Artillería pesada para comenzar la gala. Primero apareció Antonio Banderas, muy guapo a sus 60 años, derrochando carisma de estrella para dar un discurso muy medido entre el respeto a las víctimas y la alegría que se supone a una gala de premios. Acto seguido, Pedro Almodóvar, Bayona, Penélope Cruz, Alejandro Amenábar y Paz Vega dieron sucesivos premios a categorías técnicas como vestuario o diseño de producción. Toda una declaración de intenciones, dar a las máximas estrellas un papel modesto, una obsesión por la sencillez que a veces resulta un poco empalagosa. A veces el cine español parece que tenga que hacerse perdonar cuando no tiene que pedir perdón por nada.
Ha sido una gala muy marcada por la pandemia y no solo porque no hubiera público, salvo que se considere público las decenas de nominados conectados por Zoom en directo, creando un mosaico de pantallas que se multiplicaban en el fondo del escenario como si fuera una escena de Network (Sidney Lumet, 1976), esa película visionaria en la que la criatura, la televisión, acaba devorando a sus creadores. Banderas impuso un tono sobrio, la puesta en escena no daba para grandes alegrías, y a falta del show habitual funcionó la aparición de grandes estrellas internacionales, de Tom Cruise a Emma Thompson pasando por Isabelle Huppert o Al Pacino. La “familia del cine español”, hace bien demostrando que el mundo del cine hace mucho tiempo que es global.
Las niñas, debut en la dirección de Pilar Palomero, fue la gran ganadora con cuatro Goyas, incluyendo mejor dirección novel, mejor película, guión original y fotografía, que recayó por primera vez en una mujer, Daniela Cajías. Es una buena película que capta con sensibilidad la época de los 90 y que logra que veamos el mundo desde el punto de vista de esa “niña” que comienza a dejar de serlo y se asoma a una vida adulta plagada de incógnitas y misterios en una sociedad aun represiva. Palomero es una gran creadora de atmósferas y logra imbuirnos de lleno en ese mundo íntimo, pero le falta rematar la historia en una película no del todo redonda pero que sí lograr transmitir con pasión y minuciosidad el aroma de todo un tiempo pasado. Son esos 90 en España donde los vestigios de la larga dictadura y los aires de modernidad colisionaban en un país en transformación que lucha contra sus contradicciones.
Akelarre, de Pablo Agüero, se llevó el gato al agua en la mayoría de premios técnicos. Fue una manera de reconocer la creatividad de este director argentino que ha sacado adelante la nueva Handía. Akelarre es un filme de marcado acento vasco que narra el proceso de la Inquisición contra seis jóvenes acusadas de brujería en el siglo XVII, y lo hace con un gran talento y creatividad en lo visual. El premio a mejor director fue para Salvador Calvo, por Adú, una película estimable con la virtud de tratar asuntos graves como la emigración y las desigualdades en el mundo. La pandemia se ha llevado por delante muchos estrenos y la realidad es que no ha sido el mejor año de un cine español que se sigue debatiendo entre la ultracomercialidad de los taquillazos y las plataformas y una independencia acérrima en la que suele lograr sus mejores gestas. Son tiempos convulsos para la industria, de final incierto, donde el cine español deberá defender que es capaz de acabar de modernizarse y al mismo tiempo mantener su identidad.
Mario Casas fue uno de los grandes protagonistas al ganar por primera vez el Goya al mejor actor por la energética No matarás, de David Victori. Sin duda, la industria ha querido reconocer la proyección de su estrella masculina más taquillera y glamourosa. Ha ido crecido Casas con los años, a base de tesón, vemos a un actor que está pidiendo a gritos un papel de gran altura. La mejor actriz fue Patricia López Arnaiz, que interpreta en Ane a una madre frenética en busca de su hija en el Euskadi aun convulso de 2009. Debut en la dirección de David Pérez Sañudo, funciona sobre todo la relación de la mujer con el ex marido en un filme algo titubeante. Me gusta más el trabajo de otra nominada, Candela Peña en La boda de Rosa, quizá la gran olvidada de la noche.
El año del descubrimiento, el aclamado documental de Luis López Carrasco, sobre la “reconversión industrial española” en aquel 92 de los milagros, se alzó con el premio al mejor documental en medio de un coro de voces que solicitaban su inclusión en la categoría de “mejor película” sin más. Lo más probable, también, es que en breve veamos un Goya a la mejor serie. Los homenajes cumplieron, mejor el de Angela Molina con el baile flamenco que el de Berlanga con esa caracterización de Pepe Isbert no del todo lograda. Respecto a los números musicales, se impuso un tono más elegante que en otras ocasiones y mas hollywoodiense con esa Nathy Peluso de Violetera o Aitana cantando a Barbra Streisand. La música sigue siendo quizá la gran asignatura pendiente del cine español.
La mejor secundaria fue Nathalie Poza, que está desternillante como mujer “desastrosa” con problemas con el alcohol en La boda de Rosa. Es una gran actriz y merece este premio. El momento más político llegó con el discurso de Alberto San Juan, mejor secundario por su bombero aficionado a las orgías de Sentimental, la divertida película de Cesc Gay, donde logra una adustez muy graciosa. Dijo San Juan “al PSOE” que la vivienda es un derecho básico, recuerdo de la situación de emergencia social que atraviesa nuestro país con casi cuatro millones de parados y muchos trabajadores en ERTE. Banderas también recordó la situación de la cultura, a la que esta crisis golpea duramente con el cierre de teatros, muchos cines y los espectáculos en directo. No son tiempos buenos para los artistas aunque, como recordó Mariano Barroso, presidente de la Academia en su discurso, durante esta pandemia en la que se ha multiplicado el consumo de audiovisual y las películas han sido un verdadero refugio para muchos. En palabras de la enfermera Ana María Ruiz, encargada de dar el Goya a la mejor película, “el cine nos cuida”. Sin duda en pocas épocas históricas todos hemos necesitado más que nos cuiden.