Mariss Jansons: “Nada hay más difícil que un Andante de Mozart”
“Nada hay más difícil que un Andante de Mozart”
3 febrero, 2005 01:00Poco a poco, en contra de las tendencias actuales, la carrera de Mariss Jansons se ha ido horneando en la línea de los grandes del pasado. Después de haber transformado a la provinciana Filarmónica de Oslo de los años setenta, en una falange de primer orden y de haber consolidado a la Pittsburgh Symphony entre las grandes de Norteamérica, ha sido tentado por dos de las mejores orquestas europeas, la Concertgebouw de ámsterdam y la Radio de Baviera (con la que volverá el año próximo) y ha dicho a las dos que sí.
Así hereda dos tronos -de Riccardo Chailly y Lorin Maazel, respectivamente- que le ubican al más alto nivel, una especie de primus inter pares, potenciado por su estrecha relación con la Filarmónica de Berlín o la London Symphony. “No sé qué secreto puede haber en mí” señala con sorpresa ante la pregunta de EL CULTURAL. “Intento hacer bien la música. Quizá es fruto de una educación maravillosa, primero en San Petersburgo y después, con Hans Swarowsky, en Viena. Fui asistente de Karajan en Salzburgo y, posteriormente, de Mravinski en San Petersburgo. Por no hablar de mi padre que era un excelente director de orquesta. Quizá el secreto estuvo en esos profesores que tuve, los cuales buscaban con obsesión la calidad a la que sirvo. Pero no considero que tenga algo diferente”, comenta.
-¿Qué necesita un buen director?
-Una buena técnica es importante. Y yo tuve un buen conocimiento de los estilos musicales en Viena. En la URSS había antes una buena escuela. Crecimos con una sólida educación donde se prestaba mucha atención a la calidad. Por otro lado, la atmósfera era muy exigente, con estudios muy duros.
-Todo esto habrá cambiado.
-Cada época es diferente. Es posible que ahora haya una apuesta menor por la cultura de la etapa en la que yo viví. Y aunque sigue habiendo oportunidades cada momento demanda unos modos diferentes. Entre 1970 y 2000 fui profesor en San Petersburgo y mi generación ya tenía muchas cosas similares a las actuales. Podría decir que pertenezco a la primera generación de las nuevas tendencias. Porque ahora estudiar es difícil, con pocos sitios donde llevar a cabo un aprendizaje al más alto nivel. Pero bueno, es la eterna cuestión entre padres e hijos.
-¿Cómo consigue esos excelentes resultados de las orquestas?
-Todo viene del trabajo a largo plazo. Es como cuando vives con una mujer. El director y la orquesta se conocen y llegan a un alto grado de comprensión que permite crecer en ambos casos. Hay que confiar y también soportar para sostener el engranaje y facilitar que la química perdure. El tiempo ayuda en la comprensión mutua. El director toma lo mejor de cada orquesta y ésta le influye a su vez. De ahí que, en este tipo de relaciones a largo plazo, no haga falta hablar mucho, cosa que las orquestas siempre agradecen (se ríe).
-¿Cree que ahora son mejores las orquestas?
-Técnicamente el nivel de los músicos es sin duda mayor. Ahora te encuentras buenas orquestas en sitios que, hace años, ni se te ocurrirían. Pero musicalmente ya no estoy tan seguro. Por ejemplo, en Berlín, la nueva generación es muy buena pero la anterior había convivido con Furtwängler o Karajan... Eso imprime carácter. Yo crecí en San Petersburgo en tiempos de Mravinski y ¿qué le voy a contar?
-¿Cree que resulta más difícil dirigir ahora?
-Sinceramente, nada es más difícil que un andante, un segundo tiempo, de una sinfonía de Mozart o Schubert. Pero hay piezas del siglo XX que presentan dificultades tremendas. Recuerdo un caso en Pittsburgh que demandaba tres directores por lo que tenías que hacerla con dos asistentes. Pese a esos problemas técnicos, que se pueden superar, no me parece más difícil ser director ahora que hace treinta años.
Menos ensayos
-Ahora las orquestas ensayan menos, ¿cómo les traslada su visión de las obras en tan poco tiempo?
-Hay muchas orquestas que no necesitan de muchos ensayos. éstos dependen de lo que tengas que decir. A las orquestas profesionales, con muchos años de hacer repertorio, no tienes que repetir continuamente lo que quieres. Basta una indicación y, automáticamente, lo cogen. Tu labor es más la búsqueda de la atmósfera para conseguir trabajar en común. ¡Hombre!, lo ideal es contar con tiempo. Recuerdo cuando tocaban juntos Rostropovich, Oistraj y Richter. Eran tres genios y, sin embargo, ensayaban días y días como locos. Y lo hacían para respirar a la vez. Eso es lo ideal. Por ejemplo, cuando dirijo un concierto con solista no me gusta acompañarlo sólo en el ensayo general aunque la orquesta y yo lo hayamos tocado cientos de veces. Se necesita tiempo para conocerse. Pero todo depende de si el director tiene algo que decir. Porque, claro, todo llega a ser aburrido cuando el nivel de las interpretaciones no mejora.
-¿Cómo puede saber con tanto tiempo si le va a apetecer dirigir unas obras en una programación?
-Si apuesto por una obra en el futuro es porque sé que me interesa. No puedo programar obras que en dos años me va a dejar de gustar. Luego pueden pasarte cosas. Si enfermas no te encuentras al más alto nivel y allí es donde te ayuda la profesionalidad. En la música, a veces, tu energía no está al máximo y ahí es cuando resulta todo más difícil.
-¿Percibe cuándo conecta con el público y cuándo no?
-Inmediatamente, te das cuenta de si el público está contigo o no. Me apasiona el momento de hacer un pianísimo, cuando te rodea el silencio más absoluto. Percibes cómo la gente ni respira, ni se oye un ruido. Por otra parte, me irritan mucho las toses. Pasa en todo el mundo aunque con menos fuerza en Japón, donde el público es muy educado.
-¿Cómo afronta su labor con dos orquestas tan distintas como la Concertgebouw y Múnich?
-Mi deseo es como si fueran dos Jansons, uno para Múnich y otro para ámsterdam. Pensar que no soy el mismo, sino dos. No es fácil esta esquizofrenia musical pero cada orquesta camina de forma distinta. Tienen elementos en común pero se trata de orquestas muy diferentes. Eso es la teoría, luego veremos la práctica (se ríe).
-¿Quiere cambiar muchas cosas?
-Humildemente, no voy a transformar nada porque la calidad de base a la que me enfrento es enorme. Voy a ámsterdam y Múnich, con orquestas de gran tradición, respetando su historia. Mi trabajo aspira a que nos influyamos mutuamente, buscando cosas nuevas.
-¿Es la edad determinante para la elección de un director?
-No puedo juzgar. A veces las orquestas necesitan un director y no puede porque está ocupado y apuestan por un joven. En muchas ocasiones eso ha funcionado.
-Las orquestas radiofónicas perdieron su lugar como difusoras del repertorio contemporáneo.
-No creo que una orquesta de la radio sólo deba hacer música contemporánea para que las otras se dediquen al repertorio. Las orquestas de la radio cumplían antes una función que ahora no tienen. Así, estas formaciones hacen cada vez más conciertos mientras que en el pasado se dedicaban a las grabaciones o emisiones. No creo que la Orquesta de la Radio de Baviera deba encerrarse en la música contemporánea. Se hace el ciclo “Música viva” además de otros que tienen mucho público. Pero una orquesta debe conseguir que su repertorio sea el más amplio posible.
-No le parece miserable que los directores importantes, cuando se vuelven famosos, no regresen a las orquestas que les dieron sus primeras oportunidades.
-(Mira sorprendido) Y ¿qué puedo hacer? Seguramente tiene razón. Pero no me queda elección. Si tuviera más tiempo y posibilidades volvería a aquellas orquestas que me invitaron al principio. Pero mi tiempo es único. La vida te empuja. En mi país me esperan y me siento culpable porque no encuentro momento para ir. Pero, por otro lado, soy uno solo y no diez. No puedo dividirme. No quiero que mi salud se vuelva a resentir. Ahora ya no tengo tiempo para dedicar cinco semanas a la ópera. Para un solista, diversificarse es más fácil pero para un director es prácticamente imposible.
Mariss Jansons (Riga, 1943) se ha convertido en uno de los directores más importantes del momento después de una sólida carrera ajena a los manejos del márketing actual. Con una formación excepcional -a la que no fue ajeno su padre, Arvid Jansons, uno de los mejores maestros de su generación-, ganó el concurso Karajan que le abrió las puertas de la Filarmónica de Oslo a la que transformó ubicándola entre las mejores de Europa. Después de pasar por la Pittsburgh Symphony, compatibiliza la titularidad de las orquestas del Concertgebouw y de la Radio de Baviera.