Todo parte de una afición rabiosa por la música, la que le inculcaron a Alfonso Aijón (Madrid, 1931) en el Ramiro de Maeztu durante la posguerra. Esa melomanía voraz la sació luego peregrinando por los teatros y auditorios de Europa. Allí donde despuntaba una figura en ciernes, estaba él. Así, en la década de los 60, cuajó amistades con directores y solistas desconocidos que, con el tiempo, acabaron teniendo la estatura de Barenboim, Giulini, Abbado, Pires, Mehta… Impulsado por su complicidad, alumbró el ciclo de Ibermúsica, que, varias hipotecas y cientos de conciertos después, cumple 50 años. Lo celebrará las dos próximas temporadas con muchas de las mejores orquestas del mundo, buena parte de las cuales recalaron por primera en nuestro país de la mano de este hacedor de milagros sinfónicos. Acantonado en las montañas cántabras, donde fijó su residencia hace más de dos décadas, responde al teléfono para desgranar la traca celebratoria que se avecina y repasar, con prodigiosa memoria (sigue hilvanando fechas, nombres y programas con la solvencia de una computadora), su intensa andadura capitaneando Ibermúsica.
Pregunta. La celebración arranca con una extraordinaria concatenación de efemérides porque Mehta también celebra 50 años al frente de la Filarmónica de Israel. Maravillosa coincidencia, ¿no?
Respuesta. Sin duda. Además, hay que añadir que la Filarmónica de Israel, también con Mehta al frente, vino a España por primera vez en septiembre de 1979. Yo conocí a Zubin en 1964 en Bucarest. Nos une una gran amistad. Es una persona muy ligada al proyecto, que no ha dudado en dirigir sin cobrar para salvarnos en los momentos más duros.
P. ¿Qué otras presencias le hacen especialmente feliz en este aniversario?
R. Muchas, hago memoria… Mariss Jansons, por ejemplo, otro director muy ligado a Ibermúsica. El primer concierto de la Filarmónica de Leningrado con nosotros fue en 1971, dirigida por su padre. Con Zubin vuelve también la Filarmónica de Viena. La Sinfónica de Londres, que es la orquesta que más conciertos ha hecho en Ibermúsica, más de 130, viene con Rattle, quien, por cierto, ofreció su primer concierto con una orquesta profesional, el Nash Ensemble, también para nosotros. Debutó en Bibao en 1974 y al día siguiente estuvo en Madrid. St-Martin-in-the-Fields, que nos visitó por primera vez en el 74 o el 75 también vendrá. Qué más… Evgeny Kissin, que lo presentamos antes que Karajan en Berlín, cuando era un chaval de 17 años. Para la siguiente temporada tendremos a la Filarmónica de Múnich con Gergiev, la de San Petersburgo con Temirkanov, la Filarmónica Checa con Bychkov, la Concertgebouw con Haitink y, como broche final, la Filarmónica de Berlín con su nuevo director, Kirill Petrenko.
P. A Ibermúsica se le suele reprochar escasez de riesgo en sus programas. ¿Qué tiene que oponer a este argumento?
R. Es muy injusto. Cuando teníamos patrocinios potentes y podíamos bajar el precio de las entradas, siempre incluíamos obras contemporáneas. Hemos descubierto aquí a Boulez, Carter, Schnittke… Y estrenado más de 160 obras. Ahí están las estadísticas.
"Tengo 88 años. Sé que moriré pronto y que, antes que en un concierto, prefiero hacerlo en la montaña"
P. ¿Le parece otro tópico infundado que el público de Ibermúsica es muy conservador? Ya sabe, lo de la condedumbre…
R. Sí, ese término que inventó Jesús Aguirre… Por supuesto que es un tópico. Fuimos los primeros en facilitar el pago de los abonos mediante el fraccionamiento en tres plazos. Hoy irse de copas sale más caro. Tenemos muchos abonados que acostumbraron su oído en los años 80 en nuestro ciclo cuando, como decía, gracias a los patrocinadores, podíamos arriesgar más. Hoy miles de españoles se gastan un dineral para ir a ver a su equipo a Liverpool, por ejemplo, y nadie lo critica. El problema es que la afición por la música clásica se está perdiendo. Cada vez quedan menos aficionados. Ningún gobierno desde que terminó la guerra civil ha promovido que la gente sienta la necesidad por la música. Sólo así puede calar porque imponerla es un error.
No tiene Aijón muchas esperanzas de que la sangría se revierta. Advierte que se trata de una epidemia mundial, que también aqueja a potencias musicales como Alemania o Inglaterra. Dice que los Proms son un éxito, sí, pero porque las entradas son muy baratas. Que cuando la Orquesta de la BBC ofrece un concierto de su ciclo regular entre semana no va nadie. Y que si una tarde ves en la primera planta del Auditorio Nacional más de 15 jóvenes en un concierto de la OCNE, es un buen día. “Un chico o una chica que toca una sonata de Beethoven o una suite de Bach con 14 años, porque sus padres les han apuntado a clases, a los 16 o los 17 acaban dando saltos en un campo de fútbol en el que toca un grupo de pop, o del estilo que pegue en el momento, que en cuatro días desaparecerá. Es la fuerza del entorno sin educación musical”, lamenta.
Contabilidad aseada
Aun así, en Ibermúsica la situación contable hoy es aseada. Un alivio tras la hecatombe de 2015, cuando Aijón se encontró un agujero de 800 abonados que se dieron de baja sin avisar. “Me confié porque la costumbre era que renovaran tarde, ya a la vuelta de las vacaciones. Pero aquella vez no sucedió así. Hay que tener en cuenta que la crisis ya se prolongaba desde hacía demasiado tiempo. Yo no podía hacer frente así a los costes de la programación que ya había contratado. Llorenç [Caballero, fundador de la Orquesta de Cadaqués y actual propietario de Ibermúsica] nos salvó. Es un gran gestor, aparte de un magnífico programador. Ahora todo va bien”.
P. Pero ¿han conseguido rellenar ese agujero ‘negro’?
R. No, porque a la gente ahora le cuesta mucho abonarse toda la temporada. Con tanta oferta de todo, no sabe qué va hacer en mayo del año que viene. Por eso sacamos los miniabonos de cinco o siete conciertos en vez de los 12. Estos funcionan muy bien. También ahora vendemos más entradas sueltas, que dejan más dinero.
P. El desastre de 2015 también la propició una ayuda europea que estaba en el aire y que finalmente le denegaron. ¿Hoy tiene algún apoyo público?
R. No. Por higiene, nunca he querido subvenciones. Sí hemos tenido patrocinadores, unos más importantes (como Tabacalera) y otros menos. Aquí no ocurre como en Londres o Nueva York. Las orquestas allí viven de las aportaciones de personas privadas, que oscilan desde cifras astronómicas a unos pocos dólares. Hay directores de orquestas americanas que, en una cena con algún sponsor, se han encontrado un cheque de un millón de dólares bajo la servilleta.
P. A cuento de la financiación pública de los ciclos musicales tuvo un pique sonado en el gremio con Antonio Moral. ¿Han limado ya asperezas?
R. Sí, tenemos muy buena relación. Él es un programador estupendo y gestionaba muy bien su presupuesto de dos o tres millones de euros para su ciclo. Pero él podía dormir tranquilo, yo no, porque dependo de atraer al público, con acierto o sin él. Mi estado de ánimo no podía ser él mismo que el suyo. Por eso una crítica precisamente de su lado sí me picaba. Pero fue un roce puntual.
A Aijón, en efecto, Ibermúsica le debe muchas horas de sueño. No sólo el capítulo financiero le ha desvelado estos años. “Estaba expuesto a mil imprevistos artísticos”, recuerda. “Como cuando con el Maggio Fiorentino y Zubin Mehta tocamos en Zaragoza y al día siguiente, que debíamos estar en Barcelona, nos encontramos con todas las carrreteras cortadas por una huelga de transporte. Tuvimos que meter los instrumentos en avionetas para llegar a tiempo. El concierto acabó a las dos de la mañana, pero lo hicimos. Con los cantantes, por otro lado, nunca puedes estar seguro. En Barcelona también, delante del público y con la Philarmonia de Londres en escena, me vino el barítono que debía cantar el Réquiem de Verdi y me dijo que no podía, que tenía faringitis… La suerte volvió a salvarme, como en los tres accidentes aéreos de los que me he librado. Entre el público había un barítono yugoslavo. Giulini le tenía que silbar los temas pero el concierto, otra vez, lo dimos”.
"Ningún gobierno en España desde la guerra civil ha promovido la necesidad por la música. No hay afición real"
P. No sólo Mehta ha renunciado a sus honorarios para echarle un capote. También lo han hecho figuras como Barenboim… ¿La amistad es la mejor cosecha de estos 50 años?
R. Ha habido muchos más: Haitink, Kissin… Las amistades fuertes las hice antes de Ibermúsica porque yo era un aficionado rabioso e iba a todos los sitios. Luego, al venir tantas veces a Ibermúsica, hemos creado una familia. Aunque ya se me han muerto muchos miembros: Giulini, Solti, Celibidache…
P. Hablando de Celibidache… ¿Cree que hoy pueden florecer personalidades tan rebeldes y heterodoxas como la suya?
R. No, no se repetirá. Hoy los sindicatos de las orquestas son muy fuertes. El secreto de la calidad de una orquesta está en los ensayos y cada vez se hacen menos. Es normal que alguien como Barenboim, tan temperamental y perfeccionista, cuando le explica a uno de sus músicos cómo de be tocar una frase de una sinfonía y éste la hace mal una y otra vez, salte. Pero actualmente los directores tragan y hacen correcciones muy educadas. Deben ser afables y amistosos. Ya no existe ese respeto de antes, para lo bueno y también para lo malo.
P. ¿Siente que se valora suficientemente lo que ha hecho Ibermúsica por la cultura en España, un país tan propenso a la ingratitud?
R. Sobre esto, Barenboim estuvo muy certero cuando me dijo: “Alfonso, tu equivocación ha sido convertir lo extraordinario en normal”. Cuando viene la Filarmónica de Viena o la de Berlín, siempre escuchas a algún tonto hacer comentarios como que el sonido ya no es como el de Karajan y cosas así. Lo dice gente que seguramente nunca ha escuchado a Karajan. No lo valoran porque no lo consideran extraordinario. Les he acostumbrado mal. Llevan 50 años escuchando la mejor música y no se han enterado. Son algunos, porque tenemos abonados que están con nosotros desde el principio.
P. No perdona un año sin viajar al Himalaya. ¿Qué le han enseñado esas montañas?
R. Que no somos nada. Allí me he jugado el tipo con las avalanchas. Ha sido una cura para las tensiones absurdas de Ibermúsica: líos de ensayos, alquileres de salas…
P. En los últimos años creo que sobre todo va a Nepal. ¿Se ha imbuido allí de la filosofía budista y cree en las reencarnaciones y todo eso? ¿Le gustaría, en ese caso, seguir organizando conciertos en su próxima vida?
R. Soy agnóstico. He estudiado mucho sobre el budismo y otras religiones. Me interesan y las respeto. Pero no soy creyente. No me ha dado por ahí, no sé… Sólo sé que tengo 88 años, que me moriré pronto y que, más que en mitad de un concierto, preferiría hacerlo en la montaña.