Silenciados de dominación, relaciones de poder y esclavismo en las pinturas de la colección Thyssen
Una exposición plantea una renovadora lectura poscolonial de muchas de las obras de arte que atesora la pinacoteca madrileña.
13 julio, 2024 02:30Se van a cumplir pronto cincuenta años de la publicación de un libro que supuso el inicio de una corriente de pensamiento, la teoría poscolonial, fundamental para entender el ejercicio que ha desarrollado ahora el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza sobre algunas obras de las colecciones de la familia que le da nombre: la del Barón Heinrich Thyssen-Bornemisza, la de Carmen Cervera y la de TBA21, de Francesca Thyssen.
Fue en 1978, aquí no se tradujo hasta 1990, cuando se editó ese texto fundamental en el cuestionamiento de los grandes relatos que marcó los discursos de la postmodernidad y que ponía en crisis aquello aprendido, eso que se daba por hecho, lo que incluso se había considerado “natural” sobre los cuerpos y los territorios de una zona geográfica concreta, el Norte de África y el Oriente Próximo y Medio.
Se trataba de Orientalismo de Edward Said, que lo escribió como una forma de conocerse a sí mismo: quería realizar “un inventario de las huellas que ha dejado en mí la cultura cuya dominación ha sido un factor muy poderoso en la vida de todos los orientales”.
El libro, así, desvelaba cómo Occidente –Francia e Inglaterra, principalmente– había escrito a Oriente a través de una disciplina que no suponía conocimiento, sino reconocimiento. Oriente se construía, siguiendo la tradición del binarismo característico del pensamiento occidental, como lo opuesto a Occidente.
Oriente era un reflejo invertido de Occidente, era aquello que Occidente no es. Esta disciplina, el orientalismo, instituida en el siglo XIX, se basaba en una serie de ideas recibidas y estereotipos que se habían ido formando a lo largo de los siglos y que respondían a los intereses de la dominación colonial, justificaban la explotación de esos cuerpos y territorios.
El Orientalismo participaba del sistema poder/saber para permitir el control de esos territorios ocupados por los países europeos en el Norte de África. Estas ideas recibidas y estos estereotipos se mantienen todavía hoy y definen las imágenes que consumimos actualmente en Occidente sobre Oriente a través de la prensa, la televisión, el cine o la publicidad, y también del arte, como ahora se evidencia en algunas obras de esta exposición.
Una muestra comisariada por Juan Ángel López-Manzanares, responsable de contenidos del museo; Alba Campo Rosillo, que co-comisarió la exposición Arte americano en la colección Thyssen-Bornemisza en la que ya se planteaba una lectura poscolonial de muchas de las pinturas incluidas; Andrea Pacheco, que ha comisariado el pabellón de Chile en la actual Bienal de Venecia y la individual de Asunción Molinos Gordo en el CA2M; y Yeison F. García López, director de Espacio Afro en Madrid.
La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza amplía este discurso y lo aplica al análisis de algunas obras en las que se representan otros cuerpos y territorios más allá de los árabe-islámicos, desvelando las historias que esconden, esas que se habían preferido ocultar, aquellas que se habían silenciado, aunque ha preferido obviar una de las principales, la de las propias colecciones.
Entre estas historias silenciadas está la del esclavismo, al que se dedica una de las seis secciones en las que se divide la muestra, como se evidencia en el retrato de David Lyon (h. 1825), que se enriqueció con el comercio humano, de Thomas Lawrence, o en el de la familia de Jacob Ruychaver, pintado por Frans Hals entre 1645 y 1648, que trabajó para la Compañía Holandesa de las Indias Orientales como director del fuerte de Elmina en Ghana, central en la historia del tráfico de personas esclavizadas entre África y América, y que incluye a un adolescente de origen africano como símbolo de estatus social y también como contraste, el “otro” de nuevo como aquello que no se es.
Cuerpos “otros” que son hipersexualizados en un tipo diferente de representaciones a las que se dedica otro de los capítulos. Fantasías de sumisión pensadas para un espectador masculino y occidental, como las de los harenes orientalistas, por ejemplo, la Escena en el jardín de un serrallo (h. 1743) de Antonio Guardi, o los desnudos de los expresionistas alemanes, Pechstein, Kirchner y Mueller, en los que se subraya la relación entre cuerpo femenino y paisaje.
Estos provocan una lectura interseccional a la que, además del análisis de clase y étnico-racial, se añade el que viene de los feminismos, imprescindibles en esa historia que se ha querido escribir con mayúscula y que estaba llena de exclusiones.
En casi todas las secciones de la exposición se han confrontado estas obras de otras épocas con las de artistas actuales, pertenecientes a la colección de TBA21. Creadores que tienen una posición crítica y que adquieren protagonismo en la última parte, dedicada a la resistencia, el cimarronaje y los derechos civiles, como el afrobrasileño Maxwell Alexandre o el guatemalteco Naufus Ramírez-Figueroa, y que presenta a sujetos activos que reivindican sus identidades.