Aunque hoy cueste recordarlo, ante la avalancha de libros que nos asalta constantemente, durante la mayor parte de nuestra historia los libros fueron objetos artesanales, escasos, caros y frágiles. Exclusivos guardianes del conocimiento que fueron manteniendo vivas para las sucesivas generaciones los avances, intereses, saberes y visiones del mundo de las civilizaciones antiguas. “Lo más lógico es que todo se perdiera, porque es mucha la energía que hace falta para que un libro sobreviva a la navegación de varios milenios entre peripecias históricas de todo tipo”, afirma la escritora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), que en El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela) narra su historia, que también es la nuestra. Un relato integral donde mezclando sin complejos crónica periodística, narración novelesca e interpelaciones al lector la autora recrea la inverosímil supervivencia de ese objeto indestructible que es el libro, que se resiste, incluso en nuestra época digital, a desaparecer.
Pregunta. Dedica buena parte del ensayo a la Biblioteca de Alejandría, ¿qué significó en su época y qué representa hoy? ¿Qué ha llegado hasta nuestros días de aquel proyecto loco y genial?
Respuesta. Hoy en día nos ha llegado tanto el mito como la realidad. Por un lado está la leyenda, que empapó a toda la ciudad de un aura literaria que se ha mantenido hasta Cavafis, Ungaretti, El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell… Gracias a ella, Alejandría ha sido una ciudad colonizada para las letras y el imaginario cultural y ha producido muchas ensoñaciones, como el famoso relato de Borges. Por otro lado, este experimento de Alejandría tuvo consecuencias prácticas. Los libros que allí se reunieron, al alance de la gente culta de la época, se copiaron y generaron una multiplicación de ejemplares que fueron a parar a viviendas y colecciones privadas, donde los libros sobrevivieron en los tiempos duros de la Edad Media tras la caída del imperio romano, cuando fueron saqueados y destruidos los grandes centros de cultura. Todos los libros de hoy, pasando por los monasterios medievales, se remontan a la Biblioteca de Alejandría, donde nació un programa de conservación y salvamento que ha permitido a esos textos llegar hasta nosotros.
P. Durante su vida, la Biblioteca logró crear el imperio multicultural que la política, como se vio tras la fragmentación del imperio de Alejandro, no pudo, ¿es la cultura el único mundo sin fronteras posible?
R. En efecto, no sólo querían reunir todos los libros griegos, sino que aspiraban a compilar traducciones de los textos esenciales de las demás culturas, rivales en lo político, lo que es un cambio de concepto, un interés muy moderno para la época. Desde luego, el afán de totalidad que tenía Alejandro Magno, su sueño de abolir las fronteras, sólo se hizo realidad en la Biblioteca de Alejandría, el único lugar donde se reunieron todas las voces, lo que realmente cambió el mundo, pues permitió que todo ese saber fuera aprovechado por todas las culturas futuras.
"Es casi imposible hacer desaparecer un libro ya escrito. Pero las persecuciones generan autocensura hacia lo que todavía no se ha escrito"
P. La historia que conocemos es que el fin de la Biblioteca fue un pavoroso incendio, pero usted afirma que pesó más el desinterés y la dejadez de los gobernadores romanos en siglos posteriores. ¿Ocurre lo mismo hoy con la cultura, muere por falta de inversión y de interés político?
R. Para la cultura siempre ha sido más letal la indiferencia que la persecución, y eso que persecuciones a los libros y a la creación no han faltado en ninguna época. Pero estos ataques siempre despiertan movimientos de protección y de resistencia, por lo que es mucho más efectivo a la larga el desgaste de dejar las cosas languidecer, de no cuidarlas y no poner los pequeños medios que hacen falta para que este sistema venoso siga irrigando. A lo largo de la historia ha sido mucho más dañina la indiferencia y el desprecio, y la época contemporánea no es una excepción. El momento en el que se desprecia, de palabra o de obra, la importancia de la cultura, si se da a entender que es algo prescindible y que en momentos de crisis es lo primero que debe sucumbir es el fin, esas son las puñaladas que verdaderamente hieren de muerte.
De hecho, Vallejo habla de la gran capacidad de los libros para huir de la censura de cualquier condición y época, afirmando que es prácticamente imposible proscribir un texto para siempre. “Es muy difícil, cada vez más, hacer desaparecer un libro ya escrito. Salvo que se inventen métodos de control que hoy ni siquiera imaginamos, es muy difícil evitar que haya personas que los protejan, que los escondan, como en Fahrenheit 451”, opina la autora. “Ha habido varias épocas en la historia en que la gente ha aprendido de memoria libros proscritos para salvarlos de la destrucción”. Sin embargo, la escritora destaca que hay otro procedimiento más subliminal donde la censura tiene más éxito, que es en los libros que no se han escrito todavía. “Cuando hay una persecución a una persona, pongamos Salman Rushdie, todos los demás protagonistas del mundo del libro comienzan a autocensurarse para no sufrir esas consecuencias, en este caso la fetua, por eso la censura es más peligrosa para con los libros que no se han escrito todavía que con las que están en circulación”.
P. Todo este complejo tejido de historias que narra demuestran que el ser humano es inmutable, que sus pasiones y errores son constantes a través de los siglos. ¿Nos parecemos más a los antiguos de lo que creemos?
R. Estoy convencida de ello. Me parece algo casi mágico, milagroso, que una obra de hace varios milenios pueda seguir entablando una conversación de tú a tú con los lectores actuales. Pero eso es lo que hace un clásico, seguir, generación tras generación, siendo un faro en una realidad cambiante. Los libros de la Antigüedad proponen una conversación que no se ha silenciado en ningún momento de la historia, que ha sido ininterrumpida. Y eso se lo debemos a gente que se ha esforzado, formando una especie de cadena espontánea, por transmitir los libros hacia el futuro sin otro aliciente que el propio amor por la literatura.
"Los libros de la Antigüedad proponen una conversación que no se ha silenciado en ningún momento de la historia, que ha sido ininterrumpida"
P. Como dice, el libro ha tenido una historia ininterrumpida desde Grecia y Roma hasta hoy, ¿es esto más que cualquier otra cosa lo que teje la herencia cultural del mundo clásico?
R. Hay grandes civilizaciones de la Antigüedad como Egipto o las culturas mesopotámicas, cuyas lenguas y tradiciones se olvidaron y tuvieron que resucitarse, pero con Grecia y Roma hay ahí un cordón umbilical, un kilómetro cero, con el que no hemos perdido el contacto nunca. Ese es un gran logro de la creación literaria del que no hablamos mucho, porque nos centramos en los escritores, los protagonistas de la creación. No pensamos en la importancia que tienen, por un lado la traducción, y por otro todos esos canales de transmisión sigilosos y anónimos pero que nunca han dejado de funcionar. Ha sido el esfuerzo anónimo de mucha gente el que ha permitido la salvación de unas palabras que todavía hoy están vivas.
En su libro, Vallejo se detiene en el abismo absoluto que supuso la Caída de Roma, pero como cuenta, los libros sobrevivieron después, durante la larga y oscura Edad Media. ¿Cómo fue su supervivencia hasta la llegada de la imprenta? “Es un viaje apasionante que daría para otro libro. Hubo dos caminos. Por un lado, en Europa, fueron esenciales los monasterios, lugares apartados por donde no pasaban habitualmente los ejércitos y que no estaban sometidos a las mismas vicisitudes de destrucción que las grandes ciudades y capitales”, explica la escritora. “A ellos se retiraron personas que mantuvieron y cultivaron el conocimiento de la lectura y la escritura. Es importante destacar que no tendría por qué haber habido en los monasterios bibliotecas, no son un elemento indispensable para su funcionamiento, y sin embargo las crearon y mantuvieron”.
Además, Vallejo destaca el papel del mundo musulmán, que “en los peores siglos de Europa tuvo un gran esplendor y florecimiento recogiendo el legado del mundo helenístico sobre el que se implantó. Curiosamente, algunas obras literarias que en Europa se perdieron ellos las mantuvieron vivas. Aristóteles por ejemplo, nunca habría llegado a nosotros sin los pensadores árabes, que mantuvieron viva, discurrieron y comentaron una tradición de la que también se apropiaron”. Hablando de esta época, la autora nos recuerda que entonces, el mundo del libro era un arcano reservado a unas élites muy exiguas. “Incluso el Humanismo fue un fenómeno elitista y limitado. Ha habido que recorrer un larguísimo camino para volver a ampliar el espectro de lectura, para alcanzar y superar, claro, los números de la Antigüedad clásica”, explica. “Pero lo importante es que en ningún momento se cortó la hebra, por mucho que se adelgazase. A veces la supervivencia de una obra dependió de un solo ejemplar que, de haberse perdido, hubiera supuesto el silenciamiento para siempre de una voz”.
P. En este sentido, ¿es usted optimista, debemos valorar el legado recibido frente a todo lo perdido?
R. Se calcula que ha sobrevivido únicamente un 1 % de toda la suma de libros que hubo en la Antigüedad. Es un porcentaje ridículo, aunque obviamente hablamos de todo tipo de libros: religiosos, de cocina, técnicos de oratoria… Pero hay que destacar que no es 1 % aleatorio, sino que son los textos que los propios antiguos, con mejor o peor criterio, consideraron los más valiosos. Los mejores libros se beneficiaron de mayor esfuerzo de conservación y multiplicación, y estos son, con algunas lamentables pérdidas, los que han llegado hasta nosotros, los que ellos valoraron como decisivos y como dignos de legar al futuro.
"Debemos salvar las humanidades. La propia dinámica de la democracia no puede existir sin ciertas nociones de ética, de filosofía, de historia"
P. Es Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia, ¿cómo vive el progresivo desprestigio de las Humanidades en el ámbito educativo?
R. Si esto continúa así el precio que pagaremos es enorme. Hay que hacer un esfuerzo, equiparable al que en su día se hizo para salvar los libros. La movilización cultural de esta época debería ser un S.O.S. a las humanidades. Dicho esto sin menospreciar a la Ciencia, que no es la competencia, pero veo un discurso de constante menosprecio a las Humanidades como si fueran un residuo inútil de otros tiempos, cuando los desafíos del futuro, tanto los ecológicos y científicos como los éticos y morales, cada vez de mayor magnitud, nos exigen fortalecer estas disciplinas. Incluso la propia dinámica de la democracia no puede existir sin ciertas nociones de ética, de filosofía, de historia. La única manera de construir un futuro es saber de dónde venimos y cuál ha sido nuestro trayecto.
P. Hoy en día los libros pertenecen a todos y no a una élite, sin embargo, da la sensación de que vivimos en un mundo menos culto que la Antigüedad. ¿Es cierto o es un anacronismo pensar así?
R. La cultura siempre se ha movido en élites y estamos en el momento de mayor capacidad lectora de la historia. Casi el 90 % de la humanidad es capaz de leer y escribir y, por tanto, de acceder al conocimiento. No soy muy partidaria de analizar otras épocas donde el acceso a la cultura estuvo limitado por cosas como el nacimiento, la condición social o el sexo. Estamos en una época de grandes éxitos, de expansión imparable del saber y no deberíamos olvidarlo. Muchos de los sueños de los antiguos se han hecho realidad sólo en la época contemporánea, así que valoremos los frutos de la historia antes que criticar el presente.