Una visión científica del mundo
Imagen de Cosmosapiens (La Esfera de los Libros)
La dualidad entre Ciencias y Humanidades es el tema que aborda Sánchez Ron a propósito de la publicación de Cosmosapiens, de John Hands. El académico valora los conocimientos de ambos ámbitos y defiende la presencia de las materias científicas en la enseñanza secundaria.
Y defiendo firmemente que quien no ha leído Cien años de soledad de Gabriel García Márquez está severamente mutilado, aunque corra los 100 metros en 10 segundos. Siempre que puedo, y aunque no tengo demasiada buena opinión de la economía como ciencia (capacidad predictiva), recomiendo que se lea Las consecuencias económicas de la paz, de John Maynard Keynes, que incluye páginas esplendorosas, como la caracterización que realizó de Georges Clemenceau, el Primer Ministro francés: "Sentía por Francia lo mismo que Pericles sintió por Atenas, pero su teoría política era la de Bismarck. Sólo tenía una ilusión: Francia; y una desilusión: la humanidad, incluyendo a los franceses, y no menos a sus colegas". Y qué decir de la Novena Sinfonía de Beethoven, o de las obras que nos dejaron Heródoto, Miguel Ángel, Kant, Leonardo, Velázquez, Gibbon, Goya, Bertand Russell y tantos otros.
Podría seguir ofreciendo ejemplos de este tipo -cualquiera puede-, pero no es necesario porque lo que quiero defender ahora es que, a pesar de todas las maravillas que el genio humano ha producido en esas mal llamadas “Humanidades” (mal llamadas, porque las ciencias e ingenierías son tan productos de los humanos, humanísticas, por consiguiente, como pueden ser la literatura o la filosofía), y de que, por supuesto, contribuyen a formarnos una “Visión del Mundo” que nos ofrezca algún tipo de marco para nuestra existencia, semejante “Visión” nunca puede ser satisfactoria sin tener en cuenta los contenidos de la Ciencia. Todo esto viene a cuento porque se ha publicado recientemente uno de esos libros - Cosmosapiens. La evolución humana desde los orígenes del universo, de John Hands (La Esfera de los Libros)- que periódicamente aparecen y que pretenden condensar el conjunto actual de los conocimientos científicos, en este caso enmarcándolos en un orden genético: desde el origen del Universo hasta la aparición de la vida en la Tierra y la emergencia en ella del pensamiento filosófico y científico. Independientemente de la opinión que tengamos de la habilidad narrativa de su autor, de si podría haber reducido o no su extensión (1.022 páginas), su lectura muestra la apabullante riqueza de los fenómenos naturales, así como la admirable habilidad de los humanos para desentrañarlos y encontrar orden (leyes) en un escenario tan descomunal y variado.
Leo, o escucho, con cierta frecuencia quejas acerca de las penurias que sufren en la enseñanza básica materias otrora “tradicionales”: latín, arte, lengua y literatura, filosofía, música, incluso se debate periódicamente acerca de la inclusión, como asignatura obligatoria, de religión, bien con intenciones doctrinales o porque la historia bíblica del mundo forma parte de la cultura. Conozco bien el valor del conocimiento de las lenguas muertas, como el latín o el griego, para comprender innumerables apartados de la historia, no pocos de los cuales aún se hallan enquistados en el presente; ya he mencionado el valor del arte, la filosofía, la música y la literatura, pero ¿y la ciencia?, ¿y las matemáticas, física, química, biología, geología?, materias sin las cuales, sin poseer algunos conocimientos básicos de ellas, se encuentra uno, y aún más en el futuro, desamparado, como un zombi en un mundo ignoto. (La lengua, al menos la materna, y la capacidad de comprensión de lo que se lee, pertenecen a otra categoría, la de requisitos previos para todo lo demás).
Quiero utilizar hoy estas páginas para defender la presencia (que, en mi opinión, no es grande) de las materias científicas en, sobre todo, la enseñanza secundaria. Con independencia de cuáles sean los intereses y orientación profesional futura de los estudiantes, el conocimiento de estas materias les servirá no sólo para desenvolverse mejor en el mundo, un mundo en el que tendrán que convivir con una creciente robotización y presencia de dispositivos “inteligentes”, también les divertirá -porque la ciencia es divertida y siempre novedosa- y, a la vez, podrán ir sentando las bases de una “Visión del Mundo” propia, informada y racional, aunque no libre de los sentimientos y emociones a los que aludí antes. El libro de Hands, Cosmosapiens, constituye una buena ayuda en este sentido. No sólo muestra la extraordinaria variedad de contenidos de la ciencia actual, sino que también trata de asuntos “colaterales” de plena vigencia, como el cambio climático o la globalización. Naturalmente, la aparición de los homo sapiens (nosotros), forma parte destacada de esta obra.
¿De qué valdría una “Visión del Mundo” sin que nos ayudase a comprendernos? “La respuesta corta a la pregunta de quién somos”, concluye Hands en el pasaje final de su libro, “es que, al menos por lo que sabemos hasta el momento, somos el producto inacabado de un proceso evolutivo cósmico acelerado que se caracteriza por la combinación, el aumento de la complejidad y la convergencia, además de ser los agentes introspectivos de nuestra futura evolución”. Pocas páginas antes, había escrito que “pese a que la ciencia es capaz de informarnos acerca de las correlaciones físicas de nuestras experiencias subjetivas, no puede explicarnos la esencia de dichas experiencias, que se combinan holísticamente para que cada uno de nosotros tenga una sensación única que conforma, en un muy alto grado, lo que somos a nivel individual. De un modo similar, la ciencia tampoco puede explicarnos la esencia de determinados conceptos, como los valores que ayudan a conformar a los humanos al nivel de las sociedades”.
Y esos conceptos y valores son en buena medida (también hay razones genéticas) producto de nuestra educación, lecturas, aficiones, idas y venidas por el mundo. Y ahí, vuelven a aparecer los Mozart, Cervantes, Shakespeare, Picasso, Popper de turno, así como sus mucho más modestos émulos. Las, en fin, mal llamadas insisto, Humanidades.