La historia de la música está plagada de grandes talentos que, incapaces de afrontar el éxito que se vislumbraba en el horizonte, se extraviaron por el camino de la autodestrucción. El cantante y compositor country Michael David Fuller, conocido artísticamente como Blaze Foley, es un claro ejemplo de este descenso a los infiernos, aunque su historia sea poco conocida en España. Compuso un puñado de canciones que nunca llegó a grabar en estudio –ya que él mismo se encargó de arruinar todas las ofertas que le hicieron–, vivió como un fuera de la ley durante toda su vida, en comunidades de artistas o moteles de mala muerte, y le echaron a patadas de un buen número de locales por presentarse a tocar borracho. Los porteros se tenían que enfrentar a un robusto hombre de casi dos metros de altura, que cojeaba por culpa de la polio que contrajo de pequeño. Lacónico y sensible, el genio de Blaze fue espoleado por la intensa y compleja relación que mantuvo con la aspirante a actriz Sybil Rosen.

Una bala acabó con su vida en 1989, cuando acababa de cumplir 39 años, en una disputa con el hijo yonqui de su amigo Concho January. Fue entonces cuando la leyenda de Blaze Foley comenzó a despegar. Grandes figuras del outlaw country como Merle Haggard, John Prine y Lyle Lovett comenzaron a interpretar y a grabar algunas de sus composiciones, mientras que Lucinda Williams le dedicaba una emocionante canción. Y ahora es el polifacético Ethan Hawke (Austin, 1970) quien narra su historia en Blaze, que se estrena este viernes en España. “La primera persona que me habló de Blaze Foley fue Ben Dickey, quién acabaría interpretándolo en la película”, recuerda el director. “Ben y yo somos amigos desde hace tiempo y un día le comenté que Clay Pigeons era mi canción favorita de John Prine. Ben me puntualizó que en realidad esa canción era de Blaze Foley y así comenzó una dinámica en nuestra relación en la que constantemente íbamos compartiendo información sobre su vida y sus canciones”.

La textura de la imagen, gracias al trabajo de Steve Cosens, otorga al conjunto una extraña magia crepuscular

La película, que Hawke ha coescrito con la propia Sybil Rosen, se despliega en tres líneas temporales. El concierto que el malogrado músico ofreció en un bar de carretera en la noche de su muerte vertebra una narrativa que conecta las canciones que va interpretando con momentos clave de su vida, sobre todo en lo concerniente a su relación con Rosen y a sus erráticas giras por Atlanta, Chicago, Houston o Austin, donde el miedo escénico, la ira y el alcohol siempre hacían acto de presencia. Pero la película también viaja hacia adelante desde la fatídica noche, para ahondar en la construcción del mito a través de una entrevista que un locutor radiofónico (al que da vida el propio director) realiza tiempo después de su muerte a dos amigos y colaboradores de Blaze: Zee (Josh Hamilton) y Townes Van Zandt (un pletórico Charlie Sexton). “Siempre he estado extremadamente interesado en una relación no lineal con el tiempo”, explica Hawke. “¿Con qué frecuencia los momentos que se sienten singulares tienen su origen años antes y su resolución años después? Hay un gran misterio alrededor de la creatividad humana: lo que significa para nosotros, de dónde viene, a dónde va. Nunca he estado interesado en lo que sucede en una historia, sino en cómo sucede”. Este complejo dispositivo narrativo, que aporta claridad y lirismo al relato, no es el único elemento que consigue distanciar la película del clásico biopic musical hollywoodense. También la textura de la imagen, gracias a la fotografía de Steve Cosens, otorga al conjunto una extraña magia crepuscular. “No teníamos ningún otro filme como referencia en este aspecto”, explica Hawke. “De alguna manera quería que remitiera a mi infancia, o a la manera en la que yo sentía mi infancia en Texas. Tuvimos suerte porque rodamos en Luisiana en invierno, cuando el paisaje adquiere un cierto tono sepia por el polvo que hay en el aire. No fue algo que buscáramos a propósito, pero sí lo aprovechamos. Así conseguimos esa estética que parecía sacada de una vieja Polaroid”.

La influencia de Linklater

Blaze es el tercer filme de ficción que dirige Ethan Hawke y el primero en el que demuestra genuina personalidad tras las fallidas Chelsea Walls (2001) y The Hottest State (2006). Su extensa carrera como actor, tanto en Hollywood como en el cine independiente, sin olvidar su trabajo en Broadway, le ha permitido aprender el oficio de la mano de grandes cineastas. “Richard Linklater ha sido la persona que más me ha alentado a ser director”, explica Hawke, que ha colaborado con él hasta en nueve ocasiones. “Me dio la oportunidad de escribir con él en la trilogía de Antes del amanecer y me ayudó a desarrollar todos los aspectos de mi educación fílmica mientras rodábamos Boyhood (2014). Además, Andrew Niccol, Pawel Pawlikowski, Antoine Fuqua, Alfonso Cuarón, Sidney Lumet y Peter Weir también han tenido un gran impacto en la manera en la que pienso las películas. Me siento muy afortunado de haber trabajado con ellos”. Linklater, de hecho, realiza un divertido cameo en la película interpretando a un magnate del petróleo que pretende llevar a Foley al estrellato con un contrato discográfico.

En cualquier caso, se nota la mano del protagonista de la reciente El reverendo (Paul Schrader, 2017) a la hora de sacar partido de la actución del inexperto Ben Dickie, músico country que debuta en un papel protagonista en Blaze y que consigue aportar al personaje las dosis justas de ternura y cinismo, además de emocionar con la interpretación que realiza en pantalla de las canciones. “La clave del gran trabajo de Ben es que el papel fue escrito expresamente para él. Es una de las personas más carismáticas, amables, compasivas e inteligentes que he conocido. Además resulta que mide casi dos metros, tiene una barba frondosa y es de Arkansas, como el auténtico Blaze Foley. Fue como un regalo caído del cielo”.

@JavierYusteTosi