Omar, una lección de real politik
El director Hany Abu-Assad estrena esta dura película sobre el conflicto palestino-israelí
4 julio, 2014 02:00Fotograma de Omar
El director palestino-israelí Hany Abu-Assad (Nazaret, 1961) se hizo célebre en todo el mundo cuando la brillante y polémica Paradise Now (2004) se convirtió en una película fundamental del cine reciente, con su audaz, tan irritante como fascinante, retrato de la peripecia de dos terroristas suicidas árabes. He visto dos veces la película. La primera, me resultó muy dura. La segunda, la comprendí mejor. El cine judío ha tratado en muchas ocasiones el conflicto, en casi todos los casos buscando como mínimo una equidistancia y sin dejar de denunciar las tropelías que comete el estado de Israel. Abu-Assad es totalmente parcial, los israelíes son el "enemigo" y no justifica pero sí presenta a sus protagonistas, terroristas tanto en Paradise Now como en su nuevo filme, Omar, bajo la luz de la comprensión y la cercanía. Uno entiende porqué hacen lo que hacen, se identifica con ellos y los judíos son siempre "el otro", y cuando aparecen es siempre como malvados.Omar sigue en la misma línea y aunque no alcanza la grandeza de Paradise Now, porque es demasiado fría y racional, sí proporciona dosis de buen cine y aporta, lo que también es esencial, un punto de vista tan discutible y polémico como se quiera pero absolutamente imprescindible y no demasiado transitado por el cine que trata el conflicto, o sea ver cómo se respira y se vive realmente siendo palestino más allá de consideraciones políticas. Porque ser palestino no es fácil, Omar es un chaval joven, inteligente, ambicioso y guapo que ha tenido la mala suerte de nacer en el lado equivocado de la historia y por el simple hecho de existir se enfrenta a una vida de miseria simbolizada por ese muro gigantesco que debe cruzar, jugándose la vida, para poder pasar un rato con su novia.
Omar y sus amigos representan a esos palestinos jóvenes en un país con mucha gente joven cuyo horizonte ha sido truncado por un conflicto estancado y solucionado en falso mediante el encarcelamiento de facto de millones de personas. Una generación, además, muy marcada por el cine de Hollywood y la cultura occidental y muy consciente también de que hay lugares en el mundo en el que se vive mucho mejor. Y todo el mundo tiene derecho a querer vivir de la mejor manera posible.
Hany Abu Assad, sin embargo, no tiene suficiente presentando un catálogo completo de la barbarie israelí (suben al muro los humillantes puestos de control militares, el toque de queda o esa violencia furiosa que despliega el ejército en el momento más inesperado) sino que vuelve a convertir a sus protagonistas en asesinos cuando matan a sangre fría a un soldado israelí. A partir de aquí, Omar se convierte en un thriller político "conspiranoico" más cercano a películas como El caso Bourne o las novelas de John LeCarré que a un drama político. Por una parte, Abu Assad es un excelente director de escenas de acción y convierte las callejuelas de las medinas árabes en el escenario de trepidantes persecuciones. Los saltos en el muro le acaban de dar a la película una estructura dinámica y frenética que muchas veces acerca Omar al mejor cine de acción.
Hay un malvado israelí, por supuesto, y la película huye de toda épica para proporcionar una lección de real politik. El conflicto de la región es presentado no como una cuestión de ideales sino como una situación en sí misma (allí hablan de la "situation" para referirse a lo que aquí llamamos conflicto) en la que unos, los dominadores, se dedican a dominar a los otros y donde no impera ninguna clase de moral, donde todo consiste en mantener un statu quo en el que los israelíes prosiguen con su expansión definitiva mientras los otros se ven confinados a su papel de eternos perdedores, de parias del mundo.
Omar es liosa, está llena de traiciones, de mentiras y de trucos policiales, nada es casi nunca lo parece y hay que estar muy atento para no perderse en sus muchas vueltas de guión. Omar quiere ser cruda como la vida misma, sin florituras ni sentimentalismos, pero se deja perder precisamente por eso, a veces todo consiste demasiado en saber quién dice la verdad y quién no, un juego intelectual entretenido pero que no acaba de profundizar en la verdadera complejidad del asunto. A veces da la impresión de que es como una sofisticada obra de ingeniería a la que le falta alma.