En esta nueva novela, la superventas Isabel Allende (Lima, 1942), la escritora en castellano más leída del planeta, abre su historia en la Viena de 1938, en la “noche de los cristales rotos”, la negra jornada en que los nazis extremaron la violencia contra la población judía.
Samuel Adler es un niño judío vienés de seis años, excelente violinista, cuya vida quedará trastornada para siempre esa noche. Su padre, el doctor Rudolf Adler será gravemente herido en las reyertas, para más tarde ser llevado a un campo de concentración. Tal vez Allende peca de rapidez y de excesiva síntesis al tratar esos dramáticos hechos porque piensa que son escenas sobradamente conocidas a través del cine, los documentales y otras muchas novelas sobre el tema.
En realidad, ese inicio es el pretexto para situar al pequeño Samuel, que varias décadas más tarde, un músico ya anciano, en California, entrelazará su vida con Anita, una niña salvadoreña de siete años separada de su madre y retenida en un centro de menores en la frontera de Arizona.
Samuel Adler, en 1938, iniciará un largo peregrinaje en solitario para escapar de Viena en los trenes del kindertransport, organizados por la resistente holandesa Geertruida Wijsmuller-Meijer, personaje real, para salvar a niños de familias judías, llevándolos al Reino Unido. La experimentada contadora de historias que es Allende utiliza a menudo hechos históricos para dar verosimilitud a la narración. La despedida del niño violinista de su madre tendrá un momento de intensificación del pathos, en una escena muy cinematográfica.
Dos niños desarraigados, en distintas geografías y épocas, Samuel en la Viena de 1938, y Anita en Arizona, en 2019, son los protagonistas de esta historia. Isabel Allende conoce bien los problemas de los migrantes latinos con destino a Estados Unidos, a través de su Fundación.
Isabel Allende contrapone la solidaridad de unas personas capaces de otorgar una vida nueva a dos seres rotos
La medida de separar a las familias que llegan de Centroamérica a pedir asilo en la frontera sur norteamericana, y la orden de retener a centenares de niños en centros de detención, sin sus padres, son el telón de fondo de la segunda parte de la novela. Allende muestra su mayor fuerza de convicción al abordar esta grave crisis humanitaria en la frontera con México.
Una trabajadora social para los niños migrantes, Selena Durán, y un abogado, Frank Angileri, trabajan juntos para encontrar a la madre de Anita Díaz, la niña salvadoreña ciega que ha sido separada de su progenitora y vive en un mundo imaginario. “Hay cientos de menores en el limbo, como Anita, porque no pueden encontrar a los padres”, dirá Selena, una mujer atractiva y valiente, muy en la línea de otros personajes femeninos de la autora.
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Marisol, la madre de Anita, ha sido una mujer maltratada, y la investigación para encontrarla es un recorrido por el horror y la impunidad de los maltratadores. Es aquí donde la novela, pese a algunos tópicos, consigue conmover e indignar.
Frente a dos existencias, la de Samuel y la de Anita, tan diferentes, enfrentadas a la brutalidad, el racismo y el abuso del poder, la escritora contrapone la solidaridad de las personas capaces de acoger a estos dos seres rotos y otorgarles una esperanza y una vida nueva.
Los lectores de Isabel Allende descubrirán rasgos conocidos: una escritura sencilla; diálogos directos; varias tramas que se desarrollan y convergen en algún punto; una historia de amor inesperada; hechos de la actualidad periodística confundidos entre la ficción; algún personaje con clarividencia; y unas psicologías de los personajes, arquetípicas, pero eficaces. Y siempre, el compromiso de Isabel Allende de denunciar los abusos contra los derechos humanos.