Los girasoles ciegos
Alberto Méndez
10 junio, 2004 02:00Eso, y haber quedado finalista en el Premio Internacional de Cuentos Max Aub (2002) con uno de los relatos incluidos en este volumen, era todo lo que sabíamos. Detrás se encuentra un lector tenaz y exigente, un escritor inteligente y sensible, con un respeto inusual hacia las palabras y los rigores del lenguaje. De otro modo no sería posible que cuente lo que cuenta de manera tal que nos haga sentir que estrenamos la sensación del asombro. Por lo que cuenta y por el modo de referirlo. Porque si terrible es la sustancia que lo nutre, precisa y preciosa es la ficción con que la arropa.
A pesar de tanta literatura vertida sobre la guerra y la posguerra española y de las voces enormes que la contaron surgen libros como éste. Con la rabia empujando a su autor a hacer memoria de tantas derrotas, de vidas mutiladas, del miedo, de la soledad. Y a la vez con distancia, ironía, y desde una posición serena, y cambiantes perspectivas, envolviendo cada uno de los relatos con un acento cálido que conmueve y reconcilia con la literatura y con la memoria, que demuestra seguir siendo (en palabras de Lledó) ese "inmenso espacio de experiencia, de ejemplo y, por supuesto, de escarmiento". Eran los años de la primera posguerra. Cuatro tiempos secretamente entrelazados dando cuerpo a una historia entrecortada, la de muchas historias, muchos vencidos, muchas derrotas. Cada una contiene otras muchas, de ahí la idea de subrayar el año y acompañarlo de la disyuntiva: la primera, "1939" o "Si el corazón pensara dejaría de latir", "1940", la segunda, o "Manuscrito encontrado en el olvido"; la tercera, "1941" o "El idioma de los muertos" y la última, "1942" o "Los girasoles ciegos", llena de secretos sentidos, de impecable factura.
Casi todas en Madrid, en un "mundo repentinamente destituido de sus ilusiones" (Francisco Ayala); Madrid es materia narrativa, una víctima más. En Madrid, "en la guerra sin batallas, sin gestas ni enemigos", está el capitán Alegría, queriendo rendirse al ejército republicano; pagará por ello con su vida, dos veces. La segunda será más tarde, en otro relato, junto a otra derrota, la de Juan Senra, también condenado, pero una mentira se convierte en el estribo de su vida. Entre ellas está la historia de dos adolescentes que querían llegar a Francia. Lo cuenta la voz de él, que dejó escrito su miedo. La de ella no llegamos a oírla. Componen la segunda derrota. Sus padres, protagonistas del último relato, no han sabido más, pero quieren creer que lo lograron. Ellos perdieron la guerra, otros no, pero están igualmente desorientados. Como girasoles ciegos. Esta es su memoria, dura y conciliadora. Memoria del miedo.