'Nekrassov', ineludible
Están a tiempo de verla, todavía permanecerá casi un mes en el Teatro La Abadía, así que no se pierdan este vodevil disparatado de título ruso, Nekrassov. Reúne uno de los mejores elencos que se han visto en Madrid, actores que hacen de la comicidad un gran arte, impostado y elaborado, gracias también a una espléndida y cuidadosa dirección de Dan Jemmett que sabe lo que quiere contar y cómo. Esta obra prueba el buen humor y el talento teatral que se gastaba el padre del existencialismo, Jean-Paul Sartre, más conocido por sus dramas comprometidos y doctrinarios, pero que aquí se luce con una divertida caricatura sobre la manipulación informativa.
Con Nekrassov volvemos al género de la farsa, Sartre se inspira en la propaganda anticomunista que rezumaban los periódicos de su época para caricaturizar a los medios de comunicación. Nuevamente lo cómico como la más efectiva forma de mostrar las contradicciones de lo que impera, pues el humor en Nekrassov permite aludir a esa actualidad nuestra de cada día preñada de intoxicaciones informativas y fake news o noticias falsas.
Esta es la única comedia que Sartre nos ha dejado y en ella sigue el patrón de los enredos de Georges Feydeau, autor francés de principios del siglo XX de gran éxito al que hoy algunos teatros nacionales europeos están rescatando. Con esta pieza estrenada en 1955, su autor parece querer imitar a su compatriota en lo técnico, siguiendo el molde de una construcción dramática vodevilesca, con muchos enredos y malentendidos, personajes que salen y entran y muchas sorpresas, a cargo de personajes tipo.
La historia es la de un impostor que se hace pasar por un ministro ruso disidente para servir a la propaganda de un medio de comunicación, que no busca otra cosa que ayudar a ganar las elecciones a la líder conservadora. Y ya no sé si es obra de Sartre o de Jemmett (que creo que ha podado el original hasta dejarlo en la mitad), el fantástico ritmo que tiene la pieza y los diálogos ocurrentes sin los que la comedia no funcionaría.
Y fundamentales son la composición de los tipos que hacen los actores, que se desdoblan en dos y en tres personajes, y que alcanzan un detalle del gesto y el movimiento propio de un primer plano cinematográfico. Magníficos José Luis Alcobendas como el periodista domesticado y Ernesto Arias, como el impostor Nekrassov; Palmira Ferrer tiene una gran fisonomía cómica, adoro a esta actriz, protagoniza una de las escenas más hilarantes (la de la lista de ejecutados); divertidos también el servil director de periódico que hace David Luque, y el joven becario de Clemente García, y Miguel Cubero, que da vida a un policía de tebeo, y Carmen Bécares, periodista “roja” e hija. Todos componen caricaturescos personajes, haciendo que esta pieza funcione como un mecanismo articulado, casi de marionetas, que nos aleja de los elementos conmovedores y emocionales y nos lleva directos a la risa.
Jemmett ha podado casi la mitad de la obra y ha optado por eliminar escotillones y puertas por las que suelen escapar los personajes, para mostrarnos abiertamente cómo es el juego teatral. Todo sucede frente al público, con limpias transiciones de escenas donde los actores pasan de la máscara a esperar en torno a la escena su próxima intervención. Las transiciones están resueltas con músicas que recorren desde temas franceses de los años 50 hasta músicas más heterogéneas de los 80 (Elvis, Elton John…), y con los mismos actores modificando el mobiliario de las escenas.
Esta comedia ha pasado desapercibida durante mucho tiempo, del Sartre teatral siempre se han preferido sus dramas. La pieza está llena de referencias a la época en la que fue escrita, -el nuevo rearme alemán, la Guerra Fría, el periodismo servil…- lo que le da un valor añadido, pues gana en atractivo sin dejar de operar como una metáfora de la actualidad.