Desde que en Generaciones 2016 nos contara la historia de un sofá –el Compact de los Eames– en una animación en la que el mueble se movía por distintos escenarios, la carrera de Eva Fàbregas (Barcelona, 1988) ha seguido a muy buen ritmo. Es una de las artistas jóvenes españolas que más suena con esos “gusanos” de formas redondeadas que han pasado por la sección comisariada de Chus Martínez en el ARCO del Futuro (2018), la Kunstverein de Múnich (2019) y hasta por la última pasarela Cibeles acompañando la nueva colección de Ana Locking. Esta última colaboración no sorprende del todo, ya que nuestra relación con el diseño y los objetos que nos rodean es uno de los motores de su obra.
Los sonidos graves de Pumping se nos quedan atascados en el pecho, mientras que los ojos se nos escapan a acariciarla
Sus instalaciones son pura experiencia. En Gut Feeling, la exposición que la trae a CentroCentro, los sonidos graves que emiten los subwoofers de la pieza central, Pumping, se nos quedan atascados en el pecho, mientras que los ojos se nos escapan rápidamente a acariciar las distintas texturas de las esculturas. Esta instalación es la más imponente de la exposición, hecha con pelotas sensoriales con relieve envasadas dentro de textiles elásticos (licra principalmente) de vivos colores que generan esos gusanos que se retuercen sobre sí mismos, trepan y vibran. Apela a las sensaciones no sólo de la vista (con sus colores y formas) sino también al oído y al tacto. Tiene algo de hospital, de reanimación, en la cadencia de movimientos y en ese sonido mecánico propio de la respiración asistida. El ritmo de la música resuena y hace vibrar la pieza, de la que salen los cables de plástico que cuelgan libremente del techo.
La música conforma un elemento escultórico más, que llena todo el espacio. Los bajos carraspean y repican con golpes en las otras dos salas. En la primera de ellas, Bite Plate (algo así como plato mordido, 2019) es quizá la pieza más interesante, pues se aleja de otros formatos que ha repetido más. Un vómito rosa fosforito que rebasa un débil molde de metacrilato y se hace sólido en el suelo, en una mezcla explosiva de crema de afeitar, jabón, polvos de talco y colorante pisoteados. El gusano está también aquí, en esa pieza tubular donde los límites del material desparramado no quedan claros. El olor a productos químicos estimula el olfato mientras que las texturas aterciopeladas de la última sala, el tacto visual. Se agarran a una columna, se anudan en pareja y se apoyan en el suelo como un animal fatigado. Hay algo de las figuras biomorfas del surrealismo, y también de las esculturas de tejidos elásticos de Ernesto Neto y de los gestos corporales de Franz West, por citar algunos referentes que saltan a la vista.
Cinco piezas muy interesantes para un espacio que resulta demasiado amplio. No es esta una sala fácil. Quizá sea “una cuestión de tiempo y no de espacio”, como dice la propia Bite Plate en el texto de sala: “Ni soy líquido ni soy sólido. Soy un momento intermedio (…). En un futuro lejano podría llegar a ocupar la superficie total de esta sala convirtiéndome en una película muy fina y resbaladiza capaz de adherirse a la suela de unos zapatos”. Volveremos a comprobarlo en septiembre. Entretanto, no dejen de leer los textos que acompañan a esta exposición en los que su comisaria, Sonia Fernández Pan, pone voz a las obras.