Tiempos convulsos
El intervalo luminoso: The Dimitris Daskalopoulos Collection
15 abril, 2011 02:00John Bock: Palms , 2007
Por primera vez se reúne lo mejor de la colección Daskalopoulos en 4.000 metros cuadrados. Una exposición que explora la importancia del cuerpo humano y la tenacidad de su espíritu, que lucha entre la esperanza y la desesperación.
Algunos esperan que su selección se inscriba en el legado atemporal de lo que el arte puede expresar sobre la condición humana. A este grupo pertenece Dimitris Daskalopoulos. Es significativo que descubriera el arte con doce años, contemplando a Rubens, que visite siempre que puede el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini y que, en sus primeras adquisiciones, eligiera Rebecca Horn y Kippenberger, porque apunta a una intensa sensibilidad neobarroca, en su doble vertiente, precisa y punzante, prolija y abrumadora. Pero Daskalopoulos, para explicar el sentido de su colección, acude al pensador Kazantzakis quien, influido por Nietzsche y Bergson, escribe en Berlín su Ascética (1922), de donde procede la idea de "intervalo luminoso" que da título a la exposición.
Daskalopoulos insiste en su asombro ante el poder de la creatividad, pero la importancia de esa energía superadora que define al ser humano quedaría mermada sin el telón de fondo trágico en donde, según Kazantzakis, "luchan dos corrientes: una que sube hacia la composición, hacia la vida, hacia la inmortalidad; otra que tiende hacia la descomposición, hacia la materia, hacia la muerte". En ese combate compiten las 400 obras que, en quince años, ha reunido el coleccionista griego. Pueden parecer no demasiadas en número, pero su valor radica en que ya cuenta con 140 préstamos a las principales instituciones y que, en buena parte, se trata de grandes instalaciones ambientales, el género artístico que mejor define las abismales diferencias económicas en nuestra época y el superávit que respalda la producción de privilegiados artistas contemporáneos. Algunas las podemos disfrutar aquí, donde se muestran unas sesenta piezas de treinta artistas en las últimas décadas. Todas, marcadas por el gusto por la exuberancia y el exceso, y sus contrastes dramáticos: contención y rigidez.
Los opuestos "interior y exterior", "individuo y colectividad" y el redoble "transgresión y transformación" son los rótulos que marcan el recorrido por un montaje apabullante, que sólo grandes instituciones se pueden permitir, y muy acertado, alternando frescura y frialdad entre la dimensión emocional a la que se apela. También es interesante subrayar que, sobre la selección de artistas nacidos a partir de 1960, Nancy Spector haya introducido como precedentes piezas de las maestras Bourgeois, Annette Messager y Abramovic, junto a Paul McCarthy, y que dan paso a la hornada de los 50: Kiki Smith, Robert Gober, Mona Hatoum, Kippenberger y Mike Kelley. Y me sigo refiriendo a obras y conjuntos y grandes instalaciones definitivas y rotundas.
Hay piezas sobresalientes de artistas muy bien representados en la colección, como Matthew Barney, de quien Daskalopoulos se enorgullece de poseer el ciclo completo Cremaster. Y también la muy significativa conjunción de cine y escultura en el arte actual es subrayada por los trabajos de artistas tan distantes como John Bock y Kutlug Ataman. Hay momentos en donde se enfatiza la (crítica a la) sobreabundancia. Y otros, el desecho, por ostentación u omisión: Sarah Lucas, Damien Hirst y Gabriel Orozco. Atención a las impresionantes piezas de artistas quizás menos conocidos aquí: Kendell Geers, Paul Chan, Paul Pfeiffer, Alexandros Psychoulis y la keniana Wangechi Mutu, de impacto muy teatral. Y sin olvidar la maravillosa salita dedicada a Kentridge. Aunque quizás la instalación definitoria sea la caverna de Thomas Hirschhorn, donde los maniquíes -los seres humanos que somos todos- se hallan conectados entre sí y a la cueva primordial. Como Hirschhorn, Daskalopoulos rechaza un posicionamiento político en aras de una interpretación atemporal. Pero su colección es arriesgada y muestra un tiempo convulso, de intervalos estridentes.
Bien por el Guggenheim de Bilbao que, conjugando con esta muestra una mirada apasionada al arte de las últimas décadas junto a la revisión crítica del periodo de entreguerras en Caos y Clasicismo, una de las exposiciones mejor confeccionadas que he visto en los últimos años, complementa una oferta irresistible.