Durante el invierno eran árboles. Árboles con los que jugar e imaginar que éramos monos que trepaban sus ramas. Árboles en los que soñar que éramos indios huyendo de vaqueros. Durante el invierno eran nuestra casa en un acantilado o un lugar donde ponernos a salvo de un suelo que imaginábamos lleno de lava.
La primavera les ponía un manto blanco de flores y ahí nuestros árboles eran un juguete prohibido. Ya no podíamos treparlos. Ni ser monos ni indios. Ya no eran nuestra casa ni nos salvaban de ríos de lava. Nuestros árboles ahora eran frutales y como para Eva y Adán, ahora estaban prohibidos.
Las flores daban paso a pequeños frutos verdes. Un verde intenso que iba cambiando a morado, a naranja y amarillo. Un verde que se marchaba anunciando que ya quedaba un día menos para el verano.
Llegaba el verano y nuestros árboles volvían a ser nuestra casa en el acantilado o el lugar donde ponernos a salvo de un suelo que seguía empeñado en ser de lava. Durante el verano volvían a ser nuestros árboles y también una casa llena de fruta. De brevas, de albaricoques, de ciruelas. Y nosotros otra vez éramos indios que huían. Y monos que trepaban, ahora para saquear sus ramas.
Aquellos árboles frutales nos hicieron recolectores y nos enseñaron el ciclo de nuestra comida. También que lo que comemos lleva un tiempo, un cuidado, un trabajo, un proceso, una batalla y a veces dolor. Nuestros árboles nos explicaron la fuerza de la gravedad poniéndonos la fruta más dulce en la rama más alta. También las consecuencias de la avaricia cuando se nos iba la mano comiendo ciruelas.
Esos árboles nos enseñaron que aquello que te interesa, te calma el hambre y hoy se llama breva, albaricoque o ciruela, mañana se puede llamar de otra manera. Y eso que hoy te interesa y también le interesa hoy a un pájaro o a una avispa, mañana le puede interesar a alguien más parecido a ti y quizá mejor que tú. Y seguramente su picotazo duela más que el de un pájaro o una avispa.
Eran árboles frutales y fueron nuestra casa en el acantilado, nuestro escondite de los vaqueros y nuestro salvavidas de aquel suelo con lava, pero nos enseñaron que la comida también va por eso que llaman temporadas. Eran árboles frutales en el patio de casa, pero nos enseñaron que cuando hay abundancia, no te falta a quien interesarle y cuando hace frío y no tienes nada, sólo estarán quienes son capaces de ver en tus ramas desnudas el calor de una casa.