distinto es que se cite, en contextos políticos, a cualquiera de sus compañeros de generación, todos ellos –dicho sea con todo el respeto, la veneración y la risa– unos verdaderos energúmenos, no sólo en materia política.
Me llevo las manos a la cabeza ante la alarmante perspectiva de que Unamuno pueda ser tomado como autoridad, referente o guía en el agrio debate político
La figura de Agustín Javier Zamarrón (número 2 del PSOE por Burgos), presidente de la Mesa de Edad del Congreso, ya dio lugar, a finales de mayo, a toda suerte de jocosos comentarios, dado su portentoso parecido con Ramón del Valle-Inclán. Viendo a este señor de luengas barbas ocupar el sitio principal de la Cámara de Diputados, resultaba poco menos que inevitable el augurio chistoso sobre el sesgo esperpéntico de la legislatura que se inauguraba.
Semanas más tarde, oír el nombre de Unamuno en boca de unos y otros no podía ser tomado por otra cosa, insisto, que como un síntoma preocupante de oportunismo y desatino.
Hace poco más de un año, en un artículo publicado en El País, Sergio del Molino daba resonancia a las desmitificadoras conclusiones a que había llegado el historiador salmantino Severiano Delgado después de investigar la realidad subyacente al legendario discurso improvisado por Unamuno el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en réplica indignada a unas palabras del general Millán Astray. El mismo Sergio del Molino, escocido por las reacciones, tuvo que plegar velas pocos días después y dar eco, a su vez, a quienes, desgarrándose las vestiduras, reprobaban la pretensión de restar verosimilitud, mérito, y significación a aquellas vibrantes palabras, que ahora compiten por citar Abascal y Rufián: “Venceréis pero no convenceréis…”.
Se dice que el episodio ocupa un lugar destacado en la película, pronta a estrenarse, en la que Alejandro Amenábar recrea los últimos meses del escritor. De momento, el tráiler no puede ser más disuasorio. Mientras espero a ver la película completa, me llevo las manos a la cabeza ante la alarmante perspectiva de que Unamuno pueda ser tomado como autoridad, referente o guía en el agrio y degradado debate político al que venimos asistiendo.
¡Unamuno!
Éramos pocos y parió la abuela. l