Christine Angot y el incesto que imposibilita el amor
[caption id="attachment_1522" width="560"] Christine Angot[/caption]
Christine Angot (Châteauroux, 1959) ha publicado unas veinte novelas. En Francia tiene decenas de miles de lectores, ha recibido premios y distinciones importantes y es una escritora muy conocida, además de una figura mediática y sometida a controversia. Sus libros reciben alabanzas críticas entusiastas, pero también rechazos radicales. Sus artículos y sus intervenciones públicas generan polémicas enconadas, que le reportan apoyos e insultos.
En castellano, si no me equivoco, hemos podido leer hasta ahora sólo dos de sus novelas, El incesto (1999, Seix Barral) y Una semana de vacaciones (2012, Anagrama). Ahora, con traducción de Rosa Alapont, Anagrama publica una tercera, Un amor imposible (2015). Las tres tienen en común la devastadora experiencia del incesto, cuestión clave para esa dificultad o imposibilidad de amar en cualquiera de sus versiones.
Todo apunta a que Angot practica la autoficción, a que sus novelas presentan un alto contenido autobiográfico, si bien la escritora elude en sus declaraciones pronunciarse al respecto y reclama, de algún modo, la independencia recíproca entre la vida propia y la literatura, tengan éstas las conexiones que tengan.
Todo parece indicar que Christine Angot fue repetidamente violada en la adolescencia -en vacaciones o días compartidos- por su padre -sodomizada, se aclara en una sola línea en Un amor imposible-, un padre traductor, culto y de clase acomodada que apenas la había visto tres veces en su infancia, que tardó catorce años en reconocerla como su hija y que había abandonado a su madre cuando estaba embarazada, una muy guapa joven judía, trabajadora, que la educó junto a su abuela. Ese padre, Pierre Angot, había enamorado y fascinado a su madre, quien aceptó tener un hijo y no casarse con él, como también aceptó seguir manteniendo relaciones sexuales con él aún después de la distancia que él había tomado respecto a ella y a su hija y aún después de saber que él se había casado -le había dicho que el matrimonio nunca entraría en sus planes- con otra mujer y había tenido otros hijos.
Contada, por supuesto, en primera persona y con nombres, datos y circunstancias que responden exactamente a la vida real de Christine Angot, Un amor imposible trata sustancialmente de las relaciones entre la hija y la madre, unas relaciones que, aunque con muchas lágrimas y dificultades económicas, son maravillosas durante la infancia de la narradora, pero que se quiebran abruptamente a partir del incesto y de la adolescencia. Entonces comienzan los reproches, los enfrentamientos, los alejamientos, el desamor, las más crudas asperezas, que duran décadas.Se supone que el desenlace de Un amor imposible confirma la reconciliación entre la hija y la madre, ya anciana.
Christine, en un momento dado, y después de haber tenido una hija, no puede más con su madre -ya muerto su padre- y parece cortar con ella para siempre. A continuación, escribe: “En los años que siguieron empecé a atribuirle mis fracasos. Le acusaba de no haberse cuestionado nada, de no haberse psicoanalizado más que tres años, de haber encontrado en mi padre a un culpable fácil, de no haber reflexionado sobre su responsabilidad en lo que me había ocurrido. En consecuencia, le aconsejé que no se sorprendiera de las dificultades por las que atravesaba nuestra relación. Le dije que yo era víctima del egoísmo de ellos dos. Que en ese sentido eran parecidos. Preocupados únicamente por la mirada que cada cual dirigía al otro…"
Estas líneas concentran crudamente el reproche esencial -ceguera, egoísmo, culpa compartida con su padre- que Angot dirige a su madre cuando valora lo que ella hizo o, sobre todo, dejó de hacer, cuando ya está experimentando plenamente la imposibilidad de amar que ella atribuye no sólo al comportamiento de su padre, sino también a la inacción o falta de acierto de su madre. La narradora no sólo, obviamente, no puede ni pudo amar a su padre -a quien, sin embargo, también llegó a admirar antes de que ocurriera lo que ocurrió-, sino que ya está viviendo la manifiesta dificultad de amar a su madre, a su pareja de entonces y a su propia hija, Léonore, según Angot dejó escrito en Léonore, toujours (1994). Está emocionalmente rota.
Y unas páginas más adelante, sin dejar de recordar el horror de la experiencia vivida con su padre, la narradora, en una conversación, espeta a su madre: “¿No entiendes, es que no entiendes el lugar desmesurado que ocupas en mi vida, no entiendes que has invadido mi existencia?...¿Que no me es posible vivir la mía propia? ¿Qué para mí todo gira a tal punto a tu alrededor que nunca dejo de buscarte? Desde siempre. De tratar de ser tú. ¡Oh, sí! No eres consciente de eso, ¿verdad? Jamás he ido en busca de personas que me gustaran a mí, sino de gente de tu agrado, o que habría podido gustarte. Nunca he obrado de otro modo que en función de ti. Y ahí estás tú, sin plantearte pregunta alguna. Parece mentira”.
Con independencia -si tal cosa pudiera decirse en este caso- de las tremendas circunstancias vividas por Christine Angot, en este último fragmento aparece un tema universal del que Un amor imposible es una briosa, emocionante, violenta y tierna muestra: los avatares de las no fáciles relaciones entre madres e hijas, que en las últimas décadas -cuando más y cuanto más escriben las mujeres- se están explorando con creciente intensidad. Azarosa prueba de ello es que el “post” anterior estuvo dedicado a Apegos feroces (Sexto Piso), de Vivian Gornick, igualmente reciente novedad editorial en castellano que trata, bajo otros condicionamientos, del mismo asunto.