El folclore siempre ha sido fuente primaria de inspiración para las danzas académicas y a él siguen recurriendo los coreógrafos contemporáneos, reinterpretándolo en versiones personales y estilizadas. En esa línea se inscribe Soliloquios, un espectáculo que muestra la danza vasca aurresku desde tres estilos distintos: el del bailarín vasco Jon Maya (Kukai Danza), el del veterano coreógrafo catalán Cesc Gelabert, y el del flamenco Israel Galván. Los tres estrenaron ayer en Pamplona esta pieza, que tiene la particularidad de representarse en cuatro salas del Museo Universidad de Navarra (MUN), vestidas con obras de Tàpies, Palazuelo, Oteiza, Rohtko y Cecilia Paredes. La obra se representa hoy y mañana.
Dice el coreógrafo y bailarín barcelonés Cesc Gelabert que “el arte no existe si el público no lo ve”, por lo que las danzas del folclore serían entonces de las más artísticas ya que son creadas, interpretadas y vividas directamente por la gente de a pie. A Gelabert le interesa bucear en la tradición, documentarse y estudiar sobre las raíces de nuestra danza, para ofrecer una reinterpretación personal. Como bien dice: “Hay que sumar la tradición al presente, preservar la memoria para imaginar el futuro. En este sentido yo me he propuesto investigar sobre el sentido que hoy tiene esta forma dancística y creo que me ha salido un aurresku muy cesquista”.
Jon Maia comparte esta idea, de hecho fue a él al que se le ocurrió este espectáculo producido por el MUN, que gira en torno a esta danza vasca que hoy se emplea en ceremonias festivas y honoríficas y cuyo origen era una danza de cuerda que se bailaba en corro, con un carácter de cortejo, interpretada solo por hombres, y compuesta de diversos pasos o partes. Saltos verticales, el equilibrado y sinuoso balanceo en torno al cuerpo que actúa como eje central, los peculiares giros de las manos, y el momento en el que el bailarín iza la pierna como un mástil, en total verticalidad, mientras se mantiene sobre la otra, son algunos de los pasos más característicos.
En Soliloquios Gelabert ha organizado una coreografía en la que cada bailarín sigue una sucesión de pasos más o menos parecida, pero con una total libertad. La estructura del espectáculo es original y amena. Cada artista baila en una sala de este museo (que conserva la extraordinaria colección de Maria Josefa Huarte): Gelabert en la de Tàpies (con obras como Incendio de amor), Maia en una colectiva (Oteiza, Rothko, Picaso, Manrique) y Galván en la de Palazuelo. El público, por sorteo, se reparte en las tres salas, por lo que los bailarines se ven obligados a bailar su danza tres veces. Finalmente, público y artistas confluyen en una cuarta donde se expone la instalación de El no retorno de Cecilia Paredes, dentro de la soberbia exposición que la artista peruana ha diseñado ex profeso para el MUM.
El resultado es un espectáculo experimental, con el atractivo de representarse en un lugar atípico que relaciona artes plásticas con escénicas, y al ritmo de una composición sonora de Luis Miguel Cobo de ecos industriales mezclados con otros sonidos más naturales como el de la chalaparta. Creo que es determinante el orden en el que se ven los tres solos, pues en mi opinión seguir la sucesión Maia, Gelabert, Galván ayuda a encontrar puntos de encuentro de los artistas. Afortunadamente, este llega al final, cuando los tres confluyen en la misma sala, poblada con los esqueletos de barcos que ha recreado Paredes y que actúan como una fantástica escenografía. Los tres artistas -Galván en su exuberancia ruidosa, Gelabert en su racionalismo místico, y Maia con su sinuoso y delicado baile- contaminan sus estilos y se unen en abrazo final.
Para Maia esta experiencia se adapta a una trayectoria en la que el folclore vasco es el eje de su trabajo con su compañía. Gelabert, como explicó, es un defensor acérrimo de los trabajos conjuntos, de equipo, de sumar experiencias: “estamos condenados a la mezcla, lo que no significa perder las esencias”. Y Galván ¿qué hace Galván bailando un aurresku? “Estas colaboraciones me encantan, ir de la raíz de una danza como el aurresku al flamenco te exige bailar con otra genética. Y por otor lado, me gusta bailar en museos, salir de los tradicionales espacios tan profesionalizados, a mí me cambian como bailarín y también nosotros cambiamos el museo”.