Persépolis
Director: Vincent Paronnaud y Marjiane Satrapi
25 octubre, 2007 02:00Chiara Mastroiani pone voz a Marjiane Satrapi
La escritora iraní afincada en París Marjane Satrapi publicó entre el año 2000 y el 2003 los cuatro volúmenes de la novela gráfica Persépolis (Norma Comics), una suerte de autobiografía en la que a través de las vivencias de la escritora se traza un recorrido histórico de Irán, con episodios como la revolución islámica que derrocó al Sha, la constitución de la República, la guerra entre Irak e Irán o la definitiva instauración del régimen extremista. El novel Vincent Paronnaud con la complicidad de Satrapi adapta la multipremiada obra trasladando con máxima fidelidad el universo visto en papel, si existe alguna alteración es básicamente para condensar la información enunciativa en el devenir de las imágenes cinemáticas.A diferencia de las adaptaciones al uso, donde la transición entre la imagen estática y la imagen en movimiento sigue los parámetros del cine de animación clásico, el dúo Satrapi/Paronnaud deciden mantener máxima fidelidad al original: no sólo se persigue la misma estructura formal sino que también se fotocopian trazos, signos y formas. Por lo que no estaríamos hablando de adaptación, si no más bien de traslación, de intercambio de soportes orgánicos: de papel a celuloide. Pese a lo atractivo que puede resultar un relato que toma un punto de visto naïf -el de una niña que inicia su mirada sobre el mundo- sobre una tragedia con tintes de genocidio, el éxito del proyecto dependerá siempre de la capacidad para transformar la realidad que posea el metanarrador: si éste sabe deconstruir los hechos y llevarlos hacia un universo propio plagado de rimas metafóricas -a lo Lynch o Gilliam-, estaremos delante de una obra, como mínimo, interesante; si por el contrario el único interésconsiste en una infantilización de la mirada que conlleva una dulcificación de actos aberrantes, entonces Persépolis es un producto de consumo masivo para mentes acomodaticias, a lo Benigni. El filme se queda a medio camino entre las dos propuestas: el imaginario creado a través de la mirada de la protagonista resulta más simpático que atractivo, entretiene pero no convence; por otro lado la genuina mirada de Marjane Satrapi no trata de esconder (o tamizar) la desgracia vivida por el pueblo iraní, todo lo contario, hay espacio para la desgracia. Satrapi no trata de justificar su actitud frente a los cambios vividos, sólo de dar su particular testimonio. Estamos delante de una obra profundamente occidentalizada. Una película moralizante cuyo fin no es estético sino ético, un ejercicio de concienciación sobre la desgracia acaecida a través de una puesta en escena accesible para un público que disfrute con tesituras morales unidireccionales. La conmoción que puedan crear las imágenes posee cierto relajamiento debido a la impostura del tratamiento formal: la ingenuidad de base queda trastocada, la credibilidad, en entredicho.