Luis Feito, homenaje oriental
Pintura nº 451, 1964
La importancia de la obra de Luis Feito (Madrid, 1929) en el arte español de la segunda mitad del siglo XX es indiscutible. Miembro del grupo El Paso, constituido en 1957, venía practicando la abstracción desde 1952, fecha de la que arranca esta retrospectiva en el Reina Sofía. Su trayectoria artística, desarrollada casi totalmente fuera de nuestro país (vivió en París de 1956 a 1981, en Montreal los dos años siguientes y a continuación y hasta hoy en Nueva York) aunque siempre en contacto con él, es un ejemplo de coherencia y de seriedad. A pesar de que hoy nos resulte difícil comulgar con un ideario de pintura inexorablemente autorreferencial y con una estética que se corresponde con otra época, no podemos dejar de reconocer el gran avance que su obra, junto a la de otros artistas ligados a la abstracción, supuso para el por entonces anquilosado arte nacional. Incluso ha tenido cierta proyección internacional, especialmente en Francia, y reconocimientos como el Premio David Bright que le fue concedido en 1960 en la XXX Bienal de Venecia o su condición de académico de Bellas Artes de San Fernando.En diálogo con Marta González, Feito ha concebido su segunda gran retrospectiva (la primera tuvo lugar en el MEAC en 1988) en dos frentes paralelos: la pintura y el dibujo. El recorrido cronológico en ambas secciones concede espacio considerable a los por él llamados "pregrafismos" y "prematéricos" de los cincuenta, en los que aún no reconocemos el estilo maduro de Feito. éste se manifiesta en torno al año 1960, con obras dramáticas en blancos, negros y pardos, cargadas de materia pero al tiempo con complejidad espacial, que son en mi opinión lo mejor de su producción. Esos núcleos pasan a los magmas de rojos y negros en la primera mitad de los sesenta, cuando aparecen las bandas que se irán endureciendo y perfilando en la creciente geometrización a la que se somete su obra. A continuación se produce, en colores brillantes, un aplanamiento de su pintura a finales de la década (los "viscerales") que se intensifica en los años siguientes. Pero esto deberá imaginarlo el espectador, ya que pintor y comisaria han decidido sustraernos esta etapa de los setenta por considerarla poco enriquecedora y nos hacen saltar a mediados de los ochenta, con la "serie del lobo" y un par de cuadros en rojo y oro, y prácticamente sin mediación, a las obras más recientes.
Feito ha declarado buscar una verdad esencial y profunda que repudia la acción. Su actitud, cercana al misticismo y al zen japonés (en algunas de sus obras últimas, y especialmente en dos grupos de dibujos de hacia 1962 y 1999, realiza un homenaje a la pintura oriental), le ha llevado a concentrarse en formas geométricas básicas (con preferencia por el círculo) que, en diferentes momentos, bien respeta en su integridad, bien rompe con gestos violentos. Entendidos como "materia de meditación", escenifican conflictos primarios como el de la luz y la sombra, el orden y el caos, el calentamiento y el enfriamiento, el exterior y el interior (en su insistencia en problematizar el marco). Son obras que, en palabras del artista, "se miden nada más que consigo mismas".