El testigo de Arrabal
ILustración de Antonio Saura para la familia de Pascual Duarte
El día en que se pierde para siempre a un amigo es humano recordar, con toda la viveza de que seamos capaces, algún momento pasado en su compañía de la que no podremos disfrutar nunca más. El día en que muere un escritor cuya obra hemos frecuentado, puede que alguno de sus títulos, de sus párrafos, de sus personajes o de sus versos, contribuya a hacernos presente todavía su figura, aun sabiendo que no cabe esperar de su pluma ninguna obra más.
El primer libro que publicamos fue, Viaje al Pirineo de Lérida, de Camilo, precisamente. Después de ese primer libro vinieron muchos, recuerdo que llamamos a amigos como Daniel Sueiro o José Luis Abellán para que nos echaran una mano, aunque no recuerdo muchas dificultades para poner toda esta maquinaria en marcha.
En 1965 creamos los premios Alfaguara. Entre los miembros del jurado estaban Ricardo Senabre, José Arocena, Fernando Lázaro Carreter, Enrique Jovet, Francisco Ynduráin, y yo, con voz, pero sin voto. La primera edición del premio se la otorgaron a Las Corrupciones de Jesús Torbado, la segunda a Pascua y naranjas de Manuel Vicent.
Recuerdo una anécdota de la época coincidiendo con el fallo de estos premios, éste siempre se hacía el 28 de diciembre, fecha del aniversario del nacimiento de Pío Baroja además del día de los Santos Inocentes. Por aquel entonces yo hacía las labores de secretario y comunicación con la prensa. El libro ganador ese año, el 70, era Todas esas muertes, de Carlos Droguett, y yo me encargué de hacer las gestiones para presentar el fallo en directo en el programa de televisión en el que trabajaba el periodista Manolo Alcalá. De pronto, cuando me disponía a comenzar mi intervención, se apagaron las luces. Desgraciadamente, aquel viernes, 28 de diciembre de 1970, también se anunció la condena a muerte de dieciséis personas en el famoso proceso de Burgos, obviamente, el título del libro no era el más adecuado en ese momento y tuvimos que abandonar la idea de fallar el premio en directo.
Por el camino, creamos lo que llamábamos la Novela Popular, una colección de bolsillo que reunía relatos inéditos de autores españoles contemporáneos. En esta colección estrenó García Pavón su personaje Plinio, y también publicaron Manuel Vicent, Paco Umbral o Paco Ayala después de su exilio. Llegamos a hacer 66 volúmenes que valían veinticinco pesetas. Pero entonces, como ahora, ni por cinco duros ni por nada, lo que la gente quería eran best-sellers, libros de política y de cama.
También publicó en Alfaguara, entre sus idas y venidas de Francia, Fernando Arrabal. Por aquel entonces vino a Madrid, donde se le permitía la entrada aunque no era precisamente bien recibido, a presentar su libro Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión. Le organizamos un acto, una rueda de prensa, y una firma de libros en el Corte Inglés. Llevaba un traje increíble de Paco Rabanne con trocitos de cuero. Por el camino nos paramos en un bar donde Arrabal se tomó una copita de Marie Brizard. Al día siguiente a las 9 de la mañana recibí una llamada del organismo de cultura pertinente, querían enviarme una de las dedicatorias que había firmado Arrabal el día anterior: "Para fulano de tal [no recuerdo el nombre], me cago en dios [con minúscula], la patra y en todo lo demás". El padre del muchacho lo había denunciado en la comisaría y a mí me pedían que lo localizara como fuera, no pude, y lo cogieron. Después vino un pleito, defendido por el abogado Juan Mollá, y del que yo fui testigo principal, ya que lo acompañaba. La defensa se apoyó en aquella copita de Marie Brizard que había acentuado el efecto de no sé qué pastillas, y en Patra, uno de los gatos del dramaturgo. En este pleito hubo tres testigos de excepción, que defendieron a Arrabal aludiendo a las "excentricidades de los artistas en general, que a veces exageran sus actitudes", los testigos eran Camilo José Cela, Pedro Laín Entralgo y, creo, que el otro era Aranguren. El magistrado, lo absolvió.
Camilo publicó muchas cosas en Alfaguara, San Camilo 1936, Un libro sobre Madrid con dibujos de Juan Esplandiú, y toda la serie de Nuevas escenas matritenses. En 1968 publicó el Diccionario Secreto de palabras malsonantes, que en un primer momento se publicó en la colección Hombres hechos ideas. En su papel de Consejero Delegado, Camilo, se preocupó por la creación de colecciones y por vender al resto de los consejeros los nuevos rumbos hacia los que deseaba encaminar a la editorial. Yo estuve en Alfaguara hasta que empezó a no ir bien y se redujo la producción literaria y se dedicó más a libros de crédito, lo que es venta a plazos. Camilo lo dejó entre el 70 y el 73, no me acuerdo, y ya quedó poco a poco como un negocio a extinguir.
Jorge CELA TRULOCK
Leer otros capítulos
1. Qué sola la mañana...
2. El latido del aire
3. Aquellos años cuarenta
4. Papeles de un erudito
5. La voz tras la mordaza
6. El testigo de Arrabal
7. De muchos y de buenos amigos
8. El Nobel, para uno de Padrón
9. El escritor y su personaje
10. El narrador: cómo se hace una novela
11. También era un poeta
12. El escritor oficial, el poeta auténtico
13. En el corazón de la novedad
14. Tres obras y dos versiones
15. Un canto a la supervivencia
16. Al cine desde el respeto
17. Galicia de ida y vuelta
18. Cautivos en la isla
19. Vuelta a La Alcarria
20. Dama oscura
21. La casa de la Vida
22. Profesor de energía