La obra de Eva Fàbregas (Barcelona, 1988) late como un corazón. Su pálpito se cuela por las entrañas del Centro Botín, entre las paredes y los conductos del aire acondicionado, como un organismo colonizador que se abraza a sí mismo, a las piezas de otros, al aire, a la arquitectura e incluso a nuestros propios cuerpos.
El pálpito es real, está coreografiado: en el corazón de su instalación Oozing (rezumante), coproducida con el MACBA, hay un motor que mueve leve y secuencialmente sus intrigantes esculturas vermiformes de gran escala –con forma de gusanos o intestinos gigantes– formadas de aire y envueltas en licras de colores.
Con Fàbregas se inaugura un nuevo ciclo en el Centro Botín titulado Enredos en el que se propone un acompañamiento mutuo entre los artistas becados y la institución, presentando trabajos nuevos junto a obras de la colección Fundación Botín de autores que a su vez fueron becados en el pasado. Una primera experiencia curatorial, explica Fàbregas, que le ha dado la oportunidad de trabajar con artistas que admira, a la vez que ha activado nuevas maneras de intervenir el espacio.
“Toda mi obra está en proceso de cambio, de transformación, si no la descarto”, nos cuenta la artista refiriéndose a los dibujos de apuntes de formas para sus esculturas; parecen estampas japonesas de órganos distópicos que se desean o se estrangulan, se rodean y penetran, y que, como su escultura, rica en texturas e investigación de los materiales, evaden el binarismo o lo antagonista. Fàbregas difumina los límites entre lo artificial y lo natural, lo femenino y lo masculino o lo orgánico y lo inerte.
Desde ese lugar borroso entre los cuerpos dialoga con las obras de Cabello/Carceller, becarias de la fundación en 2007, momento en que inician su icónico proyecto fotográfico Archivo: Drag Modelos, en el que rastrean las huellas de la influencia cinematográfica en la representación de masculinidades alternativas. Un raro diálogo que, sin embargo, convence.
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Un hinchable rosa gigante repta por la pared y la atraviesa, amenazando con caer sobre las esculturas de David Bestué. Actúa de guía por el zigzagueante recorrido expositivo, que también nos digiere, y entre las piezas de los diferentes artistas. Las Esculturas de flores son una belleza. Hechas de amor, ausencia y memoria.
Bestué modela partes del cuerpo de su amante ausente con alquimias de frutas que inventa, pétalos de rosas o ceras naturales que a su vez están en un proceso de descomposición. Su olor se mezcla con el olor del cuero de las bridas de caballos de Leonor Antunes, haciendo de esta exposición un recorrido también olfativo.
La herida que rezuma bisutería por la pared de la sala de Sara Ramo convive con las fotografías de fórcolas que parecen médulas, de Asier Mendizábal, y que a su vez dialogan con la ligereza de la escultura en bronce de Nora Aurrekoetxea. Gabriel Orozco, el único que no ha sido becario, nos conecta con una mirada de extrañeza hacia lo cotidiano.
La sensualidad política de Fàbregas se despliega en una exposición coral, orgánica y diversa, pensada desde los afectos. Afinidades e intuiciones que resuenan a un mismo ritmo cardíaco.
La escultora de licra
Premio ARCO 2023 de la Comunidad de Madrid, en los últimos años las formas biomorfas de Eva Fàbregas han pasado por CentroCentro Cibeles, la Bienal de Lyon o la Whitechapel Gallery de Londres. Inaugura en julio su instalación más grande hasta la fecha en el hall industrial de la Hamburger Bahnhof de Berlín.