'The Sinking City', investigaciones metódicas
Otro juego inspirado en la literatura de Lovecraft que sin embargo consigue despuntar por su enfoque en las labores detectivescas de su protagonista.
En la ciudad de Oakmont, un enclave remoto de la costa de Massachusetts, en algún momento de la década de 1920, la sociedad se encuentra al borde del colapso. Desde hace meses, una inundación persistente que no parece obedecer a fenómenos naturales mantiene sumergida a buena parte de los distritos, obligando a sus habitantes a construir puentes de madera para transitar de una calle a otra o incluso hacer uso de los esquifes entre los edificios. Buena parte de la población está aquejada por unas terribles pesadillas, alucinaciones y visiones que parecen estar causando una epidemia de brotes psicóticos. Por si fuera poco, una suerte de criaturas marinas surgidas de las profundidades han infestado bloques enteros y atacan con virulencia a todo el que se acerque de manera imprudente. Aislada del resto del mundo, las familias más antiguas y pudientes intentan mantener el orden, pero la tensión entre las diferentes facciones y sectas ha desembocado en una espiral de violencia que amenaza con hundir definitivamente a la urbe maldita.
Con este panorama tan desolador, el detective privado Charles Reed llega a la ciudad en uno de los pocos barcos que se atreven a hacer el viaje desde Boston a invitación del intelectual Johannes van der Berg para intentar encontrar una solución a sus incesantes pesadillas. Una vez allí, Robert Throgmorton le impide salir del puerto hasta que localice a su primogénito. Tras una investigación somera, Reed descubre el cuerpo del joven y los motivos de su muerte, que están relacionados con una expedición arqueológica a un misterioso templo submarino. Tirando del hilo, Reed se pone sobre la pista de poderosas fuerzas ocultas que pugnan por desentrañar secretos más antiguos que la propia humanidad.
Las primeras horas de The Sinking City pueden ser bastante descorazonadoras. El juego no hace un buen trabajo a la hora de explicar sus mecánicas principales, las diferentes formas de recopilar pistas y las deducciones que permiten seguir adelante con la trama. Tampoco tiene a bien llevar de la mano al jugador, dándole una libertad enorme para que deambule por la ciudad sin una dirección expresa. No hay marcadores ni señales automáticas que indiquen nuestro próximo objetivo. El progreso depende en muchas ocasiones de interrogar a los personajes, peinar los escenarios en busca de pistas y acudir a los archivos de instituciones como la el periódico, el ayuntamiento o la biblioteca para hacer una correlación de factores que saquen a la luz datos fundamentales que nos permitan situar en el mapa –de forma manual, atendiendo a los nombres de las calles –la siguiente localización de interés. Y sin embargo, tras unas horas de batallar contra la obtusa interfaz y unos menús muy complejos y poco intuitivos, todo encaja como un resorte y el juego echa a andar, revelando sus bondades.
El reciente lanzamiento del título en consolas de nueva generación (PlayStation 5 y Xbox Series X/S) ha dado una segunda oportunidad a un juego cuyos percances técnicos ensombrecieron su propuesta en 2019. Las cargas rápidas hacen mucho por eliminar la pesadez que implican las frecuentes idas y venidas por el extenso mapeado, y el aumento de resolución permite que los exteriores luzcan en todo su esplendor, sin embargo la falta de medios (es un juego muy ambicioso para contar con un presupuesto modesto de menos de diez millones de euros) se traduce en unos interiores constantemente reutilizados y, sobre todo, unas animaciones robóticas y un sistema de combate absolutamente deleznable. Cuando The Sinking City se centra en el proceder metódico de las investigaciones y deducciones de su protagonista, se erige con una identidad y una propuesta propia, un juego de corte más intelectual que no tiene verdaderos competidores en el mercado y que sabe encontrar su propio ritmo. Cuando opta por variar ese ritmo con torpes secuencias de acción, se cae con todo el equipo. Está claro que no es un shooter ni pretende serlo, pero esas secuencias son más un engorro que otra cosa, sobre todo por la escasez de recursos tan pertinaz durante los primeros compases.
Lovecraft sigue siendo un terreno fértil para la creación de videojuegos, pero la gran mayoría se quedan en cuestiones estéticas y de tono superficiales. Bloodborne, de Hidetaka Miyazaki, sigue siendo, sin lugar a dudas, la mejor traslación de las ideas y los imaginarios que permean la obra literaria del escritor de Providence. El estudio ucraniano Frogwares, que se ha pasado buena parte de los últimos veinte años haciendo juegos de Sherlock Holmes de pobre factura, necesita todavía el empuje en aspectos formales que les permita acompañar su buen hacer en el aspecto narrativo y en las mecánicas de investigación. La reciente disputa con su editora, los franceses de Nacon (antes Bigben Interactive), que ahora mismo se está dirimiendo en los tribunales y que ha dejado ver la faceta más agria de la industria, puede complicar su evolución futura, aunque es algo que todavía está por ver. The Sinking City es un juego muy interesante a pesar de toda la mugre tecnológica que todavía pervive en su código fuente incluso en estas nuevas versiones. Es un título con carencias más que evidentes, pero que también respeta la inteligencia del jugador y tiene la confianza suficiente en sí mismo como para no dárselo todo mascado.