Henry Ford Hospital, la cama volando, por Frida Khalo, 1932.

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Cultura FILOSOFÍA BASURA

Todos somos madres arrepentidas

¿Tendría alguien hijos hoy en día si tomara la decisión según un cálculo bien informado de “costes y beneficios”? Aunque el libro de Orna Donath no lo cuente, nadie sabe lo que hace cuando tiene hijos.

22 septiembre, 2016 18:21

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Leyendo “Madres arrepentidas” de Orna Donath es muy difícil no sentirse uno también una madre arrepentida. En el grupo de madres escondidas bajo pseudónimos que protagonizan el libro uno espera encontrarse sobre todo con monstruos insensibles; pero los testimonios de los que se nutre la investigación de la socióloga israelí son asombrosamente familiares y comprensibles para cualquier madre o padre: hacen referencia a las confusiones, decepciones, ilusiones más o menos falsas y a la mezcla de deseos propios y ajenos que todas las personas que tenemos hijos sentimos cuando decidimos tenerlos. Si bien el libro es valiente y certero denunciando los discursos de idealización acrítica de la maternidad que recorren nuestras sociedades, en el fondo no se atreve a decir toda la verdad: que NADIE sabe lo que hace ni lo que quiere en realidad cuando decide tener hijos.

Donath construye sin explicitarla nunca una contrafigura ideal de la madre arrepentida, que sería la madre genuina cuya maternidad sí sería fruto de una “elección pura y libre”

Lo que Donath pretende denunciar es que hay algunas madres que tienen hijos por diversos tipos de presiones externas (deseos de la pareja, discurso familiar o conveniencia social) y que por eso tienen todo el derecho al arrepentimiento (a expresar su frustración, su error de cálculo). La maternidad de esas madres arrepentidas no habría sido fruto de (cito textual) “un deseo que se sustenta en sí mismo” y no habría sido consecuencia de lo que la autora llama una “elección pura y libre”, basada en reflexiones “sobre los costes, beneficios y efectos” de tener hijos. Al plantearlo así, Donath construye sin explicitarla nunca (quizás sin querer) una contrafigura ideal de la madre arrepentida, que sería la madre genuina, consciente, racional, informada, verdadera, cuya maternidad sí sería fruto de una “elección pura y libre” incontaminada por ningún deseo ajeno o presión externa de ningún tipo.

Pero ¿realmente hay alguien que sea madre o padre fruto de una “elección pura y libre” de ese tipo? ¿Existe algo así como un deseo de ser madre “que se sustenta en sí mismo”, no atravesado en ninguna medida por los discursos familiares, sociales, culturales o por los deseos ajenos? ¿No somos todas las madres y padres siempre, en alguna medida, posibles madres arrepentidas?

¿Existe algo así como un deseo de ser madre “que se sustenta en sí mismo”, no atravesado en ninguna medida por los discursos ajenos?

El planteamiento hiper racionalista del libro pide que lo cuestionemos incluso un poco más allá de la cuestión de la maternidad: ¿hay alguien que tome alguna de las decisiones cruciales en la vida fruto de una “elección pura y libre”? ¿Hay algún deseo propio que no esté constituido por una mixtura de discursos, tradiciones, ideales y deseos ajenos? ¿Es evitable para los seres humanos el “error” y por tanto el “arrepentimiento”? ¿Son todas las elecciones “equivocadas” fruto de una falta de “libertad individual”, de algún tipo de presión externa? ¿No consiste la libertad, precisamente, en la posibilidad siempre abierta de equivocarse? ¿Es posible estar seguro al tomar una decisión de no haberse equivocado? ¿No somos todos seres, en alguna medida, susceptibles de arrepentimiento?

Las acciones humanas, más o menos prudentes, desatan siempre procesos que no son pronosticables ni reversibles

El ideal emancipatorio moderno del que participan libros como el de Donath supone un sujeto completamente autónomo e independiente y un concepto de libertad humana como soberanía: la idea de que mediante el auto conocimiento y la eliminación de todas las presiones externas se puede acertar en las decisiones, de que la acción humana (por ejemplo la maternidad) puede ser dirigida racionalmente con éxito y evitar así el error y el arrepentimiento.

Frente a esta idea de libertad como soberanía (como control de todas las variables en juego), y de sujeto autónomo, independiente, en la que el hombre se asemeja a un dios, se erige aun la antigua ética aristotélica, para la cual el terreno propio de la acción humana, de la única libertad posible, es el de lo contingente, el de lo falible, el de lo que lo que puede ser de un modo o puede ser de otro modo. Para Aristóteles la virtud humana por antonomasia no es la sabiduría, sino la prudencia y no puede existir ninguna clase de ciencia (ni siquiera de arte), ningún “cálculo de costes y beneficios” certero para dirigir la acción humana. Las acciones humanas, más o menos prudentes, desatan siempre procesos que no son pronosticables ni reversibles; el que actúa, el que toma decisiones (más allá de las presiones afectivas, familiares, culturales o sociales), nunca sabe del todo lo que hace y a pesar de eso siempre resulta responsable de las consecuencias que nunca pretendió o pronosticó con su acción original. Incluso cuando estas consecuencias son tan desastrosas como el llanto inacabable de un niño que no nos deja descansar, que no nos deja vivir.