De Elon Musk a Jeff Bezos, ¿qué nombres nos llevan al futuro?
Un pocos magnates conducen al mundo a un nuevo escenario, suplantando en muchos casos las funciones que deberían tener los poderes públicos
“Los aspirantes a ser los artífices del futuro humano tratan a la sociedad civil como antagonista de sus grandes diseños. Creen que ellos pueden hacerlo mejor. Libres de cualquier consideración relativa al impacto de sus proyectos en el resto de nosotros, sin duda pueden construir cosas espectaculares más deprisa y de forma más rentable que cualquier Gobierno. Pero ello requiere esconder muchas cosas bajo la alfombra, como las personas y lugares donde sus sistemas funcionan realmente.”
Esta cita está extraída del libro de Douglas Rushkoff, La supervivencia de los más ricos (Capitán Swing, 2023). Un tema de evidente actualidad, en primer lugar porque “los más ricos” existen y son muy, muy ricos. Y porque algunos de ellos influyen, con sus decisiones y proyectos, en el futuro de la humanidad.
“Como si fueran alérgicos –añade Rushkoff– a las aportaciones de los líderes municipales, los representantes comunitarios o los grupos que defienden a los pobres, quienes se adjudican la tarea de construir la civilización 2.0 actúan de tal modo que parece que sus capacidades tecnológicas, combinadas con sus éxitos en el sector privado, les dieran derecho a programar un nuevo mundo desde cero y en beneficio propio. Si Jeff Bezos ya controla Amazon Web Services –la infraestructura a través de la cual se produce más de una tercera parte de nuestras interacciones en la red–, ¿por qué no habría de ser él quien construyera el programa espacial mediante el que la humanidad migrara a su próximo hogar? Si Elon Musk pudo convertirse en la persona más rica del mundo transformando la industria del automóvil con sus coches Tesla, ¿no debería tener derecho asimismo a realizar su sueño de colonizar Marte con cúpulas gigantes?”.
¿Por qué no habría de ser Jeff Bezos quien construyera el programa espacial mediante el que la humanidad migrara a su próximo hogar?
Coincide la aparición del libro de Rushkoff con la publicación de la, en mi opinión en algunas partes innecesariamente detallista (pero en cualquier caso magnífica), biografía que Walter Isaacson ha dedicado a Elon Musk (Debate 2023), a añadir a las que ya publicó sobre Albert Einstein, Leonardo da Vinci, Steve Jobs, Henry Kissinger y Benjamin Franklin, las dos últimas inéditas en español. Ya la selección que Isaacson ha hecho de biografiados muestra que los considera dentro del grupo de “luminarias de la historia de la humanidad”.
La lectura de ambos libros no hace sino reforzar la pregunta de si no habría que poner algún tipo de límites a estos innovadores. Musk, recuérdese, es propietario de la mayor parte de Tesla, que fabrica coches eléctricos; SpaceX, compañía aeroespacial y de servicios de transporte en la que la NASA ha delegado, ha externalizado, actividades como enviar astronautas a la Estación Espacial Internacional; Starlink, la red de satélites para mantener una “internet privada” (se utilizó en Ucrania cuando, con un ataque masivo de malware, Rusia consiguió desactivar los rúters de Viasat, la compañía estadounidense de satélites que gestionaba las comunicaciones e internet del país); o Neuralink, que se propone implantar chips en el cerebro para actuar “a distancia”.
Aunque Musk ha promovido, y continúa haciéndolo, desarrollos que ayudarán a luchar contra el cambio climático, como son los coches eléctricos (aunque no se debe olvidar que la fabricación de las pilas que los mueven, de litio por el momento, también contamina), no se puede decir lo mismo de otro tipo de iniciativas, a la cabeza de ellas el turismo espacial, que promueve Jeff Bezos, accionista mayoritario de Amazon, a través de una de sus empresas, Blue Origin. Ya he manifestado en estas mismas páginas mi opinión de que debería estar prohibido el que empresas privadas colonicen el espacio para una actividad lúdica, –muy contaminante y al alcance de muy pocos– como es el turismo espacial. Y otro tanto cabría decir de establecer colonias privadas en Marte o la Luna, y de la minería espacial que asoma en el futuro.
En el fondo, se trata de otra delegación de funciones, de una “externalización” que permiten los gobiernos, y también la ONU, en favor de personas o instituciones privadas. El futuro, o una parte de él, parece que se verá, que ya está siendo, condicionado por ellos.
Sin embargo, al reflexionar sobre este fenómeno me surgen algunas preguntas. ¿No condicionó el futuro Henry Ford (1863-1947) cuando en 1908 construyó un vehículo lo suficientemente barato como para que muchos trabajadores lo pudieran adquirir, el conocido como Modelo T, del que en 1909 ya se fabricaban 17.771 unidades (en 1913 habían aumentado a 202.667)? Y para incrementar el rendimiento, en 1914 Ford introdujo un nuevo método de trabajo: la línea de ensamblaje en cadena. Así, mientras que en 1908 el Modelo T original costaba 850 dólares, en 1925 se compraba por 290.
Durante la primera década de fabricación se produjeron 15 millones de unidades. Como consecuencia fue necesario adecuar las ciudades a esta invasión mecánica, construyendo vías adecuadas para coches y aceras para los peatones. Los coches eléctricos que fabrica Tesla también repercutirán en nuestras vidas, no solo para contribuir a luchar contra el cambio climático, también en muchos otros apartados. En otras palabras, la historia muestra que actuaciones como las de Elon Musk no son realmente novedosas, aunque puedan existir diferencias de grado.
[Elon Musk y los peligros de su sueño eléctrico]
En la lista de propiedades de Musk que cité antes, no incluía su reciente adquisición de Twitter, que, siguiendo su querencia en otros casos, ha rebautizado como X. De la lectura del libro de Isaacson –que pone en evidencia la personalidad despiadada en lo laboral, y en ocasiones errática, de Musk, aunque ciertamente se trate de un hombre genial– se deduce fácilmente que el inmenso poder cultural, político e informativo que da poseer esta red social, o el Amazon de Bezos, puede afectar, lo sabemos muy bien – ya ha sucedido y está sucediendo – a funciones que deberían estar a cargo de los poderes públicos.
La tecnología actual, o al menos parte de ella, aliada con el capitalismo extremo, puede compararse a un monstruo de dos o múltiples cabezas, como la hidra mitológica. Cada una de las cuales, que si se corta se reproduce, puede convertirse en una bendición o en una maldición. Que semejante poder esté en manos de particulares que viajan en jets privados, es, cuando menos, peligroso.