Hace justo un año, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de Covid-19 a nivel mundial, mientras en nuestro país se iba cerrando todo a cal y canto progresivamente, hasta que tres días después el Gobierno declaró el Estado de alarma. Han sido 365 días marcados, sobre todo, por el dolor de la ingente pérdida de vidas humanas —2,6 millones de muertes en todo el mundo, 71.000 en España—. Una crisis sanitaria sin precedentes que lleva aparejada otra social y económica de dimensiones colosales y en la que la cultura, que se mostró determinante para mantener la moral durante los tres meses de confinamiento severo que vivimos entre marzo y junio del año pasado y tan necesaria para sobrellevar estos tiempos de incertidumbre, ha sido uno de los sectores más perjudicados, ya que perdió un tercio de sus ingresos en 2020, según los datos recabados por el Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea y publicado el mes pasado.
Las ayudas públicas extraordinarias, consideradas insuficientes y tardías por los profesionales de la cultura, están lejos de sostener a un sector en el que antes de la pandemia trabajan 700.000 personas, prácticamente paralizado en la mayoría de los casos —especialmente en los ámbitos que requieren la confluencia de públicos en un mismo recinto, como es el caso de las artes escénicas y la música—, lo que ha obligado a activar mecanismos paralelos de solidaridad para evitar que muchos artistas y profesionales de la cultura se mueran literalmente de hambre, como es el caso de #AAA (Actúa Ayuda Alimenta) o las ayudas sociales de fundaciones como las de SGAE y AISGE. Pequeños parches, en todo caso, que no logran taponar la hemorragia. No obstante, el comienzo de la campaña masiva de vacunación, algunos datos positivos y algunos ejemplos de coraje y audacia invitan —u obligan, porque no nos queda otra— a mirar con cierta esperanza al horizonte. Sector a sector, esta es la situación actual de los distintos campos de la industria cultural:
Letras
Los efectos de la pandemia sobre el mundo del libro no han sido tan devastadores como era previsible. De hecho, en abril de 2020 la Federación de Cámaras del Libro denunciaba el riesgo de que muchas de las empresas que conforman el tejido del sector no pudieran superar las dificultades económicas que la pandemia estaba generando. La preocupación, decían, se extendía en el conjunto de editores, libreros y distribuidores que comparten una tipología de empresas pequeñas, incluso microempresas, que representan 70 % del tejido del libro y que están en riesgo de supervivencia. En sus primeras estimaciones, el sector del libro señalaba que la paralización casi total de la actividad podría suponer la reducción en un tercio de la facturación del sector en el país, alrededor de mil millones de euros, 800 provenientes del mercado interior y 200 del exterior. Afortunadamente sólo las cifras referentes a las exportaciones se han confirmado, con unas pérdidas del 80 %.
El primer efecto de la pandemia fue el aplazamiento del Día del Libro, de la entrega del Premio Cervantes y de las Ferias del Libro, que suponen en muchos casos más de la mitad de la facturación anual. Ante el confinamiento, las editoriales aplazaron al 2021 sus principales lanzamientos, mientras se sucedían sorpresas como el éxito de un libro del año anterior, El infinito en un junco, de Irene Vallejo, verdadero best-seller del año con más de 200.000 ejemplares vendidos.
El resultado fue que, según Álvaro Manso, portavoz de la Confederación de Gremios de Libreros (CEGAL), “la pérdida en las librerías independientes fue solo de un 8 %, cuando muchos esperaban el derrumbe del sector”. La mayoría multiplicó las presentaciones en las redes, los cursos y ferias online. Y en su supervivencia tuvo mucho que ver también la puesta en marcha de la plataforma todostuslibros.com, que permite consultar en cada momento cuáles son los más vendidos y en qué librería de España puedes conseguir el ejemplar que estás buscando. La plataforma arrancó el 13 de noviembre, Día de las Librerías, y pasó de los 30.000 usuarios iniciales a los 148.000 de la actualidad.
En cuanto a los índices de lectura dados a conocer hace apenas unos días, durante la pandemia el porcentaje de quienes leen libros al menos una vez a a la semana alcanzó el 52,7 % y llegó a un máximo histórico del 57 % durante el confinamiento. La lectura digital creció́ en diez puntos (casi la mitad de los libros que se leyeron fue en este soporte) y la brecha de género se amplió́ más todavía: el 66 % de las mujeres se reconocieron lectoras, frente al 48 % de hombres. También eBiblio —la biblioteca digital publica— creció casi un 140 % en los préstamos y un 120 % en usuarios.
Arte
Ha sido el año de baile de fechas. De directores de museos y galeristas haciendo una programación A, B y C pendientes de las restricciones de movilidad y de los horarios de apertura de sus espacios. Se han acostumbrado a montajes con webcam. La Premio Velázquez Cecilia Vicuña supervisaba la instalación de su retrospectiva en CA2M a cuatro cámaras desde Nueva York, igual que muchos de los correos que normalmente hubieran acompañado a las pinturas que llegaron de fuera de España a las Pasiones mitológicas en el Museo del Prado. Los museos han sufrido una caída de visitantes sin precedentes, un 70 % de media, que ha afectado especialmente a los que más dependen de la taquilla. Tras varios meses cerrados, tuvieron que ajustarse a los nuevos protocolos sanitarios y reducir aforos, algo que en algunas ocasiones ha permitido al visitante un recorrido por las exposiciones menos concurrido. En noviembre se inauguraba en el Reina Sofía una de las muestras más esperadas, Mondrian y De Stijl, con menos obras de las previstas por las limitaciones de la movilidad internacional. Juan Antonio Álvarez Reyes, presidente de ADACE, la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo, subraya además la importancia de las adquisiciones de obra por parte de las distintas administraciones mediante programas específicos Covid.
Las galerías de arte siguen en la lucha. En Madrid, cerraba García Galería y muchas se han lanzado a la carrera digital, introduciendo viewing rooms y tiendas online en sus páginas web y otro modelo de proyectos como los Encuentros de Maisterravalbuena, exposiciones de tres semanas de duración en las que han participado artistas como los Costus o Soledad Sevilla y Luis Gordillo, a quienes normalmente no veríamos en este espacio, o los refrescantes Camping de NF/Nieves Fernández Galería para atraer a otro tipo de públicos. Continuamos sin ferias, su canal principal de venta. ARCO se pasó con tino de febrero a julio y su celebración pende todavía de un hilo. En el primer semestre de 2020 la caída de las ventas fue de un 36 % de promedio (según el informe de la experta en mercado Clare McAndrew) y muchos de los trabajadores del equipo sufrieron ERTE. Las casas de subastas han sorteado mejor el temporal porque ya contaban con plataformas en las que hacer sus eventos de manera digital. Desde el Consorcio de Galerías hay descontento con las medidas tomadas por el Ministerio de Cultura, sobre todo con el anuncio de compras por valor de 500.000 € gestionadas por el Museo Reina Sofía, apunta Idoia Fernández, presidenta de su junta directiva. “Esperábamos que se hubiese planteado con la capacidad de hacer propuestas por parte de las galerías. Sin discutir que haya luego unos criterios de selección. En diciembre nos dieron la lista definitiva y son 16 compras realizadas a 16 galerías o artistas, algo que evidentemente no supone una ayuda al sector, ni siquiera un intento de distribución o reparto para que sea mínimamente amplia”.
Artes escénicas y música
Los teatros siguen sufriendo el impacto. Aunque, por suerte, desde el verano la mayoría mantienen sus puertas abiertas. Aunque con aforos reducidos, la actividad escénica ofrece una inspiradora ‘normalidad’. Una circunstancia que, de hecho, ha puesto a España en el candelero internacional. En países como Inglaterra, Francia e Italia, sus artistas exigen a los políticos que observen el ‘caso español’, que muestra que la clausura no es estrictamente necesaria si en los recintos culturales se cumple la normativa sanitaria a pies juntillas. El Teatro Real, por ejemplo, ha gozado de una tremenda repercusión por este motivo, ya que su mérito es todavía mayor si cabe. Estos días, sin ir más lejos, concurren tres montajes entre sus paredes: Sigfrido, Norma y Peter Grimes (que está en fase de ensayos). Tal vorágine representativa y creativa sólo ha sido posible gracias a la realización de tests a mansalva, una previsión milimétrica y una actitud audaz que resume su director artístico, Joan Matabosch: “Aquí, si algo no es imposible, vamos adelante”. Pero, a pesar de esta inspiradora resistencia, la huella de coronavirus en el sector escénico es terrorífica. El INAEM reconocía recientemente que durante 2020 perdió 7,5 millones de euros de recaudación. Un proyecto tan estimulante como el de Kamikaze en el Pavón ha caído en combate, incapaz de sostener durante más tiempo el pulso armado de unas finanzas que ya antes de la pandemia eran deficitarias. Conmociona también oír hablar de iniciativas como las de Fundación AISGE (de actores e intérpretes), que ha lanzado unos bonos de comida para que sus asociados puedan llenar la nevera.
Los auditorios y las salas de conciertos también penan en esta travesía por el desierto. Por suerte, la veintena larga de orquestas sinfónicas públicas que existen en España desarrollan sus programaciones. Forzosamente, han tenido que optar por partituras que exigen plantillas menos numerosas. Es decir, menos Wagner y Mahler, y más Brahms, por ejemplo. Hacen de la necesidad virtud y tiran hacia delante. Como la OCNE, que ha aprovechado para reivindicar a nuestros compositores del medio siglo con el Focus Festival: Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Antón García Abril… Cualquier cosa, menos volver al silencio del confinamiento duro. La Fundación Juan March ofrece un modelo híbrido. Todos sus conciertos se ofrecen vía streaming pero algunos sí se celebran en directo en su remozado auditorio. Los demás proceden de su magnífico archivo. Así tiran de momento, a la espera de un contexto más propicio.
Donde todo resulta más complejo y menos alentador es en el ámbito de los festivales multitudinarios de indie, pop, rock, músicas urbanas… Todavía no se atisba el fin de la pesadilla. El año empezó con el negro augurio de la cancelación de Glastonbury y hace apenas unos días el Primavera Sound, uno de los buques insignia de este tipo de oferta en nuestro país, anunciaba de nuevo su repliegue hasta 2022. “Tomamos esta decisión tan dolorosa por la incertidumbre alrededor del marco legal para grandes eventos en las fechas originales del festival, que sumada a las restricciones que existen actualmente hacen que no podamos trabajar con normalidad en su preparación ni asegurar que, una vez llegue la fecha, se pueda celebrar”, explicaron sus organizadores. En cualquier caso, otras citas clásicas, Mad Cool, Sónar, FIB, Azkena y BBK Live, mantienen de momento su intención de hacerse este verano.
La Federación de la Música de España, Es Música, estima que el sector perdió en 2020 unos 1.000 millones entre los subsectores de la música en directo, la música grabada y los derechos de autor, a los que habría que sumar 7.000 millones más teniendo en cuenta a las empresas y profesionales de otros sectores que participan de manera indirecta en la industria musical.
Más allá de los festivales, las grandes perjudicadas son las salas de conciertos, cuyas pérdidas rondan los 120 millones de euros según la Plataforma de Salas de Concierto y con 5.000 trabajadores directos que se encuentran en su inmensa mayoría en ERTE. La crisis se ceba más aún con las salas pequeñas, en las que cumplir las protocolos reglamentarios y las restricciones de aforo hace prácticamente imposible su actividad. Las salas más grandes —y los músicos— intentan salir adelante como pueden. Por ejemplo, la Maravillosa Orquesta Del Alcohol (M.O.D.A.) tocará desde hoy y durante cuatro días seguidos en la sala Riviera de Madrid, con dos pases diarios, para compensar las restricciones de aforo y llegar así al mayor público posible. Por su parte, los grandes recintos como el Wizink Center de Madrid o el Palau de la Música de Barcelona llevan desde que empezó la pandemia cancelando y posponiendo conciertos. El que ofreció Raphael ante 5.000 personas en el pabellón madrileño justo antes de la Navidad —mientras los ciudadanos veían fuertemente restringidas sus reuniones familiares— desató una fuerte polémica, a pesar de cumplir escrupulosamente con el protocolo sanitario vigente en la Comunidad de Madrid: mascarillas, distancia de seguridad, renovación cíclica del aire, localidades de asiento, etc.
Pero ¿qué es un concierto de pop, rock o electrónica con el público sentado, manteniendo distancia de seguridad y sin poder bailar? Por este motivo, en diciembre se realizó en la sala Apolo de Barcelona un concierto piloto para 500 personas con mascarillas pero sin distancia de seguridad. Ante el éxito del experimento —se realizaron pruebas de detección de Covid-19 a todos los asistentes justo antes del concierto y días después sin que se produjera ni un solo contagio—, se ha decidido hacer otra prueba piloto de mayores dimensiones: el próximo 27 de marzo, el grupo Love of Lesbian protagonizará el primer concierto masivo en España sin distancias de seguridad desde que estalló la pandemia. Será en el Palau Sant Jordi de Barcelona, ante 5.000 personas, también con test de antígenos previos realizados el mismo día, mascarillas FFP2 y varias zonas de pista entre las que no podrá haber trasvase de público. El evento cuenta con el respaldo del sector y de las autoridades, ya que en su presentación han participado los directores de los festivales más importantes de la ciudad —entre ellos el Primavera Sound, el Sónar y el Cruïlla—, los máximos representantes de Salud y Cultura de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
Mientras tanto, no olvidemos que fuera del círculo delimitado por los focos hay toda una legión de trabajadores técnicos del sector que, desesperados, llevan meses echándose a la calle, organizados en la plataforma Alerta Roja, que acaba de ser galardonada por su labor con el Premio Backstage de la Asociación de Promotores Musicales.
Cine
Hace algo más de un año, en el fin de semana del 6 al 8 de marzo de 2020, con la sombra del Covid-19 planeando ya sobre todo el planeta, los cines españoles todavía recaudaron 5,8 millones de euros y registraron algo más de 900.000 espectadores. Desde entonces, la hecatombe. “Ha sido un año muy duro, con los cierres de los cines desde el mes de marzo hasta el mes de junio y la posterior reapertura con menos salas, menos capacidad de aforo y menos pases por las limitaciones de horario, y con toda la incertidumbre que provocaba que unas Comunidades Autónomas mantuvieran los cines cerrados mientras otras los abrían”, explica Miguel Morales, presidente de ADICINE, la patronal de los distribuidores independientes. Han sido precisamente ellos los que, con la deserción de las multinacionales, han alimentado la cartelera. “Desde julio a septiembre hemos sido responsables del 93 % de los estrenos, hemos apostado fuerte por los cines a pesar de que en la mayoría de los casos sabíamos que no íbamos a recuperar nuestras inversiones, pero queríamos que las salas permanecieran abiertas”. Al menos han visto recompensado su esfuerzo en unos Premios Goya que, con una gala sobria y ágil dirigida por Antonio Banderas y María Casado, que ha convencido a la mayoría de espectadores: acapararon 75 nominaciones y lograron premios importantes con filmes como Las niñas (Bteam), Akelarre (Avalon) o Ane (Syldavia).
El desastre económico para la industria del cine queda reflejado en la pérdida de un 70 % de la recaudación de los cines en 2020, pero la taquilla no remonta ni con el estreno este viernes del nuevo filme de animación de Disney, Raya y el último dragón. La cifra total de espectadores el pasado fin de semana fue algo superior a 129.000 (muy lejos de los 900.000 de hace un año). Y no parece que nada vaya a cambiar al respecto en las próximas semanas, con los blockbusters guardados en un cajón hasta que la vacunación empiece a hacerse notar y con las estrategias de estreno simultáneo de las majors cuestionando lo mecanismos que han regido el negocio desde hace décadas. En cualquier caso, a pesar del crecimiento de las plataformas y de las opiniones apocalípticas, no parece que se haya agotado el tiempo de las salas de cines, como nos contaban varias personalidades del sector en este reportaje.
También han cambiado los rodajes, sometidos ahora a todas las medidas de seguridad sanitaria, con la mascarilla imponiéndose excepto para los actores. Sin embargo, quizá sea la producción el campo que menos ha sufrido por la necesidad de las plataformas de nutrir sus catálogos con nuevos contenidos. No ha habido tregua en las Streaming Wars durante la pandemia. Por su parte, los festivales han aguantado el tipo como han podido: algunos tuvieron que cancelar o otros buscaron opciones híbridas (presenciales y online) para seguir adelante. San Sebastián consiguió, con mucho mérito de la organización, sacar adelante una edición que ha pesar de la ausencia de invitados internacionales y la reducción de aforos fue un soplo de aire fresco que devolvió la sonrisa a cinéfilos y a los profesionales del sector.
“Ahora tenemos que conseguir que el público que iba a las salas de cine de manera frecuente vuelva, que pierdan el miedo, y que aquellos que no iban y que han visto muchas películas durante la pandemia también lo hagan”, apunta Morales, que tiene sus esperanzas depositadas en los fondos europeos para la recuperación. Beatriz Navas, directora del ICAA, asegura el apoyo del gobierno a la industria cinematográfica: “El plan de Recuperación del Gobierno de España plantea diez políticas palancas y se ha identificado a las industrias culturales y creativas como una de ellas, es decir, como una de las actividades estratégicas en el proceso de desarrollo y transformación de nuestra sociedad. Esto supone una declaración de intenciones para afrontar el futuro desde las administraciones, que asumimos la responsabilidad de aprovechar esta oportunidad para ayudar al sector cultural a robustecerse con vistas a su recuperación y transformación no solo al corto plazo sino también al medio y largo plazo”.
Con informaciones de Nuria Azancot, Luisa Espino, Alberto Ojeda, Fernando Díaz de Quijano y Javier Yuste.